en la frontera

Entendimiento y respeto a las diferencias

Una de las características que mejor definen los sistemas ideológicos cerrados que protagonizaron buena parte del siglo pasado, y que tanto daño provocaron a tanta gente, es el enfrentamiento como metodología de acción política. En efecto, estos sistemas pretendieron aplicar unilateralmente a la realidad determinadas teorías inspiradas en esquemas ideológicos conformados de forma abstracta que se aplicaron unilateralmente, sin contraste, a la realidad, con las consecuencias que todos conocemos. Incorporaron a su núcleo doctrinal el enfrentamiento como método, lo que significó, obviamente, confrontación, desencuentro y búsqueda de lo que diferencia y separa por encima de todo. Pues bien, hoy esto se da de nuevo, a veces por causa de la corrupción provocada por los partidos tradicionales, a veces ocasionada por la ausencia de convicciones firmes en la actuación pública, presentes, muy presentes en el ámbito político de tantos países, entre los que España no es excepción. En este ambiente, las normales y lógicas discrepancias inherentes a la vida política se convierten en el centro sustantivo de la vida democrática, desvirtuándola y desnaturalizándola gravemente. Sobre todo cuando semejante esquema de contrarios y oposiciones se aplica, con ocasión y sin ella, a todos los aspectos de la vida política, económica y social. Nuestra experiencia política reciente, la transición política a la democracia, demuestra hasta la saciedad que tal esquematización maniquea es tan falsa como la clasificación de los partidos políticos entre buenos y malos. Con procedimientos de análisis de este corte, que divide a la sociedad entre tirios y troyanos, la persona queda subordinada a su ubicación en el espectro ideológico. De esta forma, se olvida lo más importante, que las personas normales reclamamos que los dirigentes se ocupen fundamentalmente de hacer posible un ambiente político y social en el que se pueda ejercer la libertad solidaria. Resulta en verdad dificil en una sociedad democrática pretender la disyuntiva que algunos plantean a los ciudadanos cultos e informados de cualquier sector: o eres de los nuestros o estás contra nosotros. En cambio, cuando las personas son la referencia del sistema de organización político, económico y social, entonces aparece un nuevo marco en el que la mentalidad dialogante, la atención al contexto, el pensamiento reflexivo, la búsqueda continua de puntos de convergencia y la capacidad de conciliar y sintetizar sustituyen a la obsesión por el enfrentamiento. Para la política ideologizada lo primario y principal son las ideas, para la política moderada lo relevante son las personas. Es verdad la afirmación tan frecuente de que todas las ideas son respetables mientras no lesionen la dignidad humana. Claro que sí, pero a quien es debido el respeto fundamentalmente es a la persona. Y para expresar la fe democrática ante las opiniones, me parece más acertada la formulación de aquel político inglés que, rechazando desde la raíz las convicciones de su adversario, colocaba incluso por encima de su vida el derecho del contrario a defenderlas. Las ideas son fundamentales en la vida política. Por supuesto. Pero quienes la enriquecen, o la empobrecen, son las personas que las sustentan. Quizás no este en los grandes sistemas de ideas la solución a los variados y complejos problemas con que se enfrenta quien está en política, sino en la prudencial aplicación de los criterios de análisis a cada situación contraria. Y esta tarea de aplicación será en verdad prudencial probablemente si tiene en cuenta a las personas, si tiene bien presente la dimensión instrumental de los sistemas de ideas sociales y políticas. Si se trabaja desde la centralidad del ser humano, principio y fin de la acción pública.

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