claves para ser brillante

Mi espacio personal; mi territorio

Te has preguntado alguna vez ¿porqué nos resulta tan incómodo tener demasiado cerca a un desconocido?

Por Priscila González

Es de todos conocido el refrán que dice que “cada gallo canta en su corral”. Si alguna vez has tenido oportunidad de observar el comportamiento de dos ejemplares dentro de un mismo gallinero, sabrás a que nos referimos. Al igual que otros muchos animales -entre los que podemos incluirnos-, son altamente territoriales y pueden mostrarse muy agresivos con tal de hacer valer su dominio y jerarquía.
Desde que el hombre es hombre la defensa y conquista de los territorios ha sido una máxima que hemos portado con nosotros, algo que en la actualidad se traduce en la necesidad innata de proteger el espacio que nos rodea en la interacción con otras personas y con nuestro entorno.
Quizás no seas del todo consciente, pero tu cerebro sabe muy bien de lo que estamos hablando. Así lo reveló el antropólogo estadounidense Edward T. Hall, el primer investigador que logró identificar y desarrollar el concepto de proxémica para describir el uso del espacio y las distancias en los animales y en las personas. Un concepto tan fascinante como desconocido para muchos.
A plena vista y con absoluto descaro, esta especie de código espacial se hace patente en nuestro día a día como un poderoso regulador de la comunicación y las relaciones interpersonales. Un código no escrito que, aunque silencioso, permanece latente y vigilante.

¡Mi espacio-tu espacio!
Te has preguntado alguna vez ¿porqué nos resulta tan incómodo tener demasiado cerca a un desconocido? Ocurre cuando subimos a un ascensor abarrotado o cuando estamos en la cola del supermercado, al notar la cercanía de un extraño a nuestras espaldas. El espacio personal es un territorio sagrado, un mecanismo de defensa que se activa de forma instantánea cuando detecta el asedio no consentido. La invasión de nuestra burbuja de protección genera malestar y desconfianza, nos estresa, intimida y enfada. Necesitamos de este perímetro de seguridad para sentirnos protegidos, ya que es la distancia razonable que requerimos para evitar que se vulnere nuestra integridad, o aquella que necesitaríamos para defendernos frente a una posible amenaza.
Nuestro territorio no solo concierne al espacio que guardamos frente a otra presencia física, afecta también al entorno que nos rodea y a todos nuestros sentidos. Se vulnera cuando alguien ocupa tu silla habitual, si mueven tus cosas de lugar o cogen sin permiso alguna pertenencia, ante la falta de un espacio de trabajo suficientemente holgado, o incluso cuando nos sentimos desagradablemente invadidos por el olor corporal o perfume de otra persona.

Señales delatoras
De forma innata e inconsciente, alejamos o acercamos nuestro cuerpo según la evaluación que hagamos de una persona o contexto. Cuando algo o alguien nos atrae, nos agrada o despierta nuestro interés sentiremos el deseo natural de aproximarnos, reforzando el vínculo y la sintonía. Sin embargo, tomaremos distancia ante lo que nos hace sentir incómodos o genera rechazo, bien sea una persona, una pregunta o una situación. Algo a tener muy en cuenta en cualquier contexto comunicativo. El cuerpo nos dará la respuesta de agrado o desagrado de las formas más sutiles. Un paso atrás o hacia delante, una leve inclinación del torso o un ligero movimiento de la cabeza… ¡todo comunica!
Los niños son un gran ejemplo, no tienen filtros y no dudan en rechazar el asalto constante a su espacio e intimidad cuando los obligamos a dar y recibir afectos de propios y extraños. Y es que poner límites no solo resulta necesario, sino también saludable. Buena prueba de ello es la iniciativa llevada a cabo por el Ayuntamiento de Madrid en 2017, incorporando pegatinas en todos los autobuses de la EMT para evitar el denominado manspreading o despatarre, término que describe la molesta conducta de los hombres que mantienen las piernas abiertas invadiendo el asiento y espacio de otros viajeros.

Dónde, cuándo y con quién
Lo que está claro es que cada persona es diferente, la tolerancia al estrés o malestar puede variar dependiendo del contexto. La transigencia a ceder parte de nuestro territorio aumenta si la causa está justificada, y es muy común que para superar este tipo de situaciones incómodas tiremos de estrategias de evasión como leer un libro, escuchar música o jugar con el móvil. Concentramos nuestra atención en otra cosa para apaciguar la tensión que generan las distancias cortas.
Aspectos como la cultura, género, grado de confianza o estatus van a determinar en gran medida las distancias a mantener. La proxémica es un potente indicador del tipo de relación que establecemos con otra persona, y el cuerpo es el vehículo que empleamos para intimidar, desafiar, reforzar nuestro dominio y autoridad, o bien para sintonizar, conectar y propiciar espacios de colaboración con los demás. Y es que en cuestión de distancias… ¡no todo vale!

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