tribuna

El poder judicial

El comentario mediático gira en estos días en torno a la influencia que tendrá la nueva composición de la cúpula del poder judicial sobre el juicio del procés. Parece como si existiera una división entre progresistas y conservadores a la hora de interpretar cuál es el alcance de los delitos que se le atribuyen a los imputados. Es un intento desesperado por llevar el debate a la cuantificación de las penas más que a la esencia del conflicto, cuya base es la legitimación que tiene una institución de nuestro país para quebrantar el orden constitucional imponiendo su mayoría parlamentaria, o siguiendo lo que ellos llaman el mandato de las urnas. Aquí lo que se juzga no es si las condenas van a conllevar quince o veinticinco años, sino a poner en pie la teoría de que el diálogo debe ser un valor preponderante ante la judicialización de las acciones políticas cuando estas son punibles. Se trata de darle la razón a quien se ha manifestado previamente, intentando así influir en la decisión de los magistrados; a quien ha aprovechado algunos errores procesales, que los ha habido, para desacreditar a los miembros del Tribunal Supremo; y a quien ha colocado sobre la mesa la contradicción del informe de la Abogacía del Estado en contra del presentado por la Fiscalía. Como se ve, es una discusión baldía, porque la parte afectada no se conforma con afinar en los matices: lo quieren todo. Quiero decir que, si alguien piensa que con esto se persigue dar un balón de oxígeno al Gobierno, obteniendo un apoyo parlamentario a la aprobación de los presupuestos, se equivoca. Ese camino ya está cerrado. Solo se pretende tener la razón en una cuestión ideológica, y supuestamente doctrinal, que no se contradice con la defensa del orden constitucional. Lo que se intenta conseguir es una victoria pírrica, y en ese esfuerzo se gasta inútilmente la energía de los comunicadores mientras se demuele la confianza en la integridad de los poderes del Estado desde el propio Estado. Se hacen cábalas sobre la influencia que puede tener en la sentencia el eliminar del proceso al juez Marchena, recientemente propuesto como presidente del Consejo del Poder Judicial, como si esto fuera determinante a la hora de ganar la partida. Utilizando un símil deportivo, es como si se pensara triunfar en un derby lesionando al portero del equipo contrario. Esto no parece serio. Los comentarios publicados contribuyen a la campaña de descrédito de las instituciones. ¿Quién va a creer en una justicia sometida a las marrullerías habituales y a los fanatismos que se despliegan en los campos deportivos? Es más, me atrevería a decir que en ese territorio se actúa con mayor limpieza.

Todo lo que leo no me parece otra cosa que una afirmación desesperada de la pervivencia del bipartidismo. Y algo de eso debe haber, cuando se cierra un acuerdo sobre la composición del poder judicial unas semanas después de que el presidente del Gobierno le dijera al jefe de la oposición: “Usted y yo ya no tenemos nada de que hablar”. La disputa está servida tras el fallo sobre las hipotecas. Si todo está contaminado, hagamos que el ambiente tóxico de la contaminación sobrevuele y envuelva a la globalidad de los aspectos de nuestra vida en sociedad civilizada. Qué más da. Se vive mejor en la uniformidad que en las excepciones. Nos sentimos más confortables revolviéndonos en el mismo cubo de basura. Al final, es igual para todos y no se nota el mal olor. A nadie le huele mal su propio cuerpo. Entonces acabaremos por darle la razón a aquel que no la tiene, porque la conveniencia para estar más cómodos así lo aconseja.

No sé si es la edad, la experiencia, o el pesimismo, pero siento la melancolía de ver cómo se desmonta piedra a piedra el edificio en donde habíamos depositado nuestras seguridades. Me consuela el saber que lo mismo le pasó al templo de Jerusalén en varias ocasiones, y en otras tantas fue reconstruido.

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