Por Laura Escuela
Hace ya unos años que escucho y leo sobre crianza respetuosa y sobre la llamada “literatura respetuosa”, que se ha dado a entender como aquella libre de estereotipos de género, que lucha por la igualdad, que incluye a personas con diversidad funcional, fomenta el desarrollo emocional del niño o niña, se implica en la educación en valores, etc.
Sin embargo, me espina el hecho de que muchos de esos libros a los que llaman respetuosos suelen alejarse bastante de lo que podría llamarse literatura. Suelen estar repletos de personajes ejemplarizantes y alejados de todo simbolismo. Historias simplistas y vacías de interés, cuyo único objetivo es transmitir una lección moral.
¿Es eso respetuoso?
Creo que para que un libro sea respetuoso lo primero que tiene que ser es bueno. El libro respetuoso es el que tiene calidad estética y literaria, el que genera preguntas y no envía mensajes cerrados, masticados y fáciles. Es el que tiene varias lecturas, una propuesta diferente, interesante, un final sorprendente, personajes y desarrollo rico, sencillos tal vez pero no simples. El bueno es un libro que no se crea para solucionar un problema sino para ilustrarlo, plantearlo, revisarlo, cuestionarlo. Serán libros ricos que fomentarán el enganche, la búsqueda de más.
Como mediadores y mediadoras somos responsables de los libros que acercamos a la infancia, nos toca investigar, reflexionar, seleccionar. Y es preciso añadir sentido común y diálogo con el niño o niña, escucha y respeto a la persona que ya es y que ya sabe, opina y construye sentidos.
Por poner un ejemplo, ser respetuosos, en mi opinión, englobaría entender los cuentos clásicos como parte de una época y leer muchos, muchos de ellos, los clásicos noruegos y los rusos, los africanos y los árabes. En todos hay de todo.
Ser respetuosas no es impedir la muerte del lobo, ni hacer que la protagonista sea forzosamente femenina y valiente, no es quitar las brujas ni es solamente buscar libros sobre emociones.
Ser respetuosos es indagar, leer a los especialistas, valorar las editoriales especializadas, dejarles escoger, acompañarles, guiarles, preguntarles, preguntarnos. Hablar. Hablar mucho.
El libro, los cuentos, los valores que transmitan lo que leamos, no van a educar al niño, no va a forjar definida y definitivamente su personalidad, un libro concreto o muchas historias de un determinado tipo no le va a hacer desarrollar patologías o virtudes. Sólo van a ser un aporte más a su educación. Si ese producto es bueno, será un buen aporte. Si es mediocre, con pretensiones de educación en valores, será un aporte azucarado y sin nutrientes. Creer lo contrario, creer que por leer un cuento “machista” se va a hacer “machista”, que por que haya muchos clásicos en los que la madrastra es mala va a hacerle creer que su madrastra le odia, es infravalorar al niño o niña. Es faltarle el respeto.