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El encabezado esconde una aparente simetría, sostenida en la obra de éxito mundial de Noah Harari, 21 Lecciones para el siglo XXI

El encabezado esconde una aparente simetría, sostenida en la obra de éxito mundial de Noah Harari, 21 Lecciones para el siglo XXI. Algún crítico sostiene que es un estudio lleno de promesas y vacío de contenidos. Inicia la obra decepcionado por los relatos del mundo actual. Donde en 1938 existían tres: comunismo, fascismo y liberalismo. Se redujeron a dos en 1968: comunismo y liberalismo. A uno en 1998, con el final de la Guerra Fría en la caída del Muro de Berlín y hoy, en 2019, nos encontramos en la globalización huérfanos de relato. El Fin de la Historia, sugerido en 1992 por Fukuyama, lo entendía como la lucha de ideologías. Donde veía en ello el fin de las guerras y de las revoluciones sangrientas, repitiendo el error del marxismo con su sociedad sin clases. Hipótesis incumplida y soportada en la lectura occidental, de un mundo ya redibujada por la globalización. Donde estamos en un nuevo escenario, lleno de asimetrías y desplazado hacia el Pacífico.

Asistimos, según Harari, a la confluencia de dos revoluciones, la “biotecnológica y la infotecnológica”. Con la primera, el hombre se ha separado de la naturaleza, quedando ésta al margen de la evolución natural, Homo Deus. Con la segunda, los avances de la inteligencia artificial reconfigurarán los marcos sociales y el empleo. Los desafíos tecnológico y político son de tal calibre que nos llevan al choque de civilizaciones y al choque social. Expresiones de actualidad en los conflictos Occidente–Islam, guerra de Siria, el Brexit y Trump, la emigración, la reconfiguración de Europa. De manera que estamos en un mundo multipolar, con varias civilizaciones en apariencia irreconciliables y en un movimiento de concentración poblacional acumulativo en las ciudades.

Harari nos coloca ante los desafíos tecnológico y político, con el liberalismo en crisis y con los nacionalismos insuficientes ante los retos de la globalización, que nos llevan a ensayar nuevas vías de cooperación global. Enfrentados a la desesperación y esperanza, donde ve que la clave está en mantener los valores del laicismo. Abordando la verdad con resiliencia, asumiendo la complejidad y los conflictos de las crisis. Contradicciones de las globalizaciones, que se plantean de forma asimétrica, en política, defensa y diplomacia. Los 195 Estados de la ONU, formalmente, tienen asumida la Carta de las Naciones Unidas (1945), están integradas en la OMC–GATT, y asumen en teoría la separación de poderes propios de las economías liberales. En la apresurada globalización, las reglas no son homogéneas y es con la religión donde se evidencian las diferencias. Entre Estados ateos (China), Estados laico–aconfesionales (Occidente) y los confesionales teocráticos (Islam). Donde no existe separación de poderes y el Estado invade, porque lo prohíbe o impone, la esfera individual del ciudadano y sus derechos y, por lo tanto, no son homologables.

Se extienden las asimetrías a campos tan relevantes como la defensa. Donde cuatro supranaciones asumen el 75% del gasto militar. EE.UU. y Rusia con un gasto doble respecto a su PIB, y China y UE a la mitad. La independencia en la defensa es un vector de diplomacia, como bien ha entendido China pero no Europa. Al igual que ha entendido el papel de las empresas globales, de las 10 primeras, 7 americanas y 3 chinas.

Ya son agentes de la globalización que pactan directamente con los Estados e influyen en sus decisiones, minorando sus fiscalidades. El juego rompe las reglas del actual orden mundial occidental, donde es asimétrica la economía, el Estado de derecho y la religión, la defensa y la diplomacia, que tampoco son recíprocas. Harari valora la situación, como si las reglas y valores fueran los nuestros. Aquí se equivoca.

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