tribuna

Convivencia constitucional

Todavía tengo en mis oídos los susurros seductores de Pedro Sánchez en su entrevista con Piqueras en Telecinco. Todavía suenan las palabras concordia y convivencia como si nos estuvieran anunciando el preludio de la celebración gloriosa del aniversario de nuestra Constitución. Todavía siento el cosquilleo de la esperanza mientras las calles se llenan de protesta por el resultado de una consulta electoral. El que arenga y empuja a la movilización también se viste de gala para celebrar con gozo la llegada de una Carta Magna, que nos ha hecho vivir en paz durante los últimos cuarenta años, y además le permite organizar algaradas cuando las cosas no ocurren a su gusto.

Ayer publicaba El País una entrevista a mi querido amigo José Luis Alexanco, autor de la primera edición de la Constitución, un libro en el que estaban presentes la sencillez y la ausencia de orlas y barroquismos innecesarios, porque de lo que se trataba era de mostrarnos, con el lenguaje humilde de la modernidad minimalista, el acontecimiento más importante en la historia de nuestro país: el texto de la reconciliación, el marco de convivencia entre la gente que hacía cuarenta años andaba matándose a tiros, y que en los cuarenta siguientes sufrió el oprobio de las consecuencias de ese desastre.

Cuarenta es el número fatal que la profilaxis marca para dar por finalizada una epidemia. Ponemos nuestros asuntos en cuarentena a partir del momento en que nos damos un plazo para dejar que pase el vendaval. Ya hemos sufrido ese período doblemente. Primero, desde que acabó la Guerra Civil, y después, tras aprobar ese documento milagroso que hoy parece, según algunos, estar agotado. Nuestro país ha pervivido lo suficiente como para ser considerado uno de los Estados modernos más antiguos de Europa y del mundo, sin embargo, está sometido a una pulsión renovadora que tarda cuarenta años en aparecer. En realidad, es solo una apariencia, porque las cosas continúan siendo igual, a pesar de que, a veces, nos cuesta demasiada sangre mantener que esto sea así.

Aunque fue aprobado por una mayoría apabullante, el texto constitucional de 1978 contó con la reticencia de algunas minorías. Aquellas que se oponían a la transición desde las oscuras cuevas del franquismo, y las otras que pretendían mantener las cuentas pendientes de un guerracivilismo que apostaba por la ruptura. Las semillas estaban durmiendo su letargo entre los adoquines de las nuevas calzadas, allí donde no tenían oportunidad de germinar, pero ha pasado el tiempo suficiente y brotan de nuevo asomándose para volver a tener ese protagonismo que corresponde a las minorías destructivas. En las crisis siempre están los mismos componentes, aprovechando la debilidad de una sociedad golpeada por la adversidad, para hacerse presentes con sus reivindicaciones. Populismos y nacionalismos prenden fácilmente en la ilusión engañosa del pueblo. Todavía siento la esperanza en la voz susurrante de Pedro Sánchez a Piqueras llamando a la convivencia. Debe ser que estábamos en vísperas de celebrar el 6 de diciembre, porque sigue apoyado en esas dos rémoras para continuar en un viaje que a ningún sitio conduce. Estuvieron todos en el Congreso celebrando una jornada de concordia, pero en la calle se seguirán quemando contenedores en nombre de la libertad de expresión, que no es otra cosa que celebrar, a su manera, el permiso que la norma les da para hacer una transgresión a lo que propone su espíritu.

TE PUEDE INTERESAR