después del paréntesis

El tatuaje

Si lo ves, resulta extraño; el brazo de un futbolista que, por el hondo cariño que le dispensó al nacer, se grabó el nombre de su hija. Raro porque ese tatuaje está cercenado, un corte manifiesto en su centro. Es un mediocampista español que emigró a la Premier League y allí se convirtió en uno de los más reputados de su tiempo. Pero las desgracias nunca vienen solas y una de las desdichas más pavorosas que le pueden ocurrir a un deportista le ocurrió a él: una lesión por la que hubo de ser operado ocho veces en el pie. Como los médicos para el caso son muy directos, el que lo atendió le manifestó que (con suerte) podría caminar pausadamente con su hijo por el parque y en verano. Esas tenemos, se dijo. Siempre que se entienda que hay individuos que no se rinden, que se resisten a la inutilidad, a la dependencia o al pasmo. Así es que las hinchazones remitieron, las cicatrices se secaron, el pie (marcado) volvió a ser pie, comenzó a andar por el césped, luego a correr, se encontró con el balón, le dio patadas y recordó el ingenio que lo habían hecho grande. Su equipo de entonces (el Arsenal) se disculpó ante él, dado que ya habían obtenido lo deseable de su talento, y lo invitó a que se despidiera de Londres. Como la cuestión no era el inglés, sino lo que lo comprometía y por lo que luchaba, vuelta atrás, al equipo que lo formó y en el que fue feliz (el Villarreal). El empeño tiene premio. Trabajó solo en sesiones funestas, recorrió la larga travesía del desierto como un pobre perseguido. El entrenador vio, comprendió y le dio el plácet de volver. Del abismo surgió el ave Fénix y ese equipo, que se vio descendido en esta temporada, se sorprendió por el tesón de quien lo salvó. Las hazañas se premian, ya digo. El asturiano Santiago Cazorla González es llamado a la Selección Española (el premio a los capacitados) 1.300 días después de la última vez que compartió honor con los mejores de España. La lección no es solo singular sino manifiesta: la capacidad de sufrir (cosa que no alcanza a todos los hombres), la confianza en sí mismo, la determinación que no conoce límites. Los milagros resplandecen, se apreciará; eso es lo que evalúa a las personas, no el tardo y repudiable pesimismo. Ahora Santi Cazorla tiene una parte de su alma y de su cariño en traslado: del brazo al tobillo por un trasplante de piel. La tinta no se borra. Su hija está en el origen de su ser y en lo que lo confirma: la trama enhiesta y portentosa de la superación.

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