por quÉ no me callo

Un Thomas Cook como un ‘tomahawk’

Dicen que los disgustos siempre vienen juntos. De manera que si albergábamos suspicacias sobre cuánto nos podría afectar en nuestras vidas el dichosobrexit de octubre, ahora podemos añadir a nuestros temores y reservas la sospecha de que el turismo cogerá cama una temporada.

Y si guardábamos cierto recelo ante la bravata de Ryanair, más allá del continuo happening de su histriónico ex consejero delegado Michael O’Leary, a raíz del anuncio-extorsión de que se van (cerrarán las bases de Tenerife, Lanzarote y Gran Canaria, les oímos decir incrédulos), ahora ya sabemos que todos los problemas de conectividad no se reducen al adiós de una low cost, sino, desde ayer, a la quiebra de un gigante mundial del sector.

Siempre todo es empeorable. Estamos experimentando en carne propia, desde este lunes negro las consecuencias de una de esas situaciones apocalípticas que engendran a menudo los peores sueños y distopías. Y si…. Pues sí, ha caído un turoperador planetario y nuestras carencias se han puesto al descubierto. No estábamos preparados para una amputación de esta envergadura y vamos a pagar caro el déficit del índice de prevención común (valga este otro IPC).

Llevamos toda la vida -más de medio siglo- confiando en Thomas Cook, nuestro hermano mayor (y nuestro Gran Hermano). El inventor de la cosa ha sido una especie de aliado incondicional. Hasta que el negocio turístico ha entrado en una nueva fase, en la que los clientes contratan por Internet o hacen rutas a discreción por miedo a volar. “Ustedes nos han robado los sueños”, les decía ayer la adolescente sueca Greta Thunberg a los líderes mundiales en la cumbre climática de Naciones Unidas. Esta es la nueva era a la que ya no pertenecía la centenaria empresa fundada por aquel emprendedor británico que dio nombre a su multinacional y a toda una época de la industria que mueve a millones de seres humanos por todos los rincones del mundo. El padre adorable de la aldea turística global antes de que llegara McLuhan.

A Canarias, y en particular a Tenerife -la más perjudicada de este colapso- le cogió con el paso cambiado el tránsito de una metodología a otra. Seguíamos funcionando con criterios tradicionalistas, con la mentalidad de la venta de barrio, comercializando los billetes como aquellos fiados llevados de la buena fe del vecino cumplidor. Esto tenía que ocurrirnos algún día para espabilar. Depositar el 20 por ciento del tinglado turístico en manos de una empresa extranjera bajo una mutua confianza secular era demasiado arriesgado. El paro y las pérdidas que esta imprevisión nos va a costar en los próximos meses y años -ya nadie oculta que ha sido el peor revés de la historia del turismo en Canarias- nos va a exigir cambiar drásticamente de modelo turístico.

¿En qué estaban pensando nuestros gobernantes? ¿Es que a nadie se le pasó por la cabeza esta bancarrota entre las apocalipsis de las estrategias de mercado? ¿Qué hemos tenido hasta ahora? ¿Un Gobierno de verdad o un gobierno de aficionados? Y esta regañina no va solo por Clavijo, sino por los gobiernos precedentes en plural que no vieron o no quisieron ver venir un Thomas Cook como un tomahawk.

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