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Las intrigas de un pacto hasta que comenzaron a rodar cabezas

Durante días de fragor y espionaje, los partidos políticos se afanaron en las Islas en urdir y destejer alianzas que resultaron auténticas ensoñaciones, pues al cabo de todas las conjeturas solo un acuerdo parecía tener fundamento; lo demás era ficción
El pacto de progreso le gana la carrera al de centro-derecha. | FOTO: Fran Pallero

Manuel Hermoso asestó una verdad lapidaria que ocupó la portada del DIARIO de este sábado con la solemnidad que merecía la ocasión. Era lo propio. Su valoración tras consumarse el Pacto de Progreso, y tras ver caer los ayuntamientos que más le afligían, el de La Laguna y, en particular, el de Santa Cruz, desde el que pilotó hace casi 40 años el concepto de un partido emancipativo, condensa el sentimiento, casi patriarcal, de un hombre que nunca dejó de ser honesto consigo mismo. “Esto es democracia; ha habido cansancio de la gente tras 26 años de CC”, declaró estoicamente a Moisés Grillo, al filo de la noche, cuando en toda Canarias ya era vox populi que había prevalecido el cambio entre cuatro partidos de izquierdas. Era viernes, “completamente viernes”, como el poema de García Montero, y Hermoso fue sincero una vez más, dolorosamente franco. Él llegó a la política desde el rechazo a la dictadura y esa noche nos dijo sin disimular la consternación por la debacle de su partido, que siempre había sido un demócrata a pies juntillas y ya no podía ser otra cosa, aunque las urnas y la aritmética hubieran pulverizado lo que él fundara en 1993 con una sagacidad innegable, y con tanta perspicacia.

La noche anterior, Saavedra estaba exultante y desvelado. Saavedra, que junto a Hermoso, participara (él de forma pasiva) de los orígenes de Coalición Canaria, calificó de “terremoto” la pérdida del poder por parte de su eterno adversario, CC. Criticó el clientelismo que generan los gobiernos prolongados de un mismo partido, y no ocultó su contribución a este desenlace.

La política canaria se ha cocinado estos días a plena llamarada, no ha sido a fuego lento. Antes de que en una habitación de tan solo 2 x 2 metros cuadrados, en la quinta planta del Parlamento (la menesterosa sede de Nueva Canarias), Ángel Víctor Torres, Román Rodríguez, Noemí Santana y Casimiro Curbelo se juramentaran el jueves para sacar adelante el Pacto de Progreso, el cielo de Santa Cruz vio burros volando, como decía Olarte, y hubo cabezas cortadas en mitad de un campo de batalla fratricida cuando ya era tarde e innecesario. Lo que decantó a Casimiro Curbelo fueron las dudas de Ciudadanos (Rivera obturaba el frenesí de Villegas, que por último parecía ablandarse ante las imploraciones de CC) y, no en menor medida, las divisiones internas del PP en cuanto cobró cuerpo la tesis inverosímil de que, al igual que Clavijo, debía ser apartado el líder popular, Asier Antona.

Saavedra había seguido de cerca los titubeos de Curbelo. Son amigos de toda la vida y el PSOE pidió al padre de la autonomía y del primer Pacto de Progreso (1985) que intercediera ante el político gomero. No fue hasta que saltó a la luz el nombre de la popular Australia Navarro como candidata prosélita de Coalición a presidir el Gobierno sin Clavijo ni Asier, que Casimiro lo vio claro: de los 11 diputados del PP, los acólitos de Antona no votarían nunca ese Gobierno cainita. Luego, como nos dijo a este periódico, el mismo día que se supo esa operación, “no es un pacto estable”. Curbelo tenía que firmar a las cuatro de la tarde del jueves en Tenerife un supuesto pacto de centroderecha listo para salir del horno. Estaba todo ultimado en la galaxia de CC y PP, tras arduas negociaciones de Clavijo y Barragán ante Génova, de espaldas a los medianeros. Barragán cogió los folios del documento convenido presumiblemente por las partes (CC, PP, Cs y ASG) y se plantó en la sede popular del Parque Santa Catalina con las dos cabezas en bandeja de plata: la de Fernando Clavijo y la de Asier Antona. Era una escenificación premeditada. A las ocho de la mañana de ese día (Barragán, el hombre que fue jueves, como en la novela de Chesterton), la permanente de CC había acordado, en efecto, decapitar simbólicamente a su líder, Clavijo, cumpliendo la premisa del decálogo de Ciudadanos sobre los políticos imputados, y brindar una vez más la presidencia al PP, con la condición de sacrificar a Antona en favor de Australia Navarro, la secretaria general del partido. Habían volado de Madrid a Las Palmas dos peces gordos de Génova, Teodoro García Egea, el número dos de Pablo Casado, y Javier Maroto, vicesecretario de Organización. Ambos estaban en el ajo: era una noticia precocinada y obedecía al trampeo inconfesable de los dos partidos: Coalición hacía el trabajo sucio de defenestrar a Antona y el PP fingiría no tener más remedio que acatar su exigencia con la coartada de no poner en riesgo el pacto. ¿Qué hizo que la componenda se viniera al traste? Cuando Barragán entró en la sede del PP con los dos bultos bajo el brazo ya era conocida la voluntad de Curbelo de pactar con la izquierda, donde vio más seguras las cabezas de sus líderes. Y eso que Nueva Canarias había sembrado dudas hasta que el PSOE reconsideró el asedio a sus alcaldías de Telde y Santa Lucía y al Cabildo de Gran Canaria. Y aun a pesar de que un alcalde socialista réprobo le sustrajo a Curbelo la tentadora alcaldía de Valle Gran Rey. El socialista Ángel Víctor Torres presidirá un Gobierno tras 26 años del último socialista. Su arma ha sido la paciencia.

