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Primeras impresiones: ¿mito o realidad?

Nuestra propia experiencia nos invita a pensar que las primeras impresiones al conocer a alguien pueden ser determinantes en el tipo de relación, simpatía o grado de cooperación que estableceremos.

Coordinado por Priscila González

La sabiduría popular advierte de que “no debes juzgar un libro sólo por su portada”, algo que podemos extrapolar al apasionante y complejo mundo de las relaciones sociales. Sin embargo ¿existe fundamento que sustente esta idea?.

Nuestra propia experiencia nos invita a pensar que las primeras impresiones al conocer a alguien pueden ser determinantes en el tipo de relación, simpatía o grado de cooperación que estableceremos. El investigador Alexander Todorov de la Universidad de Princeton, revela que cuando vemos a una persona por primera vez se produce un proceso automático que nos lleva a formarnos opiniones y a emitir juicios de manera rápida y espontánea. En menos de un segundo somos capaces de percibir una gran cantidad de información que condicionará poderosamente nuestra conducta y forma de relacionarnos con esa persona.

No podemos evitarlo, es algo natural e instintivo. Estamos dotados de una especie de escáner evaluador que examina a cada extraño con el que nos cruzamos como mecanismo de adaptación y detección de amenazas potenciales.

¿En qué nos fijamos?

No cabe duda que las cosas, así como las personas, nos entran por los ojos. Nuestros juicios se basan, principalmente, en lo que podemos observar a primera vista: rasgos físicos, complexión, apariencia o vestimenta, expresiones faciales, mirada, movimiento, gestos y posturas. A lo que añadimos otros factores influyentes como la voz y las palabras transmitidas al hablar. Con todo ello evaluamos aspectos como la confiabilidad, la honestidad o la dominancia.

Científicos de la Universidad de York, en Reino Unido, han creado un modelo de atributos físicos que refuerzan el impacto de las primeras impresiones. Resulta curioso que, por ejemplo, las caras que nos resultan familiares o similares a las de otras personas que conocemos nos proporcionan mayor confianza, o que percibimos como más carismáticos y fiables a los líderes o políticos que mantienen el contacto visual, muestran expresiones faciales positivas como la sonrisa y utilizan gestos enérgicos con las manos.

También el atractivo físico y la simetría facial atrapa nuestra atención, especialmente si el rostro transmite emociones positivas y le acompaña una postura corporal abierta y cercana. Nuestro cerebro es un auténtico detector de ejemplares humanos que transmiten buen estado de salud, simpatía, sinceridad y buenas intenciones.

¿Somos buenos intérpretes?

Una cosa es percibir, algo en lo que podemos manifestar mayor o menor pericia, y otra muy distinta es interpretar. A la hora de darle significado a lo que percibimos surgen los dilemas ya que nos basamos principalmente en nuestra experiencia personal o preferencias, así como en estereotipos sociales y prejuicios. Interpretar o predecir con certeza el comportamiento y personalidad de un sujeto a simple vista es casi como comprar un boleto de lotería, nos ponemos en manos del azar. A menos que estemos entrenados, o seamos expertos en la materia, nuestros juicios están sesgados, son subjetivos y están impregnados de nuestros propios valores y creencias .

¿Cómo nos condicionan?

Resulta alarmante pensar que en tan sólo un abrir y cerrar de ojos tomamos decisiones en base a impresiones efímeras, más o menos acertadas. Casi de manera inconsciente, al caminar por la calle cambiamos de trayectoria o acera si detectamos extraños que no encajan en nuestro esquema de normalidad, o bien, al elegir asiento en un lugar o transporte público lo haremos preferentemente junto a rostros y apariencias amigables. Esto en el mejor de los casos. En el entorno laboral ese tipo de valoraciones rápidas pueden dejarnos fuera de un proceso de selección de personal si no vestimos de la forma apropiada o no llegamos a transmitir confianza.

También se ha estudiado el impacto de las impresiones en las decisiones judiciales o en la intención de voto electoral, arrojando resultados más que llamativos. Al observar una imagen, nuestro cerebro emocional tarda milésimas de segundo en dictar un veredicto positivo o negativo en función del nivel de competencia, confianza y cercanía que nos transmite un individuo.

En el terreno personal el encuentro inicial puede ser trascendental para que surja la chispa o química entre dos personas. Así lo han demostrado un grupo de investigadores de la Universidad de Nueva York a través del análisis de neuroimagen, identificando las partes del cerebro que se activan cuando sucede el amor o la amistad a primera vista.

En un mundo dominado por la imagen y las redes sociales, el irresistible dominio de nuestro cerebro emocional es incuestionable. Nuestro instinto aparece para alertarnos, protegernos y cuidarnos, sin embargo, es nuestra parte racional la que asigna valor a las personas en última instancia. Algo que para bien o para mal sólo queda en nuestras manos.

@institutoserbrillante
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