en la frontera

La democracia

Pensar que el sistema democrático es perfecto y que funciona sólo es un gran error

Pensar que el sistema democrático es perfecto y que funciona sólo es un gran error. Es lo que Benjamin Constant describió tan lúcidamente en el caso del gobierno jacobino en Francia. Y es lo que advertía con proverbial clarividencia uno de los más famosos pensadores liberales como Isaiah Berlin. Precisamente, en el libro Isaiah Berlin en diálogo con Ramin Jahanbegloo, ante la pregunta que le hace su famoso contertulio sobre el apoyo que puede dar a la democracia su teoría del pluralismo, Berlin no dudó en reconocer que en ocasiones la democracia puede ser opresiva para las minorías y los individuos, porque no es necesariamente pluralista; puede ser monista: la mayoría hace lo que quiere, por cruel, injusto o irracional que parezca.

Es más, Berlin señala que puede haber democracias intolerantes. La democracia no es pluralista ipso facto. Más bien, la democracia debe ser plural en la medida que exige consulta y compromiso, y que reconoce las reivindicaciones -los derechos- de grupos e individuos a los cuales, excepto en situaciones de crisis extrema, está prohibido excluir de las decisiones democráticas.

La democracia, uno de los valores más preciados de la humanidad, debe ser construida y alentada todos los días. No funciona sola ni existe ninguna garantía de que sin exigencia y sin compromiso no degenere en demagogia. Lo vemos a diario, y ahora con más intensidad.

PARTICIPACIÓN SOCIAL

La participación ciudadana en los asuntos del interés general debe ser una de las materias mejor impartidas en la educación cívica que deben tener las personas que viven en un Estado que se define como social y democrático de Derecho.

La participación es posible cuando los poderes públicos son sensibles a las iniciativas de los individuos. La participación es posible, y auténtica, cuando existe el convencimiento de que todos los ciudadanos pueden, y deben, aportar y colaborar en la determinación de los asuntos públicos. La participación es posible cuando se estimula, cuando se promueve, cuando se facilita que las personas se tomen en serio su papel en la promoción del bien general.

La carencia o el anquilosamiento de las acciones civiles debilita la participación de los ciudadanos, empobrece el dinamismo social y pone en peligro la libertad y el protagonismo de la sociedad frente al creciente poder de la Administración y del Estado. Una sociedad sin iniciativa social y sin medios eficaces para llevar a la práctica los proyectos por ella promovidos, puede llegar a ser enteramente dominada y controlada por quienes consiguen apoderarse de los resortes de la Administración y de los centros de poder más importantes. Es la sociedad cautiva en manos del poder, el nuevo clientelismo del siglo XXI, hoy más presente de lo que podemos imaginar a causa de las modernas y sutiles formas de manipulación y control social a través de las nuevas tecnologías.

Por ello, uno de los retos del sistema democrático desde el punto de vista ético se encuentra en la necesidad de que los ciudadanos se interesen y participen en la vida colectiva. La tarea no es fácil, porque no se trata de forzar la participación, sino de hacer posible que los ciudadanos quieran participar y colaborar en las tareas públicas porque son conscientes de que su aportación es esencial para el funcionamiento del sistema. Para conseguirlo, conviene recordar, aunque sea algo obvio, que el ser humano, en sí mismo, al ser miembro de una comunidad, debe, es un compromiso moral, colaborar a la buena marcha de los asuntos generales de la comunidad. Ni más ni menos.

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