el búho de minerva

El buen morir

Un amigo me contaba el otro día la impresión que le causó una visita que hizo a un asilo de ancianos, eufemísticamente llamados residencias para mayores. Deambulando por sus pasillos y viendo el panorama que a sus ojos ofrecía contemplar a tanto ser humano en un estado tan avanzado de senectud, su ánimo quedo afectado -aquello era muy triste, me llegó a decir-. Esa gente estaba mucho más cerca de allá que de acá, y no solo por su aspecto físico, no; mi amigo, gracias a una conversación improvisada que tuvo con ellos, pudo comprobar su estado mental, pudo profundizar en lo que los ojos no ven, lo vivencial en aquellas personas. Desde este plano describió a los allí presentes como si estuvieran fuera del tiempo, como si vivieran un tiempo que no es el de ellos, sin sentido, sin significado. Así de desgarradora es la vejez cuando se convierte en radical, cuando ya lo vital se ha ausentado por completo, cuando solo queda un vestigio del ser. ¿Vale la pena vivir así? ¿En ese estado de enajenación y probable sufrimiento? Yo opino que no, pero son ellos, los ancianos, quienes tienen la última palabra al respecto. Y cuando ni siquiera hay palabras, los familiares deben enfrentar una decisión lo más ponderada posible.

Hace unos meses ocurrió un caso que tristemente fue actualidad en los medios de comunicación, es el de un hombre que, habiendo entregado todo su amor a su mujer durante años, afectada de esclerosis múltiple progresiva, para que pudiera vivir lo más humanamente posible, decidió cumplir con su voluntad, con la voluntad de ella, que extenuada por el sufrimiento, por su incapacidad casi total para moverse, fue que acabase con su vida, que terminase con su dolor. Pues bien, lo querían juzgar por violencia de género. Surrealismo puro y duro. Menos mal que la cordura se abrió paso y el hombre actualmente está en libertad y sin cargos.

La palabra eutanasia procede del griego, y está formada por eu y thanatos, y significa el buen morir. La RAE la define como aquella intervención deliberada para poner fin a la vida de un enfermo sin perspectiva de cura, aunque en una segunda acepción también la define como la muerte sin sufrimiento físico. No está mal, aunque propongo un concepto más amplio. No hace falta que haya enfermedad incurable, sino sufrimiento incurable. Voy a eludir tecnicismos jurídicos tales como eutanasia activa y pasiva, porque lo relevante es definirla y hacerla valer como el derecho que tiene todo ser humano a poner fin a su vida, cuando esta vida está subsumida en el sufrimiento, y del deber que tiene lo político y su expresión en los poderes públicos de atender y satisfacer este derecho.

Muy al contrario de lo que algunos creen, la vida no es un valor absoluto. ¿Qué quiere decir esto? Que no siempre tiene primacía sobre el resto de valores, pudiendo colisionar con ellos. En el pasado se podía perder la vida por una cuestión de honor, se llegaban a batir en duelo por defender el honor mancillado. Nuestro imaginario audiovisual está impregnado de secuencias de películas mostrando a dos hombres enfebrecidos, que pistola en mano estaban dispuestos a morir por su honorabilidad. En el imperio romano había generales que se quitaban la vida tras perder una batalla, no pudiendo soportar el deshonor que significaba la derrota. En casi todas las culturas dar la vida por defender la patria ha sido considerado no solo una virtud, sino un imperativo moral. Queda claro que la vida no ha sido nunca un valor absoluto. Sin embargo, inexorablemente en Occidente se ha ido imponiendo un miedo insano a la muerte. La muerte se ha convertido en un tabú. En lo innombrable. Y, paradójicamente, la vida se ha desustanciado, perdiendo su auténtica valía. Y lo banal ha ganado terreno. Mucha gente vive atada a un sistema que proclama la producción y el consumo como referentes, transformándose en espíritus genéricos. ¿Están vivos?

Una muerte digna puede ser el corolario de una vida digna. Aquí es donde la eutanasia cobra su importancia. ¿Qué temen, pues, los legisladores para implantarla como un derecho factual? ¿A sus enemigos? ¿Pero quiénes son estos enemigos? Hace un par de días leí una noticia en un diario digital que me escalofrió. La noticia daba cuenta de una paciente ingresada con un alzhéimer terminal en una residencia religiosa. Su estado se había agravado al serle imposible tragar alimentos. Ante esto, los médicos de la residencia decidieron colocarle una sonda nasogástrica para hacer posible la alimentación asistida. La familia se negó a que este procedimiento fuera llevado a cabo, por constituir un flagrante caso de encarnizamiento terapéutico. Los médicos, que persistieron en su actitud, acudieron a una jueza y esta les dio la razón. Increíble. Nada de esto hubiera ocurrido con una ley de eutanasia La inmensa mayoría de residencias religiosas en España son cristianas, esta no iba a ser la excepción. El cristianismo ha canonizado el sufrimiento. Esto, que es aberrante, es consecuencia de creer que Jesucristo, hijo de un dios, redimió al mundo con su muerte y sufrimiento. Esto que es imposible de comprender y representa el mito fundacional del cristianismo se fija en la mente del creyente porque, como reza la frase latina, Credo quia absurdum est (Creo porque es absurdo). Afirmando muchos, no todos, que el dios en el que creen es el único dueño de nuestra vida. Eso equivale a decir que cuando mueren niños por inanición en muchas regiones de África, o por bombas en guerras, es dios quien lo quiere. Servida está la perversión. Por suerte, la religión en la actualidad ha perdido el poder que en otrora tuvo. Y también hay cristianos que son sensibles al tema del sufrimiento, adoptando una actitud comprensiva ante el mismo en relación a la eutanasia, por lo menos siendo condescendientes con cierto tipo de eutanasia.

Yo defiendo el derecho a la vida, cómo no defenderlo, es el bien más preciado que tenemos. Pero no a cualquier precio. Cuando la vida no es condición de posibilidad, como decía Heidegger, cuando no es voluntad de poder, como afirmaba Nietzsche, cuando se ha convertido en un peso insoportable, hay que saber marcharse, y es legítimo reclamar la ayuda necesaria para poder hacerlo en paz. Pero no se puede recriminar a alguien por no hacerlo, que quede claro. Cada palo que aguante su vela. Una ley de eutanasia abre la puerta a todo aquel que quiera acabar su vida con dignidad, porque esta se le ha hecho intolerable, reclamando, repito, del poder político las condiciones ideales para hacerlo. Como he dicho, si la vida es un bien preciado, no lo es menos la libertad. Vivir es un derecho, no un deber.

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