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Casablanca, ciudad abierta, y Tánger, el resto del mundo

Viajar al norte de Marruecos es visitar la historia viva del país y las huellas de las interminables influencias de civilizaciones antiguas que han jalonado su devenir desde tiempos más remotos hasta la actualidad
Atardecer ante la Gran Mezquita Hassan II de Casablanca

Viajar al norte de Marruecos es visitar la historia viva del país y las huellas de las interminables influencias de civilizaciones antiguas que han jalonado su devenir desde tiempos más remotos hasta la actualidad. Si queremos conocer algunas de sus muchas ciudades o enclaves célebres, nada mejor que hacerlo a partir de Casablanca, la capital de las finanzas y la economía del reino alauita, quizá la más euro-árabe junto a Tánger, el mítico balcón blanco sobre el Mediterráneo que encierra miles de historias que contar como embajadora que fue para la identidad europea de los años 50, un crisol de culturas diversas que, tras las murallas de su Medina, vivieron una mezcla insólita e imperecedera.

Casablanca es la ciudad más cosmopolita no solo de Marruecos sino de todo el norte de África. Su trazado urbanístico abierto y moderno, con grandes avenidas, bulevares, plazas y parques; su arquitectura, una mezcla de edificios de estilos art nouveau y árabe tradicional, su combinación de culturas y su brisa atlántica con aromas mediterráneos, hacen de ella una especie de catálogo de todo lo que podremos encontrar en el país del poniente musulmán.

Casablanca, la capital económica y financiera de Marruecos, conforma una especie de catálogo de todo lo que podemos encontrar en el resto del país

Bien es cierto que caminando por sus calles podría parecer a veces que lo hacemos por cualquier gran ciudad francesa, un sabor que emerge de cada terraza, café o restaurante, aunque ese efecto aparece y desaparece a cada paso porque, sin ninguna duda, estamos en territorio del reino oriental más occidental, con sus puestos callejeros, sus zocos, sus aromas de especias y los cantos de los muecines que desde los altavoces de los minaretes llaman a la oración.

Tranvía por el bulevar Mohamed V

Un tranvía morado

Lo primero que salta a la vista tan solo llegar al centro de la ciudad es un elemento rabiosamente actual, su tranvía morado, que va y viene continuamente transportando un desfile de personas ataviadas con trajes occidentales, ellos y ellas, pero también con chilabas o hiyab, y que parecen dirigirse, o proceder, siempre de la Plaza de las Naciones Unidas, centro neurálgico en el que también se encuentra la Medina Vieja, incesante tras sus murallas amarillas, rematada con su emblemática torre frontal y su reloj. Allí podremos realizar nuestras mejores compras de artesanía, objetos, ropas, joyas, cuero, babuchas, flores, frutas, legumbres y todo lo que necesita un hogar cada día.

Cierto sabor francés emerge de cada terraza, café o restaurante del casco antiguo casablanqués, que ha debido transformarse para hacer sitio al recién llegado, su tranvía metropolitano

Pero el casco histórico ha debido transformarse para hacer sitio a ese recién llegado que ha venido para quedarse, el omnipresente metropolitano, que pasa por los bulevares más céntricos, como el de Mohamed V, convertido en peatonal, por el que caminan ciudadanos y turistas recorriendo sus muchos comercios y establecimientos en un escenario arquitectónico imponente. Entre los numerosos monumentos que nos saldrán al paso hay que nombrar en primer lugar la colosal Mezquita Hassan II, considerado el templo más alto del mundo, con su minarete de 200 metros coronado por un proyector de rayos láser que alcanza 30 kilómetros. No lejos de ella, al borde del océano, se abre La Corniche, un ancho y largo paseo marítimo lleno de hoteles, restaurantes, bares, locales de ocio, sociedades de recreo, balnearios y centros comerciales. En esta avenida costera se puede degustar el menú más exquisito, acompañado de un buen vino y vistas privilegiadas, como si estuviéramos en cualquier destino turístico europeo.

Casco antiguo

Parques y espacios públicos

Una peculiaridad de Casablanca es que no hay forma de perderse porque solo hay que seguir los raíles para adentrarse en sus secretos más notables a través de la avenida Hassan II, flanqueada por edificios públicos, Bancos, sedes de grandes marcas y espacios de esparcimiento, como la Plaza Mohamed V y sus sempiternas palomas en torno a la gran fuente y frente al edificio noble del Ayuntamiento; el parque de la Liga Árabe, un pulmón verde de dilatados jardines, árboles y palmeras y, muy cerca, la catedral católica neogótica del Sagrado Corazón, cuya fachada blanca está rematada por dos altas torres.

