Los tan solicitados libros “con valores” llevan mucho tiempo de moda. Lo que se acerque a los niños debe “servir para trabajar tal o cual tema”, debe “ayudarle a aprender tal o cual cosa”. A la hora de escoger un libro, como mediadores entre los libros y la infancia, nos preocupa más que nos dé soluciones al supuesto problema que queremos resolver que el hecho de que la obra cuente con calidad estética y literaria. Buscamos una receta para curar una enfermedad, y la enfermedad muchas veces no existe y otras tantas se cura con, sencillamente, buena literatura.
Teniendo en cuenta que todos los libros transmiten valores y mensajes, ¿qué prima cuando escogemos: una respuesta fácil y rápida o una buena historia, bien contada, que nos lleve a entender lo que queramos?
Las editoriales se lanzan a la desesperada a publicar títulos para “trabajar” las emociones. Muchos se convierten en productos panfleto con todas las respuestas dadas y que no plantean preguntas ni diferentes lecturas, y en muchas ocasiones cuya propuesta estética (ilustraciones, maquetación, tipografía, etc.) no está cuidada. Libros de una única lectura, a los que no se vuelve porque no se pueden leer de diferentes maneras, porque no son interesantes, porque en ellos no sucede nada, no hay una buena historia ni un producto hecho con mimo y respeto.
Tantas veces nos colocamos en la posición de persona mayor que sabe, y que se dirige al menor, que no sabe. Un planteamiento irrespetuoso con la infancia e incompleto para que el niño o niña se construya a sí mismo/a. Les acercamos un producto rosa y edulcorado como la infancia ideal que creemos que merecen. Pero en mi opinión merecen saber y vivir y entender la vida a través de buenos libros, buenos personajes, buenas historias. Merecen que se les cuente que a Caperucita se la come el lobo o que la muerte viene a buscar al pato, Inés decide un día poner todo al revés o una mamá pingüino chilla tan fuerte a su hijo que lo rompe en mil pedazos. Merecen libros en los que haya conflicto, personajes ricos, finales sorprendentes, preguntas implícitas. Merecen fantasía, no lecciones.
Merecen que el buen comportamiento o el valor de la generosidad se las traiga un personaje heroico que, gracias a sus buenas acciones, consigue vencer al villano del cuento. La personalidad del héroe está ahí y el pequeño, la pequeña, irán entendiendo con muchos cuentos, sin necesidad de que todo se les subraye. Sin necesidad de que todo se les explique. Con la certeza de que, si se les acercan buenos productos, ella entenderá lo que quiera, o él extraerá el aprendizaje que necesite solo.
Ayudemos a la infancia a encontrar historias verdaderas, repletas de sentido, que les hagan plantearse a sí mismos como individuos ante el mundo. Dejemos las recetas para los medicamentos o mejor, para los libros de cocina.
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