por quÉ no me callo

De la Luna a Tenerife

En plena epifanía del 50 aniversario del viaje y abordaje del hombre en la Luna, hoy cobra todo su esplendor la vocación de las Islas en esta materia, sus vínculos con aquel vuelco que dio la historia con la sola huella de una pisada trascendental en el satélite virgen de nuestro entorno. Neil Armstrong, protagonista de la hazaña que haría célebres hasta a quienes, como Jesús Hermida, la narraron, dijo y dejó una frase para la posteridad: “Es un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. En realidad, como trató siempre de aclarar el propio Armstrong, el audio se presta a equívoco: él quiso, al parecer, referirse al modesto paso de “un hombre”, pero su adagio se hizo memorable en su versión más genérica y solemne.

El célebre astronauta pionero, que fundó el turismo espacial, vino a Tenerife en 2011 (el medio siglo del viaje inaugural de Gagarin), y paseó sobre esta isla y La Palma, lo cual no dejaba de tener cierta connotación especial/espacial, pues no eran los pasos de un hombre cualquiera, sino del mismo que dio aquella gran zancada para la humanidad. Neil Armstrong y su compañero de marcha lunar Buzz Aldrin eran invitados estelares del festival Starmus que organizaba en Tenerife Garik Israelian y que trajo más tarde a Stephen Hawking, en lo que constituiría la reafirmación de una idea premonitoria, pues Armstrong con su huella había inaugurado la travesía humana a la Luna y Hawking era firme partidario de colonizar otros satélites y planetas, dado el estado deplorable de la Tierra por la huella de carbono del hombre.

En las Islas es fácil enamorarse del espacio y, por ende, de la astrofísica, como preconizó en los años 60 el padre de esta disciplina en este país, Francisco Sánchez, que ahora saca a la luz un libro con las reminiscencias de aquella primera semilla, Soñando estrellas, así nació y se consolidó la Astrofísica en España, cuya presentación está prevista para mañana, en el Leal de La Laguna. Sánchez parió la Astrofísica en la universidad española en plena efervescencia de la carrera espacial y su Instituto de Astrofísica de Canarias es, en sus orígenes, contemporáneo del Apolo 11 que cruzó los cielos camino de la Luna.

En un recordado vuelo a París en el Concorde (1990), me tocó de compañero de asiento un hombre afable que irradiaba la curiosidad, ya no de un pasajero corriente, sino de alguien que sabía lo que entrañaba volar en aquel cohete espacial, que nos puso en la Ciudad de la Luz en un abrir y cerrar de ojos. No sé por qué le comenté, en mitad de un diálogo sin pies ni cabeza, que los gomeros habían estado en todas partes y en toda ocasión, pero que a buen seguro no habrían podido estar metidos en algo tan insólito como el primer viaje del hombre a la Luna. Y mi vecino del Concorde me miró con un aire sarcástico de victoria: “Yo estuve. Y soy gomero”. Era Félix Herrera Cabello, físico solar, natural de Agulo, con una dilatada biografía científica, que había trabajado para la Nasa desde su fundación, primero en Perú y después en la estación de Maspalomas, en Gran Canaria. Desde esta última, aquel día, 16 de julio de 1969, él era una pieza clave en la aventura de Armstrong, Collins y Aldrin, pues de su pericia dependía la última palabra, a la hora de decidir si se procedía al alunizaje o se abortaba. “Yo vigilaba las vibraciones del sol, y ese era un asunto muy serio en la misión.” Herrera era un experto en el seguimiento, telemetría, comando y comunicaciones con los vehículos espaciales. Y estaba allí, a mi lado, rumbo a París en uno de aquellos Concorde, que más tarde dejarían de volar como el hombre a la Luna.

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