tribuna

Hallazgo sobre una cofradía de Tenerife en el Archivo Secreto Vaticano

Por  José Luis Alonso Ponga 

En la noche del 22 al 23 de mayo de 1519, un incendio destruyó por completo la iglesia dedicada a San Marcelo Papa en la vía del Corso en Roma. Cuando después de laboriosos trabajos se apagaron las llamas y los vecinos pudieron entrar a ver la catástrofe, se encontraron con que en la pared del presbiterio permanecía intacta la imagen de un crucificado, que con una candela a los pies parecía ajena al desastre ocurrido. Los vecinos lo tomaron por milagro y comenzaron a organizarse para dar culto a la que desde entonces comenzaron a llamar “Miracolosissimo Crocefisso”. De aquella primera asociación espontánea y vecinal, surgió un poco más adelante la Confraternità del Santisssimo Crocefisso de San Marcello in Urbe, posteriormente elevada a Archicofradía, que aún existe y que está celebrando el quinientos aniversario del milagro. Desde el primer momento fue honrada por los Papas poniendo como capellanes de la misma a los cardenales más importantes, y dotándola de un sinnúmero de indulgencias y privilegios entre los que estaba el liberar un preso condenado a muerte. En poco tiempo, consiguió una riqueza espiritual de tanta importancia, que las cofradías y hermandades Cristocéntricas de todo el mundo buscaron agregarse a ella para gozar de sus privilegios. No todas lo lograron, por supuesto, pero las que lo consiguieron hicieron todo lo posible por no perderlos.

Una de las que lo logró fue la del Santo Cristo de Los Remedios de Tenerife, según se deduce de un escrito que he encontrado en los fondos de dicha Archicofradía en el Archivo Secreto Vaticano. Se trata de una petición de renovación firmada en La Laguna, en la Isla de Tenerife, el día veinte de julio año 1728. Es una petición cursada por Francisco Zapata presbítero, y D. Simón Pinelo de Armas, quienes afirman ser Ecónomos de la Cofradía de Nuestro Señor Cristo Crucificado, y añaden que esta dicha cofradía situada en la capilla de la iglesia parroquial de la ciudad de La Laguna en la Isla de Tenerife (Príncipe, sic) de las Canarias, y que esta iglesia está dedicada a la Bienaventurada Virgen bajo la advocación de Los Remedios. Se dirigen a los ilustrísimos padres custodios de la cofradía romana llamada de San Marcelo, diciendo los tinerfeños que ellos tenían una bula en la que se contenían los privilegios, gracias e indultos otorgados por bula de Su Santidad Alejandro VII, en el año décimo de su pontificado, precisando que dicha bula les había sido concedida gracias a los buenos oficios de los beneficiados Señores Luis de Guirola, y Diego de Llarena. Sin embargo, a lo que parece, la bula se había extraviado y nadie sabía cómo actuar. Para demostrar la veracidad de lo dicho, describían con todo detalle el documento, señalando que estaba escrita en pergamino con la imagen del Crucifijo (de San Marcelo, se sobreentiende), acompañada de dos capuchinas. Y que la tal bula tenía su sello rojo metido en una caja de cobre. O sea, como otras muchas bulas expedidas por la Archicofradía, alguna de las cuales he podido consultar en el Archivo Secreto Vaticano antes citado. En ellas, el sello, de cera roja, tiene la imagen del Santísimo Cristo entre dos penitentes y dos doncellas vestidas con capa y capucha; está en una caja de cobre de forma ovalada. En el documento de 1728 piden la renovación de su agregación. Porque no estaban seguros de seguir perteneciendo a la Archicofradía Romana por no cumplir en tiempo y forma con el único requisito que se les exigía a los agregados: enviar todos los años a la Archicofradía de San Marcelo tres libras de cera para la procesión que hacía el Jueves Santo por la tarde, con el Santísimo Crucifijo, disciplinándose desde su iglesia hasta San Pedro del Vaticano, donde era recibida con toda pompa y solemnidad por el cardenal arcipreste de la Basílica. De una atenta lectura del documento se podría deducir, incluso, que los cofrades de La Laguna dudaban incluso de que en algún momento hubiesen estado agregados porque no tenían ningún documento que lo atestiguara. Pero disiparon las dudas diciendo que el día en que se ganaban las indulgencias la bula se exponía anualmente a la vista de todos. Y la exposición del documento a la vista de los devotos, dice el documento, se hacía porque el pueblo (piensa) que este es un requisito que se debe ejecutar para ganar las gracias. El argumento no es baladí, pues a comienzos del s. XVIII, los que de verdad “tenían bula” auténtica, la exponían ostensiblemente en público para demostrar su autenticidad y sellos, ya que había mucho fraude y comercio con estos documentos. Por lo que sabemos sobre estas bulas, el Papa había concedido Indulgencia Plenaria el Jueves o Viernes Santo (con motivo de la procesión), y el día de la fiesta del Santo Crucifijo, a todos los que, desde la salida del sol hasta el ocaso, acudiesen a la iglesia confesados y comulgados a rezar ante la imagen por las intenciones del Romano Pontífice.

En el nuevo documento, los cofrades tinerfeños piden que incorpore y agregue esta nuestra cofradía a la suya, y de nuevo se digne comunicarnos los privilegios. Más que una nueva agregación, están solicitando que se retome la primera, porque su deseo es que se añadan las gracias, las indulgencias y los privilegios concedidos desde el dicho año (1)644 (fecha de la primera agregación) hasta el presente pontificado. Siguen fórmulas canónicas, y la confianza en que serán atendidas sus peticiones, y añaden un dato curioso, que confirma la vida y la relación de hermandad que se producían entre la Archicofradía y las filiales agregadas. Están convencidos de que lo van a conseguir porque en el año 1722, habían recibido una invitación desde Roma para celebrar el jubileo del año 1725. Aluden con ello a que la Archicofradía del Santísimo Crucifijo de San Marcelo, además de otorgar a las afiliadas los privilegios espirituales, las invitaba a la celebración de los años jubilares. Para ello enviaba cartas a todas ellas rogándoles que, si estaban interesadas en acudir a Roma con motivo del Año Santo, les comunicasen el número de cofrades que pensaban asistir y las fechas. Los anfitriones esperaban a los forasteros en la puerta de muralla, por la que hacían la entrada en la Ciudad Eterna, y desde allí, procesionalmente les acompañaban a los lugares de alojamiento que la cofradía o tenía en propiedad o alquilaba para la ocasión. Los forasteros eran alojados y mantenidos gratis, aunque cuando partían solían dejar alguna limosna para colaborar en los gastos. También la Archicofradía Romana acompañaba a las filiales en las procesiones de visita a las siete iglesias, o a las que prescribiese en cada caso las normas de jubileo, y a la visita a San Pedro. Estamos pues ante un documento, a mi juicio, de gran valor para conocer la religiosidad popular del siglo XVIII, no sólo de Tenerife, sino de Europa, y la importancia de las cofradías Cristocéntricas en la Semana Santa española.

 

TE PUEDE INTERESAR