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La edad

La ley de la selva, donde el más joven y fuerte le gana al más viejo, siempre, se reproduce en las edades del hombre, o al revés. A mis 71 años, la voluntad y el deseo dan paso a la resignación

La ley de la selva, donde el más joven y fuerte le gana al más viejo, siempre, se reproduce en las edades del hombre, o al revés. A mis 71 años, la voluntad y el deseo dan paso a la resignación. No puedo echar más pulsos. Veo a mi alrededor una bella juventud, con envidia insana. Sencillamente, ya no puedo competir y sólo me queda pasear y escuchar al guitarrista de la avenida de Colón tocar –y muy bien- La casa del sol naciente. En el Cintra Club bailaba esta y otras melodías, con mis novias, en la oscuridad. Ahora ya busco la luz de las farolas porque la oscuridad me asusta y, además, ya no tengo novias a las que arrimarme, ni falta que me hacen. Pero es que uno no se da cuenta de que envejece y ahora tú eres ese que antes veías como un anciano. Lo venía pensando mientras hacía mi caminata diaria y nocturna, sorteando turistas jóvenes, parejas de enamorados y música casi siempre horripilante (menos la de ese guitarrista) en la zona turística portuense. Mi consuelo es ahora que no me suba el azúcar y lo estoy consiguiendo, pero todas las otras ilusiones se han evaporado, porque sí hay una edad para el deseo, no me vengan con pamplinas de asilo de ancianos y de salideras provectas. Mas los ojitos no me los quita nadie y disfruto contemplando la belleza de esas jóvenes que pasean con sus novios, que las agarran fuerte para que no se les escapen. El PSOE, en su inmensa estupidez, considera acoso una mirada directa a los bellos ojos de las mujeres que –hoy, por ejemplo- se cruzan conmigo, en mi largo caminar. Pues que se vayan a tomar por saco los que piensen así. ¿Cómo voy a hacer un elogio de la belleza si hago caso a estos bernardos reprimidos?

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