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El fin del bipartidismo y la investidura

En los artículos de los últimos jueves le hemos prestado atención a la grave crisis que está sufriendo Ciudadanos, en Canarias y en el resto del país. Y le hemos dado importancia porque esa grave crisis, que ha llevado a su líder a convertirse en un personaje en busca de autor, es muy representativa de los graves problemas de los nuevos partidos emergentes. Ciudadanos ha sufrido -y evidenciado- la crisis de todos los nuevos partidos, que disponen de estructuras regionales muy débiles y a medio hacer, sin la imprescindible capilaridad social; importantes carencias de medios humanos y materiales, y dirigentes improvisados o aceptados con premura sin la necesaria contrastación. Es el precio del fin -de la quiebra- del bipartidismo -imperfecto- del sistema político español. ¿Vale la pena? ¿Era tan malo el bipartidismo? Porque no olvidemos que las antiguas y genuinas democracias anglosajonas han apostado siempre por el bipartidismo -incluso perfecto-. Y cuando lo han abandonado, como el Reino Unido, su sistema político se ha resentido.

La fractura interna de Ciudadanos enfrenta a los dirigentes, que luchan por alcanzar el poder desde la derecha, a los partidarios de volver a los principios fundacionales del centro liberal social, unos principios más cercanos al socialismo que a los populares, y no digamos a Vox. Ciudadanos tiene, además, que ganar poder institucional, para ello en muchos escenarios necesita el apoyo de Vox, y resultan patéticos sus esfuerzos por negarlo y por no pactar con ese partido.

Por su parte, Vox -casi inexistente en las Islas- es una escisión del Partido Popular que no parece idéntica a las formaciones de la extrema derecha europea. Al margen de los debates nominalistas, tan propios de la cultura española, que cree que cuando cambia el nombre cambia la naturaleza de la cosa, Vox parece representar más bien los principios del conservadurismo histórico español del XIX junto con el catolicismo conservador de Opus Dei y otras organizaciones religiosas. Su discurso a veces recuerda a Jaime Balmes: algunos lo han denominado el franquismo sociológico. Paradójicamente, puede contribuir a frustrar alguna investidura de la derecha, pero hay que reconocer que si Ciudadanos necesita sus votos para gobernar, lo procedente y razonable es que negocie y pacte con ellos, como hacen los populares.

En Podemos esos problemas se han visto agravados con las luchas y las fracturas intestinas por el poder, unas luchas y unas fracturas de base personalista, como suele suceder en la extrema izquierda desde Lenin y Stalin a nuestros días. A la incoherencia del chalet se ha unido la incoherencia de los despachos: la Mesa del Congreso ha retirado por un año la acreditación al periodista de OKDiario Segundo Sanz, que grabó los despachos de Pablo Iglesias e Irene Montero, revelando que se tiraron tabiques para ampliarlos al triple y al doble, respectivamente, de los despachos habituales.

En cuanto a la investidura, Pedro Sánchez no tiene legitimidad moral para pedir la abstención de la derecha. Cuando el PSOE decidió abstenerse y permitir la investidura de Rajoy, él y su gente rompieron la disciplina de voto, votaron en contra, y él mismo renunció a su acta de diputado. Ahora los abstencionistas han sido laminados en el partido. ¿Ya no se acuerda?

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