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60 años del “eclipse del siglo”

El Archipiélago atrajo el interés de la comunidad científica internacional el 2 de octubre de 1959 para estudiar un fenómeno que supuso la semilla del Instituto de Astrofísica de Canarias
El fenómeno que se produjo tal día como hoy en 1959 fue la antesala de un observatorio astronómico permanente en las Islas Canarias. DA
El fenómeno que se produjo tal día como hoy en 1959 fue la antesala de un observatorio astronómico permanente en las Islas Canarias. DA
El fenómeno que se produjo tal día como hoy en 1959 fue la antesala de un observatorio astronómico permanente en las Islas Canarias. DA

“Era como el fin del mundo, de repente se hizo de noche y la gente pasó miedo porque aquella oscuridad a mediodía no auguraba nada bueno”, afirma a este periódico Juanita, vecina del Puerto de la Cruz, entonces veinteañera, testigo de uno de los mayores espectáculos celestes del último siglo: un eclipse total de sol, que se produjo tal día como hoy hace 60 años y que se pudo contemplar con especial nitidez en las islas centrales del Archipiélago.

Puri, vecina de La Orotava a la que el fenómeno astronómico también sorprendió con poco más de 20 años, no ha olvidado que “el burro que teníamos en la finca se puso a rebuznar, muy alterado, las gallinas se volvieron locas y empezaron a correr de un lado a otro, y los gallos se pusieron a cantar”. Mary, que estaba a punto de cumplir 12 años, asistía a clases para aprender a coser en Santa Cruz y recuerda que “paramos para asomarnos a la calle, porque impresionaba ver cómo se había hecho de noche de repente. La imagen que se me quedó grabada fue la de los coches y las guaguas con las luces encendidas cuando minutos antes era un día de lo más normal”.

Esas son las estampas que guardan en su memoria Juanita, Puri y Mari, testigos aquel 2 de octubre de 1959 de un fenómeno que se repite con la máxima intensidad cada siglo y que acaparó la atención de la comunidad científica internacional. Hasta el Archipiélago, lugar privilegiado por sus cumbres y clima, llegaron investigadores y astrónomos de medio mundo.

El espectáculo produjo una franja de sombra de aproximadamente 175 kilómetros de ancho, que se proyectó de noroeste a sureste sobre Tenerife, Gran Canaria y Fuerteventura, y dejó literalmente a oscuras durante unos minutos a las dos capitales canarias.

Oscuridad plena

A las 10.17 minutos de aquella ventosa mañana de viernes empezó a disminuir la luz solar. La interposición de la Luna entre el Sol y la Tierra originó una oscuridad que alcanzó su plenitud a las 11.41 minutos. La noche irrumpió súbitamente en las Islas, y los pueblos y ciudades del Archipiélago encendieron su alumbrado público. Habitantes de zonas rurales a las que la oscuridad les cogió por sorpresa –los canales informativos eran entonces muy limitados-, llegaron a confesar, tal como recordaba Juanita, que por sus cabezas pasó la idea del fin del mundo.

Las ópticas registraron una gran demanda de gafas especiales que se vendían al precio de cinco pesetas, aunque hubo quienes se dejaron la vista a través de negativos de fotografías o cristales ahumados para observar el histórico evento. Con la llegada de la oscuridad, la temperatura descendió entre cuatro y cinco grados, los perros buscaron refugio y, en el campo, las aves volvieron a sus corrales hasta que minutos más tarde el canto de los gallos anunció el nuevo día. Precisamente, una comisión de investigadores británicos, liderada por el científico Noble Rollin, viajó a las Islas para estudiar los efectos del eclipse sobre las aves y su impacto en los hábitos de alimentación, canto y comportamiento.

Gran expectación

Canarias se convirtió en un gran observatorio para investigadores europeos y norteamericanos. La expectación fue tal entre la comunidad científica, que se desplazó a Tenerife un reactor ultrasónico de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos especializado en este tipo de fenómenos solares. El avión, un F-101-B dotado de los mayores adelantos técnicos, despegó de Los Rodeos a las 10.15 en la misma dirección que seguía la sombra, alcanzando una altura superior a los 12.000 metros y una velocidad que sobrepasó los 1.300 kilómetros por hora.

En aquellos años los expertos sólo tenían la posibilidad de estudiar la corona solar cuando se producía un eclipse, ya que el movimiento de la Luna ocultando el disco solar permitía ver a simple vista el anillo del astro rey. Izaña, en Tenerife (donde se instaló una torre de 22 metros), Jandía y Tarajalejo, en Fuerteventura; el norte de Gran Canaria y la costa sahariana fueron los principales emplazamientos elegidos por los astrónomos para realizar el seguimiento a la ocultación del sol.

El eclipse de 1959 supuso la semilla de un ambicioso proyecto: la creación en el Archipiélago de un observatorio astronómico permanente, propuesta ya planteada a principios de siglo por el astrónomo francés Jean Mascart –visitó Tenerife en 1910 para contemplar el paso del cometa Halley-, que sugirió su ubicación en la Montaña de Guajara. El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, abortaría el proyecto.

Un año después del gran eclipse, Francisco Sánchez, que acabaría por fundar y dirigir el Instituto de Astrofísica de Canarias, iniciaba el estudio de las condiciones astronómicas de Izaña, dándole forma al Observatorio del Teide, germen del IAC.

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