Pero la ciudad ofrece además otros rincones monumentales que es necesario visitar, como el Palacio Real, un soberbio edificio de cuidadas fachadas, pórticos horadados de arabescos, grandes estancias y patios al más puro estilo oriental; el parque L’Hermitage, la Villa de las Artes, el Museo Abderrahman Slaoui, la Medina Nueva o el Barrio de Habbons. Destacable también es el Morocoo Mall, el centro comercial local más frecuentado, con atractivos de ocio y espacios muy vanguardistas, o el Mercado de las Aceitunas.

Y además es Casablanca un destino al que vuela la aerolínea canaria Binter los lunes y jueves con una duración de 2:30 minutos y punto de partida para otras rutas cercanas que nos llevarán al mismísimo corazón de Marruecos, como son sus ciudades imperiales Fez, Mequínez, Kenitra o Rabat y a otras que, como Tánger, conforman la historia profunda del país, a la que podremos acceder a través de una moderna autopista tras algo más de tres horas de trayecto, recorriendo paisajes inolvidables, como los de la provincia de Larache, y carreteras costeras de gran atractivo.

Entrada al Zoco Viejo

Tánger, reducto de memorias vivas

Llegar a Tánger por carretera, tren, barco o avión es lo mismo. Entramos a una mítica ciudad cantada por poetas y escritores, como Paul Bowles, Truman Capote, Allen Ginsberg o William Borroughs; retratada por pintores, como Eugene Delacroix o Henri Matisse; celebrada por multimillonarios, como Barbara Hutton o Malcolm Forbes, y políticos, como Winston Churchill, o radiografiada por el que fuera niño de la calle, que aprendió a leer y escribir a sus 20 años, y fantástico novelista Mohammed Chukri como nadie lo hizo jamás. Porque este enclave del Mediterráneo, frente al Estrecho, reúne tantos rincones y dobleces, tantos planos diversos y tantas nacionalidades en su despejada frente de paredes blancas, en sus callejas que conforman el misterioso laberinto de su amurallada Medina, en su herencia legendaria, fruto de múltiples invasiones desde la época de los fenicios y cartaginenses, en su postrero carácter euro-árabe y en su imperecedero aroma andaluz; que cuando se camina por ella se hace por medio mundo y por media Historia de la Humanidad.

Tánger encierra miles de historias que contar como embajadora que fue para la identidad de la cultura europea en los años 50

Y es que Tánger fue el refugio de un contingente de artistas e intelectuales durante la primera mitad del siglo pasado por su carácter y estatus internacional libre, acordado por las potencias de la época, que dejaron, además de la impronta de sus obras, el carácter de su enamoramiento en el aire que corre entre sus muros, unos muros que se mezclan entre las piedras milenarias de sus fortalezas milagrosamente en pie y la cal de las fachadas de sus edificios más emblemáticos, coloniales y modernistas, frente a la costa, pero también en sus diferentes barrios, que han ido creciendo en torno al promontorio que alberga los zocos, con sus callejones abigarrados de mercancías y productos, a partir de la plaza 9 de abril de 1947, que da paso a la Ville Nouvelle, que se despereza con fuerza hasta desembocar en grandes avenidas, hoteles históricos como el Minzi, fundado por el aristócrata británico Lord Bute en 1930, o los de última generación y de gran lujo que se agolpan frente a su despejada y amplia bahía, a solo 15 kilómetros de la ciudad portuaria española de Algeciras.

La Medina tangerina reúne el carácter inenarrable de sus gentes en un escenario intenso de callejones estrechos, zocos, arcos y rincones

Aunque la Medina es solo una pequeña parte de la ciudad, sin embargo es la que reúne ese carácter tan inenarrable de sus gentes, un escenario intenso de callejones estrechos, arcos y rincones que hay que recorrer, desde su entrada costera, como si se transitara por las entrañas de una criatura mitológica, con guiños andaluces, edificios grandiosos de perspectivas imposibles, inclusos palacios de altos muros e imponentes portones, restaurantes, pensiones, recónditas plazoletas, cafés y sus múltiples pequeños mercados y zocos, no pocos especializados en determinados productos, como perfumes, tejidos o joyas; un mundo repleto de sorpresas que salen al paso al doblar cualquiera de sus esquinas; hasta llegar al portalón de la plaza 9 de abril, recientemente remodelada, y entroncar con el Boulevard Pasteur, la vía neurálgica de Tánger, y su Plaza del Faro, con sus cañones portugueses apuntando al mar, y, un poco más allá, las calles comerciales de marcas multinacionales incrustadas en edificios históricos que flanquean el pavimento empedrado.

Fachadas de la Medina

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Textos y fotografías: Juan Carlos Acosta.

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