el charco hondo

Héroes

Quienes sí los manejan con familiaridad hablan de un conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas, que conducen a una solución, a resultados precisos y certidumbres. En matemáticas, lógica y ciencias de la computación -o disciplinas más o menos relacionadas- los algoritmos son una eficaz herramienta para resolver problemas; y en manos de asesores de campaña, candidatos, analistas y partidos, los algoritmos son la llave maestra, la deseada combinación de la caja fuerte, el bisturí que nos abre en canal para conocer qué pensamos por dentro, la pócima que permite a los estrategas electorales persuadirnos, cazar voluntades, captar votos, levantarnos del sofá, guiarnos hacia la puerta de casa, meternos en el ascensor, cruzar la calle, entrar en el colegio electoral, coger la papeleta que los algoritmos nos han susurrado en la oreja o tatuado en la retina, y así hasta dejarla caer en la urna siguiendo las instrucciones definidas, ordenadas y finitas que nos han llevado hasta allí, sin ser conscientes de que efectivamente nos han llevado hasta aquí. No es ciencia ficción; es ciencia, a secas. Fue así como Trump tuneó los diagnósticos, o cómo una pandilla de cerebros informáticos sacaron a los británicos de la UE. Recopilan, comparten y utilizan las pistas que les damos cuando buscamos piso, compramos billetes de avión, leemos la prensa en la tableta o pedimos que nos traigan una pizza. Hemos perdido el control. Los analistas digitales construyen nuestra realidad. Nos asaltan entre líneas, nos empujan sin manos, asoman sin que los veamos cuando miramos. Meten en una coctelera nuestras preferencias o simpatías político-ideológicas y, según les vaya en el baile, con esos ingredientes fortalecen, modifican o distraen nuestra intención de voto -de esa forma se las maneja, según muchos especialistas, Cambridge Analytica-. Aunque en España se va algo por detrás con estas técnicas electorales (aunque las empresas ya están en ello, pescando consumidores), se está en el camino. Abstenerse, quedarse en casa, tomar la decisión de no ir a votar, concluir que ninguno lo merece, es una heroicidad. Zafarse del control que ejercen los analistas digitales requiere una fortaleza mental propia de los personajes de Marvel. La abstención está mal vista. Abstenerse tiene mala prensa. Quienes anuncian que no irán a votar nunca han sido bien recibidos. No se lo están poniendo fácil. En estos tiempos dictados por lo que Félix de Azúa señala como la ingeniería de la sumisión, abstenerse es una decisión heroica. Héroes. Son unos héroes.

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