tribuna

Se acabó la siesta

Después de que el tal Egea desembarcara en Canarias remozando la figura del godo y se alojara en un hotel de lujo de Guía de Isora en compañía de Maroto, su guardia de corps, las aguas han vuelto a su cauce

Después de que el tal Egea desembarcara en Canarias remozando la figura del godo y se alojara en un hotel de lujo de Guía de Isora en compañía de Maroto, su guardia de corps, las aguas han vuelto a su cauce. Han sido reveladoras las confesiones de Casimiro Curbelo sobre aquellos días y horas en que en la política canaria parecía que todo el mundo se había vuelto loco. El ciezano Egea -hace diez años, campeón del mundo de lanzamiento de huesos de aceituna mollar- protagonizó entonces uno de los episodios estelares del trampantojo de los pactos en las Islas tras el 26-M. Doctor en ingeniería industrial y tamborilero, desconoce los ajijides de Valentina y los pitos de los bailarines herreños, o sea, la peculiaridad innata por estos pastos y pactos. De haberse informado antes de coger el avión rumbo a lo desconocido, habría podido husmear en la abundante hemeroteca de pactos fantasiosos e inverosímiles escenificados con equilibrismos imposibles. Canarias inventó los pactos de todos los colores y los pactos de farol.

Si Egea se creyó que era pan comido, se atragantó con la pipa de la aceituna. El sonoro desliz del murciano lo ilustró Curbelo el jueves en TVE en Canarias con el numerito del móvil. Le mandó un wasap: “Soy Egea”, y luego alardeó de tener hilo directo con la llave del pacto. Egea va diciendo por ahí que habla a diario con el político gomero y que en otoño las flores se marchitan. “A la mar fui por naranjas,/ cosa que la mar no tiene”, solían recitar nuestros dirigentes en los discursos adornándose de cita; aquellos versos neopopulares son los más manidos de la política canaria desde que otro gomero, Pedro García Cabrera, los adoptara como una declaración de principios. Ya lo sabe Egea: no había cítricos ni olivas. A Curbelo no le salían las cuentas: ni el PP votaría unido, ni Rivera daba su conformidad, ni Egea se wasapea y parlotea con Curbelo como presume. La dicotomía entre Asier Antona y Australia Navarro (la cabeza de Jano del PP) es una de las peripecias que los exégetas del Pacto de Progreso estudiarán en su día como una de tantas meteduras de pata que dieron al traste con el badulaque de centroderecha. Esa, y las idas y venidas de Clavijo y Barragán a Madrid, no tanto a visitar al prosélito Egea hasta coalicionalizarlo como por embrujo, sino para intentar ver a Rivera, que ha sido el óbice del contubernio. Egea es un personaje encorbatado con ringorrango que ya se asocia a este burlesque político detrás de su príncipe negro. Incluso, ahora que ha pasado la tormenta y la gente está menos sirocada, sigue saliendo a colación el olivar Egea, con sus órdenes castellanas a sus virreyes locales para que arropen a Alonso -no el Adelantado- en el Cabildo de Tenerife, pese a que una censura a paso lento se aproxime como un déjà vu de aquel fiasco con las dos cabezas en la bandeja de Barragán entrando en la sede del PP en Santa Catalina (las de Clavijo y Antona). Sigue sumando batallas contra los suyos, como en La Palma, donde insta a Zapata a rendirse en el Cabildo a CC y renunciar al trono, fiel a sus tratados de preferencia.

Hace unos 25 años, los que llevaba CC en el poder regional, el comandante Cousteau visitó Tenerife, como ahora celebra el Campus América, con su carta de los derechos de las generaciones futuras, que se aprobó en La Laguna al abrigo de la Unesco. El Pacto de Progreso es fruto de una generación futura si nos situamos en 1994 con Hermoso recién fundada Coalición Canaria tras la censura a Saavedra y Cousteau llegando a la Isla a poner las bases de un mundo mejor. Gustavo Matos, entonces veinteañero, hoy preside el Parlamento con su estampa pop y pelo Pantene. El 30 de mayo del 83 fui testigo del descorche de la primera legislatura de nuestra Autonomía en el antiguo conservatorio de Teobaldo Power a cargo de Pedro Guerra, el padre del cantante; Matos contaba tan solo diez años y era como uno de los niños de Cousteau que engrosaban las generaciones futuras. Venimos de la gresca y los pactos diabólicos, y hemos entrado en la fase de los discursos y los dicasterios, cuando se nombre el Gobierno. Matos evocó a Bob Dylan y a Saramago, que decía que el viaje no acaba nunca, solo acaban los viajeros. El jueves escucharemos el discurso del próximo presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, que tiene la oportunidad de desempolvar a otro poeta, de los años tristes y esperanzados de los setenta, origen del primero de los cambios: Agustin Millares Sall. Su Yo poeta declaro era nuestro Al vent; nos decía que escribir poesía “es decir el estado verdadero del hombre, es cantar la verdad, es llamar por su nombre al demonio que ejerce la maldad noche y día.” La definición nos sirve para explicar también qué hace un modesto periódico de provincias cuando tañe “la campaña que toca la canción de la hora” y es la hora del cambio. El cambio, todo cambio, en toda circunstancia, siempre se hizo canción, como Libertad sin ira, de Jarcha, en la Transición o A cántaros, de Pablo Guerrero, que en los 70 decía que “la siesta se acaba y una lluvia fuerte sin bioenzimas” limpiaría la casa, antes de repetir el estribillo “que tiene que llover a cántaros”. A este cambio de 2019 en Canarias habrá que buscarle, por tanto, una canción.

Los años acabados en 9 suelen traer consigo cambios, como hace cien años, en 1919, en Versalles, cuyo tratado puso fin a la Primera Guerra Mundial. Si se repasa la historia, se descubren esos paralelismos y aniversarios. El nuestro emplaza a un desafío que no admite demora. Si los próximos gobernantes son competentes y merecedores de pilotar este cambio han de saber y para ello han de escuchar a la gente. Yo no dormiría tranquilo una sola noche, ostentando el poder, tras escuchar el testimonio de un monitor de nuestros comedores escolares que, a modo de recibimiento a las nuevas autoridades, desveló el otro día el caso de una niña que acudía a los talleres con sus hermanos para poder desayunar, porque esa era su única comida durante toda la jornada, y un día se desmayó. Torres y sus consejeros deberían ir en caravana por todas las islas a ver qué pasa, qué está sucediendo en la Canarias profunda, bajo la primera capa de realidad, la segunda y la tercera, donde se oculta, como decía el poeta, la verdad, la verdad oprobiosa que solo cuentan las estadísticas, que son el VAR de los gobiernos.

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