Tenía un ordenador en una caja, sin usar. Y resulta que el viejo cacharro con el que he escrito tantas cosas me ha dado el ultimátum. Julio Camba había escrito hace tropecientos años La ciudad automática, refiriéndose a Nueva York, y yo en 2019 con un ordenata en una caja, sin usarlo, porque le tenía cariño al otro, negro, feo, pero que me ha dado alguna alegría profesional y le estoy agradecido. Compruebo, no sin sorpresa, que el nuevo, el que he sacado de la dichosa caja, tiene fecha de 2003, así que también se ha quedado viejo; pero con este me entierran. Ya se terminaron aquellos años de alegría desordenada, cuando uno se compraba todo lo que salía al mercado; cuando atábamos los perros con longaniza. Ahora voy con un iPhone moribundo y con un ordenador de 2003 con el que me llevarán a la tumba. Así celebraré mi 72 cumpleaños, que está al caer como ya he escrito anteriormente, sin la esperanza de los regalos de antañazo, que eran de la boutique de Cartier. Hay que ver cómo cambian los tiempos, pero que me quiten lo bailado. Me gusta hasta el teclado del nuevo instrumento, que suena distinto pero que suena bien. Además, como tengo un sobrino habilidoso para la electrónica, pero por desgracia dedicado a la molicie, he instalado yo mismo el ordenador, lo he conectado a la Internet y me ha quedado todo primoroso. La necesidad agudiza el ingenio. He de tener mucho cuidado porque ya comienzan a llegar los despistes achacosos propios de la edad provecta y debo revisar con mucho cuidado los textos que envío para no hacer el ridículo. Además, los desocupados lectores se dan cuenta de cuando no tengo ganas de escribir y me sale un churro. Hasta las ganas tengo que buscarlas, coño.
NOTICIAS RELACIONADAS