despuÉs del paréntesis

El testigo

En el año 1950, el director japonés Akira Kurosawa dio a conocer una de la películas más sorprendentes de la historia del cine: Rashomon. El autor cuenta ahí un suceso apabullante: la violación de una mujer y la muerte/asesinato de su marido. La novedad es que lo hace desde cuatro perspectivas-relatos diferentes. Y uno se pregunta al verla qué quiere transmitirnos el sensacional director con la multiplicación de los factores. Resolvemos: Kurosawa se impregna de uno de los principios más reputados de Schopenhauer: el mundo es la constatación particular de cada uno de nosotros. Es fácil señalar, pues, lo que piensa Kurosawa: la verdad no es unilateral, se disgrega en quienes fabrican o participan en la historia. Así, la versión (lógica) del ladrón-asesino es violar a la mujer y matar al marido. La de la mujer es otra: goza con el acto del ladrón y, por estar aburrida de su vida, le pide que la mantenga a su lado. Por ello el marido se suicida. El marido (a través de una médium) desmonta a la mujer: es funesta, resulta tan ruin que no vale la pena ni siquiera luchar por ella. Eso convence al ladrón-asesino. Mas por la dama lucha y mata al otro, aunque se arrepiente de la acción.

Aquí no acaba. Akira Kurosawa sabe que siempre hay un testigo que ve desde el límite y ajusta la severidad. Es un campesino. Va al bosque a buscar leña, encuentra desparramadas prendas de la mujer por el camino y más adelante al hombre muerto. Los que recrean el desastre (un monje y otro ciudadano que están ante las declaraciones de los intervinientes) saben que el leñador-campesino no dijo toda la verdad a los agentes. Puede confesárselo a ellos ahora, después del mal trago. Lo hace. Corrobora la desazón del marido, la actitud de la esposa y el descentramiento del ladrón-asesino por lo que ocurre. En tales circunstancias, alguien atravesó un corazón con la espada y es fácil saber quién fue.

Pero el director da un paso más y sorprendente: un niño recién nacido es abandonado y los tres personajes lo encuentran. El egoísta se apropia de la rica tela que cubre al niño y parte para venderla; el monje no puede intervenir; el campesino dice “tengo seis hijos y puedo criar a uno más”. Entonces el religioso acredita: “Gracias a ti creo que puedo seguir confiando en los hombres”. Ese es el mensaje de Kurosawa (y tantos otros): una cosa es la impudicia contada de múltiples maneras y otra lo que nos define: la responsabilidad, la sensibilidad y la benevolencia.

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