Los buenos oficios de Saavedra (luego se sumó Sánchez a la ronda de agasajos telefónicos), auténtico martillo pilón, surtieron efecto. Con 83 años (que cumple el próximo 3 de julio) se implicó como en los juveniles años preautonómicos en la máxima del cambio. Llamaba religiosamente a su amigo colombino cada dos por tres, y tuvo paciencia con él hasta tomar juntos del gánigo este pacto de colactación. “Eres de los nuestros. Le dije, no puedes tirar por la ventana toda lo que has sido en tu vida”. Ahora se inician los ritos de la reconciliación de Curbelo con el PSOE. De decano a decano, de amigo a amigo, de socialista a socialista. Saavedra lo ganó. Dos conmilitones. Pero fue la grieta del PP, la proscripción de Antona, y el veto de Rivera, reacio a fotografiarse con Clavijo pese a los intentos de Ana Oramas, lo que inclinó la balanza. Curbelo quiere ser llave de un Gobierno durante cuatro años, no durante cuatro días. Y temió que no lo iba a ser ni uno solo siquiera, pues no sumaban 36. Y el pacto de progreso, sí, incluso 37. A Curbelo no le gustaron las malas formas. Dio su palabra el jueves y fue a decirle adiós a su amigo Clavijo en la Casa de la Piedra.

El efecto dominó comenzó el sábado 15 de junio. La caída de La Laguna nadie la discutía. En el feudo de los escándalos del caso Grúas, el caso Reparos y Las Chumberas se estrenaba el cambio con el pacto de progreso matemáticamente surgido de las urnas. En Santa Cruz, se cumplieron los pronósticos, y fue elegida alcaldesa la socialista Patricia Hernández, pero los dos concejales de Ciudadanos debieron sortear una artimaña. Dirigentes de su partido tramaron horas antes de la votación dejar tirada a Patricia y facilitar la reeleción de Bermúdez. Si en el PP se ha abierto una crisis pavorosa tras la injerencia de CC contra su líder y ya se alimentan dos bandos, los de Antona y los de María del Carmen Hernández Bento, que asoma entre sombras a raíz del viaje de cinco estrellas de Egea y Maroto, en Ciudadanos, a su vez, la errática negociación de estos pactos aboca a un proceso de ceses en cascada. Cs ya controla buena parte del poder económico de Santa Cruz y frente a ello la dirección nacional anuncia una escabechina en las Islas, donde los gestores no lo han podido hacer peor. Matilde Zambudio y Juan Ramón Lazcano se han erigido en los dos activos principales de este partido en Tenerife, por no prestarse a los enjuagues que ahora son investigados a bordo del partido naranja.

Este nuevo ciclo, al que no es ajena la inminente censura en el Cabildo de Tenerife, se abre paso entre los escombros de una gran batalla, que ha dejado graves secuelas en tres formaciones: CC, PP y Cs. Fue un viernes de tantos viernes como ha habido durante este mes de sobresaltos, tras el 26-M, cuando Clavijo tuvo en sus manos una última oportunidad de llevarse al huerto a Curbelo. Tomó la palabra en el almuerzo del palacete de Ciudad Jardín y se negó a dimitir del todo, a no figurar en el próximo Gobierno, como exigía Cs desde Madrid. Curbelo le había dedicado palabras de amistad. Y Antona, que iba camino de la presidencia subrogada, pidió garantías de que no sería un presidente pelele. Clavijo le cortó las alas y se negó a retirarse: “Si no estoy yo, no votarán todos, no lo harán mis leales”, dijo. Curbelo supo entonces que tanto CC como PP no eran grupos de fiar , pues si uno u otro perdía a su líder, también perdía la unidad. Y se fue de vuelta a La Gomera con esa matraquilla.

En mitad de esta rocambolesca conurbación de partidos y líderes entrometidos, visitó la Isla Marino Rajoy. Cenó con amigos y políticos arropado por esta casa y preguntó qué estaba pasando, por qué había tanto ruido desde que había pisado el volcán. El veterano político intervino en el Foro Premium de DIARIO DE AVISOS y dejó, al marcharse, la estela de quien, como dijera Hermoso, aceptó que en democracia un día has de irte a casa.

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