tribuna

Reflexiones ambientales en tiempo de crisis

Desde hace décadas las reflexiones ambientales constituyen una parte creciente de mis inquietudes intelectuales. Quizá el constante contacto con la Naturaleza, principal fuente de inspiración de mi actividad científica, me haya llevado a contemplar los paisajes y los ecosistemas como algo básico para entender nuestra situación y acción como especie dominante en la biosfera. Ello me ha impulsado a plantear algunas breves consideraciones. Creo que los científicos tenemos la obligación de proponer un desafío al cuestionamiento del viejo enfoque de una Ciencia desligada de los problemas éticos que nos lleve a plantear la superación de un modelo de crecimiento ilimitado cuya finalidad, desde mi punto de vista, nos ha de conducir a un desequilibrio ecológico y social cada vez más angustioso. En ese sentido merece seguir reflexionando acerca de la importancia de la maltratada biodiversidad del planeta y los ecosistemas que la sustentan por el ser humano. Los peligros a que están sometidos ambos y las causas que les amenazan lejos de mitigarse siguen propiciando un crecimiento insostenible, guiado por intereses particulares a corto plazo y cuyas consecuencias grosso modo son, entre otras: una contaminación mundial sin fronteras, una aceleración del cambio climático, una creciente degradación ambiental en todos los sentidos y unas crisis políticas y sociales de envergadura.

Para muchos, la creciente preocupación por la pérdida de biodiversidad es exagerada. Lamentablemente, tenemos en nuestra comunidad autónoma ejemplos antiguos y más recientes que son preocupantes. Algunas personas de cierto nivel intelectual me han comentado que las extinciones constituyen un hecho regular en la historia de la vida planetaria y, por supuesto, no dejan de tener razón, pero la preocupación no viene por el hecho de que desaparezcan algunas especies, sino porque estamos asistiendo a una extinción masiva a gran velocidad. Buscar soluciones para mitigar o frenar esta catástrofe ambiental, que ya se nos ha echado encima, es urgente y las consecuencias pueden ser graves para el ser humano, repito, como especie integrante de la biosfera planetaria.

Ante estas perspectivas que nos afectan, solo percibimos mucha palabrería, en ocasiones por personas poco informadas, que incluso nos tildan de ser no solo alarmistas, sino más bien catastrofistas. Haciendo un poco de historia, vale la pena remontarnos al año de 1987, cuando el concepto sostenibilidad aparece por primera vez en el Informe Brundtland, informe que coordinaba una mujer, la primera ministra, miembro del Partido Laborista de Noruega, Gro Harlem Brundtland. Dicho proyecto tenía como objetivo, conocer la situación del planeta en aquella década y se definió como: “Aquel desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para que puedan satisfacer sus propias necesidades”.

Han pasado 32 años desde la fecha en que se pronunció esta proclamación. Un hito histórico que en el momento actual más bien parece una utopía, ya que hablar de sostenibilidad sin conocer el verdadero significado del término es un signo de la incultura ambiental que nos rodea. Es más aún, cuando no existen o no sabemos aplicar fórmulas efectivas para resolver el conjunto de megaacciones que configuran las relaciones políticas, geoestratégicas y económicas que han puesto en peligro la supervivencia del ser humano sobre la superficie del planeta herido.

Quizá para alcanzar la utopía, antes mencionada, sea necesario intentar potenciar un alumbramiento de un nuevo paradigma ambiental que nos permita vivir en armonía con todo lo existente. Una herramienta básica para alcanzar este intento deberá ser la implantación de una educación para la sostenibilidad, desde la perspectiva social, económica y ambiental más rigurosa, extendida a toda la sociedad desde criterios técnicos y universitarios, algo marginados a lo largo de este tiempo en el sector más significativo de nuestra sociedad: la educación desde la más tierna infancia hasta la madurez más longeva.

