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Ocurrencias

Entre lo patético y lo ridículo, el rostro de Josep Borrell expresaba la vergüenza que le producía explicar que las bombas vendidas a Arabia Saudí son de alta precisión y, por tanto, no tienen efectos colaterales

Entre lo patético y lo ridículo, el rostro de Josep Borrell expresaba la vergüenza que le producía explicar que las bombas vendidas a Arabia Saudí son de alta precisión y, por tanto, no tienen efectos colaterales. En otras palabras, que los saudíes solo matarán con ellas a los niños yemeníes que previamente elijan. Lo mismo vino a contar después de un Consejo de Ministros la ministra portavoz, aunque con mayor desenvoltura. Será por eso que es portavoz, porque es una pésima comunicadora: cuando no lee, le cuesta ímprobos esfuerzos construir cada frase y encontrar cada palabra adecuada. Margarita Robles había amagado con frustrar la entrega de las bombas, pero la amenaza saudí de cancelar el encargo de cinco corbetas, con la consiguiente pérdida de miles y miles de empleos directos e indirectos, obligó a Pedro Sánchez a desautorizarla públicamente en una entrevista televisiva; una desautorización que es la mayor sufrida nunca por un ministro de la democracia y que, en circunstancias normales de un Gobierno normal, comportaría la dimisión de la ministra.

Sin embargo, las actuales circunstancias políticas no son normales ni el actual Ejecutivo es un Gobierno normal. Bienvenidos al mundo real, habría que decirle a este conjunto heterogéneo y mal ensamblado de ministros con pasados no siempre edificantes, que gobiernan a golpe de ocurrencias sectarias y sin futuro, protagonizando una permanente campaña electoral que pagamos todos los españoles. En el caso de las armas, habría que recordarles que España es el séptimo fabricante y exportador de armas del mundo, y que todos los Gobiernos de la democracia han fabricado y vendido armas, porque, desgraciadamente, de esa actividad dependen miles y miles de empleos y no podemos escoger.

Dos ministros pillados en renuncios y dimitidos, y otra ministra gravemente desautorizada por su presidente, es más de lo que un Gobierno puede soportar en tres meses sin caer. Por eso no pueden irse ni la ministra de Justicia ni el ministro de Ciencia a pesar de los hechos probados que les afectan: su caída significaría el final de la aventura de Pedro Sánchez y la convocatoria de elecciones. Lo que atañe a la ministra de Justicia es particularmente grave: mintió sobre sus relaciones con el antiguo comisario José Manuel Villarejo negando que le conociera; después cambió su versión, asegurando que se refería a relaciones profesionales, con diversos matices y variaciones; y, para terminar, siendo fiscal, no denunció que un grupo de compañeros jueces y fiscales estaban con menores. Es lo que tiene el progresismo a la violeta.

Como decimos, Pedro Sánchez gobierna a golpe de ocurrencias sectarias y sin futuro, protagonizando una permanente campaña electoral que pagamos todos los españoles. Sin Presupuestos y con una inmensa minoría parlamentaria que le obliga a depender de Podemos y de los independentistas, se dedica a imponernos decreto tras decreto mientras distrae nuestra atención de los problemas reales. Con la ocurrencia de la exhumación de los restos de Franco ha ganado algunas semanas, pero, como el asunto perdía fuelle, se ha sacado de la manga otra ocurrencia: nada menos que una reforma de la Constitución en tres meses. Uno puede discrepar de sus políticas, pero no se le puede negar su inventiva ni su capacidad de huir hacia adelante de ocurrencia en ocurrencia. Hasta que la realidad le alcance.

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