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Accidentes aéreos

En el año 1979 fui invitado por McDonnell Douglas, la compañía que construyó el DC-10, junto a un grupo de periodistas de todo el mundo, a sus instalaciones de Long Beach, en California. El motivo de la convocatoria fue ofrecernos datos sobre los motivos del accidente de uno de estos aparatos, que perdió un motor cerca del aeropuerto O´Hare, en las afueras de Chicago, en el vuelo 191 de American Airlines. Se nos informó de que la causa del siniestro -uno de los tres o cuatro graves que sufrió el avión- fue el inadecuado mantenimiento que tanto American como Continental y otras compañías realizaban del aparato, a la hora de retirar los motores para su reparación. El método, que ahorraba mucho tiempo pero que a la larga quebraba el bulón que sostenía los referidos motores, no contaba con la aprobación del fabricante ni de la FAA. Sin embargo, nuestra compañía de bandera Iberia, que lo hacía correctamente, jamás sufrió un percance grave con este aparato. Se corrigió el procedimiento, se añadieron mejoras al avión y voló normalmente muchos años. Algunos lo siguen haciendo. En los últimos meses se han producido dos accidentes graves del Boeing 737-8 Max, un avión modernísimo, que ha provocado la estrepitosa caída en bolsa de la compañía fabricante. El avión es extremadamente automático y de tecnología muy sofisticada. No se tardará en dar con las causas de los accidentes de Lion Air y de Ethiopian, producidos tras el despegue, pero ya han costado centenares de vidas. Dentro de unas semanas se sabrá la verdad, se corregirán los fallos y el 737-8 Max se convertirá en una gran aeronave. Mientras esto ocurra, este modelo ha quedado paralizado en los aeropuertos y la fábrica norteamericana ha detenido la producción (unos 25-30 aviones al mes), lo que le supone pérdidas estratosféricas. El análisis de las cajas negras y la revisión de los sofisticados sistemas no tardarán mucho en ofrecer resultados.

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