tribuna

Matrimonio animal

He visto a una concejal de Lorca celebrando el matrimonio de dos perros. A cada lado estaban los padrinos, que, por supuesto eran personas humanas. Me pareció una de esas películas de dibujos animados donde salen actores de carne y hueso. ¿Qué era lo real en esa escena? Ambas cosas. Pero existía una importante diferencia: los perros no sabían lo que estaban haciendo y los que actuaban de oficiante y padrinos en la ceremonia sí que eran plenamente conocedores y responsables. No me imagino cuáles fueron las preguntas de la representante del ayuntamiento para solicitar el consentimiento de los contrayentes, ni cómo fue la respuesta de los animales para otorgar su conformidad en el acto que se estaba celebrando. Desde el punto de vista jurídico, pienso que un juez lo tendría muy fácil para declararlo nulo. En cualquier caso, si me llevo por los testimonios de las personas que han ligado íntimamente su vida a sus mascotas, la celebración estaba llena de sentido, y la plenitud de la voluntad de los animales era patente en la ceremonia, pues dicen que hablan con ellos, saben lo que quieren y se expresan mejor que los llamados racionales. En eso les tengo que dar la razón. Esos perros son más racionales que los que han organizado la fiesta para llevarlos al altar y consagrar así su unión eterna. En esto tengo que recordar la respuesta de un insigne lagunero que cuando alguien le dijo que había perros más inteligentes que los amos, respondió sin dudarlo: ¡Los míos! No sé si luego tuvieron dificultades para sacar el libro de familia, ni en qué documento se plasmaron los derechos y obligaciones que adquirían.

Hay algo que no entiendo: cómo es posible que la ordenanza que permite a una autoridad unir en matrimonio a personas, animales o cosas, siga prohibiendo la libre circulación de los chuchos por la ciudad si no van acompañados de sus dueños. Siempre serán víctimas de los malvados laceros, como en la película 101 Dálmatas. Sé que estas palabras pueden resultar ofensivas para gentes sensibles, pero mi sensibilidad se encuentra en otro nivel, y es la que me provoca el rechazo ante la estupidez. Es una injusticia que no puedan pisar las calles en libertad, pues en algunos lugares sus dueños pagan impuestos por tenerlos. Qué mal me suena esta palabra de dueño. Me resulta invasiva, porque el trato familiar que reciben no es indicativo de esta relación. Es como si los padres fueran dueños de sus hijos, que hasta cierto punto lo son, pero manteniendo esa tutela obligatoria hasta el fin de sus días. Con las mascotas se establece una dependencia en la que nunca se producirá la emancipación. La única posibilidad de ruptura está en el abandono. Pero ya sabes, en ese caso eres una persona abyecta porque “él nunca lo haría”.

He leído, por otro lado, que en Zamora hay cuatro perros por cada niño menor de cuatro años. Esto quiere decir, o bien que existe un aumento de la población envejecida y solitaria, o que el índice de natalidad ha descendido, en favor de instaurar un nuevo sistema de relaciones, donde las mascotas juegan un papel preponderante. Existe una filosofía contaminada en torno a este problema. No me atrevería a llamarlo ideología, aunque puede terminar siéndolo. Basta con que se agrupen en organizaciones políticas y se presenten a las elecciones y ocupen lugares en los cuerpos legislativos. Me temo que ese momento ya ha llegado. Lo malo es que, a pesar de que tengas que abordarlo con humor, y aunque la mayoría te diga que coincide contigo, siempre habrá alguien agazapado detrás de unas siglas para recordarte que eres un facha, y cosas peores. Tengo que decirlo, si no, reviento. Esto no es un signo de modernidad sino de decadencia. No es el Islam quien amenaza a Europa exportando mujeres capaces de llenar de hijos al continente en pocos años. Esto no me preocupa. Ya lo hicieron en nuestro país, y aportaron cultura, modernidad y un arte exquisito. La verdadera amenaza de ese porcentaje de cuatro por uno detectado en Zamora son los perros. Lo peor es que ellos no tienen la culpa, ni son conscientes de lo que les hacen pasar sus supuestos mejores amigos. Tengo que decir, por si había alguna duda, que me encantan los perros. A quien no soporto es a los tontos.

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