tribuna

El crowdfunding

Celebrar un cumpleaños era una forma de agasajar a los amigos. Una manera de encontrarse invitándolos a merendar, y de paso tener la oportunidad de recibir algunos regalos. Ahora que estamos en la época del bajo coste, esta práctica se ha aligerado bastante y, aprovechando la amplitud que ofrecen las redes sociales al concepto de la amistad, como no es posible convidar a todos los amigos se abre un crowdfunding para que aporten su granito de arena y así poder festejar un aniversario solidario en nombre de la defensa de una buena causa. El efecto multiplicador que tienen las técnicas surgidas en las redes para la intercomunicación de las masas ha contagiado a todos los ámbitos de la sociedad, principalmente al de la política. La operación de crowdfunding se inicia el día en que alguien, en un ya lejano 2016, propone una investidura sin haber pactado previamente los apoyos. Es decir, con una invitación al que se quiera sumar. No salió bien. Lo mismo ocurrió en la moción de censura de 2018, pero esta vez los compromisos de adherirse a la propuesta se basaban en que ninguno de los que iban a votar a favor estaba dispuesto a seguir manteniendo en la Moncloa al representante de un partido acusado de corrupción. Lo que no estaba claro, y no se ha despejado hasta el momento actual, es cuáles eran los compromisos adquiridos para hacer posible que el candidato accediera al gobierno, máxime cuando él mismo había anunciado que se trataba de algo instrumental y que convocaría elecciones de inmediato. Ante esa perspectiva era lógico que el crowdfunding se convirtiera en una operación exitosa. En ambos casos están todos invitados a la merienda sin que aparentemente esta tenga que celebrarse y cueste dinero al que la organiza. Espera recibir regalos sin dar nada a cambio, como si se tratara de un cumpleaños de Facebook destinado a recaudar fondos para una ONG.

Más tarde nos enteramos de que de crowdfunding nada, y que para aprobar los presupuestos hay que pagar un canon, emprender algunas acciones comprometidas, que son las que han estado siempre latentes dentro del partido socialista, cuando estableció la prohibición de cruzar determinadas líneas rojas. Los invitados a la merienda sin chocolate pusieron las condiciones para poder hacer sus donativos, y pasaron de una actuación a ciegas a concretar dónde estaban los límites de sus exigencias. Estos límites no eran de la conveniencia de quien estaba en el Gobierno, por eso se ha declarado desde Guatemala (ya se sabe lo de Guatemala y Guatepeor) que se desiste de aprobar los presupuestos, que se prorrogarán los de Rajoy, y que se emprenderá un camino, hasta que la legislatura lo permita, en el que se gobernará por medio de decretos. De nuevo se pone el crowdfunding sobre la mesa. Ahora se trata de un desiderátum para sacar adelante acuerdos a los que nadie se puede negar, con la amenaza agravante de que el que lo haga lo pagará caro en las urnas. Lo malo es que ese paquete de acciones que, según se anuncia, van a resolverle la vida a millones de españoles, no tiene apoyo presupuestario y son meros brindis al sol. ¿Quién se va a apuntar a ese nuevo crowdfunding? ¿Quién está dispuesto a dar su beneplácito sin coste alguno solo para satisfacer que alguien no fracase en su intento por agotar la legislatura? Ya Pablo Iglesias, que es un experto en crowdfunding, ha anunciado que sin presupuestos tendrán que convocarse elecciones. La reacción es mantenerla y no enmendalla. Una reciente cabecera de El País dice que Sánchez da instrucciones a sus ministros para empezar a gobernar por decreto. Inauguramos un nuevo crowdfunding en paralelo a una larga campaña electoral hecha a la medida de Facebook. Aquí hay que decir, como en los toros, que Dios reparta suerte, pero sin que nos cueste mucho dinero.

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