por qué no me callo

Clavijo y Antona: nunca llegó a ser amor

Clavijo y Antona tenían química personal, según se puso de manifiesto en el período más crítico del anterior mandato, cuando el lagunero expulsó a los socialistas del Gobierno en diciembre de 2016, pero no cualquier día, sino aquel viernes víspera de Nochebuena, nada menos que el 23, a tiempo de que Patricia Hernández y su milicia no se comieran el turrón. Clavijo invitó a cenar varias veces al palmero y desplegó sus artes de seducción como ahora a Egea, con tal de abortar el atisbo de una moción de censura, de la que solo tenía indicios por las páginas de DIARIO DE AVISOS.

Pero en Génova, cuando Rajoy, Asier Antona tuvo en aquellas fechas una intervención-soflama delante de Fernando Martínez-Maíllo (hoy en el ostracismo) y despejó todas las dudas. Dijo que no se llamaran a engaño, que en las Islas el adversario político del PP en términos no ideológicos, sino de espacio electoral era, precisamente, CC. Cuando Rajoy nos visitó en junio, bajo el siroco de los pactos de birlibirloque, mostró un sincero afecto por Antona, una mezcla de afinidad paternal y de gratitud por lealtades de guerra. La política, bélicamente comprensible, es un despropósito en tiempos de paz. Los partidos y sus dirigentes se mueven en su salsa cuando están en el frente de batalla, y descubren sus vergüenzas cuando se arrellanan en el escaño y dirimen sus diferencias sin armas ni bagajes, sin la pistola de Indalecio Prieto, sin los disparos al techo de Tejero y sin la sombra de ETA a sus espaldas. De ahí la nostalgia de la Transición, que era en realidad un armisticio, la tregua, un acto de conciliación. Lo hemos visto en Pablo Iglesias, desbravado, sin la iracundia del 15-M, que, falto de reflejos, ha dejado pasar el tren del Gobierno. Pero Antona tenía esa idea dentro, y la conocían sus confidentes, además de algún testigo de aquella revelación ante Maíllo en Génova. Solo apoyó a Clavijo en los afeites del Presupuesto, pero lo dejó plantado y sin novia cuando lo citó al altar para que entrara en el Gobierno a ocupar las vacantes del PSOE. Y lo volvió a hacer en junio, cuando Clavijo le ofreció el puesto de presidente-guiñol, y miró para otro lado asintiendo mímicamente a Zapata cuando en Génova (Casado&Egea) le ordenaron hacerse el harakiri para que el Cabildo fuera para CC.

Antona, el estatúder del PP para estas provincias, afirma no rendirse. Acepta la recompensa de un escaño del Senado por no atrincherarse en las islas contra su partido en Madrid y deja el recado de que volverá como candidato si hay elecciones internas para el cargo que ahora cede a Madrid como quien deposita una fianza para seguir libre. Sabe que le ofrecen oropeles y espera a que la esfera dé vueltas. Siempre pasa igual, el mundo gira y en breve la historia es otra.

De aquellas cenas queda un viso de amistad, pero entre Clavijo y Antona nunca hubo un pacto de sangre. Ahora, al ver al de CC tomar las de Villadiego, rumbo al Senado de los elefantes, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, ha sufrido una de esas decepciones inconfesables. Pues nada más cimentarse el pacto de progreso -que a la contra le gusta llamar de las flores, para hacer tópicos de un acuerdo marchito-, Egea auguró una mayoría de centroderecha para otoño. Ahora, sin Clavijo ni Antona, que eran las dos cabezas que entregaba Coalición a Egea para un Gobierno a la desesperada, solo resta al de Murcia confiar en Australia Navarro. Aunque esto ni sea Australia ni sea Navarra.

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