Existe una luz en este momento que ilumina esta esperanza: la aparición de Greta Thunberg, una estudiante de 16 años, activista sueca que en agosto de 2018 se convirtió en una destacada figura al poner en marcha unas huelgas estudiantiles que, a las puertas del Parlamento sueco, produjeron el inicio pacífico de una conciencia popular destinada a solicitar, de la clase política sueca, una acción inmediata para frenar el calentamiento global. Este clamor público juvenil contribuyó a iniciar el llamado Movimiento de la Juventud por el cambio climático. En diciembre de 2018 esta intrépida mujer presentó ante la XIV Conferencia sobre el Cambio Climático organizada por la ONU un discurso memorable. Pero más memorable ha sido su intervención en el Parlamento Europeo el pasado 17 de abril, donde, emocionada, leyó un manifiesto en inglés desde la tribuna presidencial ante un auditorio repleto. Internet nos ofrece un vídeo de este acontecimiento histórico que merece visionarse. Pienso y sugiero que debería presentarse al conjunto educativo, en especial al alumnado, pero por supuesto también al profesorado y al personal administrativo y laboral. Sería una bonita forma de celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente el próximo día 5 de junio. Destaco la siguiente reflexión de Greta que comparto plenamente: “… Estamos en medio de la sexta extinción en masa cuya tasa es 10.000 veces más rápida de lo que se considera normal, con hasta 200 especies que se extinguen cada día”. Esta cifra brutal calculada para un año daría unas 73.000 especies. Muchas de estas son desconocidas para la Ciencia, lo cual hace pensar que quizás algunas habrían podido ser útiles para la humanidad como recursos valiosos.

Cada viernes de mes, la juventud del planeta está convocada a participar en una manifestación pública en apoyo del manifiesto de Greta Thunberg. En marzo pasado me encontraba con mi mujer y mi hijo en la ciudad alemana de Dresden. Una ciudad que merece la pena visitar, situada en el corazón de Europa. Se ha reconstruido en tiempo récord desde que fue integrada en el modelo político de la República Federal Alemana. Estábamos contemplando el rio Elba en la terraza situada ante el imponente edificio de la Facultad de Bellas Artes. Era viernes al mediodía, a esa hora vimos pasar una larga fila de personas, la mayoría estudiantes de secundaria y universitarios portando pancartas pacíficas sobre el cambio climático. Iban en dirección a la sede del Estado de Sajonia. No pudimos resistirnos y durante un kilómetro compartimos aquel trayecto. Al terminar reflexionamos, quizá estamos ante el despertar de un nuevo tiempo. Me consta que la ola pacifista levantada por Greta ha llegado a Canarias. Es una alegría, aviva el optimismo.

Para finalizar quisiera presentar una última reflexión. Junto al cambio climático, el mayor problema ecológico que estamos causando los seres humanos de la era industrial y tecnológica es, sin duda, como acabamos de comentar, la hecatombe de la biodiversidad y la geodiversidad, y también puede interpretarse en clave de choque temporal, en este caso, entre el rapidísimo ritmo de la destrucción de la diversidad genética y los larguísimos tiempos necesarios para que surja la misma. A escala mundial, la pérdida de biodiversidad es dramática, se trata de una crisis global de extinción de especies, como nos anuncian diversas instituciones de renombre mundial, la ONU, la Unesco o la UICN y miles de personalidades relevantes integradas en el amplio panorama intelectual humano. Destaco entre ellas a una personalidad científica de enorme prestigio, Edward Osborne Wilson (Birmingham, Alabama, USA, 10 de junio de 1929) biólogo y entomólogo-mirmecólogo, entre otras especialidades, introductor del concepto biodiversidad en la literatura científica, portador de 27 doctorados Honoris causa, es además una de las dos personas que han recibido la concesión mas alta en Ciencias de los Estados Unidos, la Medalla Nacional de la Ciencia y, en dos ocasiones, el premio de literatura Pulitzer. En su libro El futuro de la vida escribe en tono esperanzador lo siguiente: “El ser humano hasta hoy ha desempeñado el papel de asesino planetario. La ética de la conservación en la forma tabú, totemismo o ciencia, casi siempre llegó demasiado tarde; tal vez aún haya tiempo para actuar ”.

Sinceramente creo que no estamos aún preparados para semejante aventura. Tenemos mucho que aprender todavía. En relación al tiempo cósmico poseemos menos de un minuto de vida, pero en él la evolución dio un salto inmenso, de inconsciente se hizo consciente. Y con la conciencia podemos decidir qué destino queremos para nosotros. En esta perspectiva, la situación actual representa un desafío antes que un posible desastre, la travesía hacia un escalón más alto y no hundirnos en la autodestrucción. Dedicado con ilusión a la juventud mundial, pero muy en especial a la canaria. Que tiene la suerte de vivir y la obligación de conservar a uno de los territorios mas geo y biodiversos únicos del planeta Tierra.

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