por quÉ no me callo

A 48 horas de Franco y 19 días de las urnas

A 48 horas para la exhumación de Franco, nueve días para el brexit y 19 para las elecciones generales, Cataluña figura en la agenda como un orzuelo purulento en el párpado del ojo del Estado. Son días de desasosiego en un final de año trepidante y cortalote que trastoca todas las encuestas electorales. En la de EL ESPAÑOL-DIARIO DE AVISOS, Casado saca rédito del pandemónium catalán, Rivera halla un hilo de oxígeno y Sánchez muerde el polvo. Irremediablemente algunos partidos han dejado de temer al procés como un contratiempo para la convivencia -siendo en esencia eso- y han comenzado a verlo como una oportunidad -cuando se toca a rebato electoral, se pierden los principios-. Esta va a ser una deriva de la que no se libra nadie.

Es evidente que al partido en el Gobierno le quema en las manos el conflicto catalán que arde en los contenedores. No es caladero de votos para el que gobierna en España, no suma al que está en la Moncloa. Cataluña trituró a Rajoy, incluso al Rajoy del 155, y no solo fulminó a su partido en clave catalana borrándolo del mapa, sino que le persiguió como una pesadilla hasta perder el poder en la moción de censura por la condena de un caso de corrupción.

Lo que ahora da alas a Pablo Casado (que compite con la barba de Abascal) es la asociación de Cataluña y Franco, es el alegato de la mujer revelación del programa de Ana Rosa que hizo de Arrimadas, nuestra huésped mañana en la isla. La derecha se moviliza por las emociones de su flanco, de su Franco y de su Cataluña del alma reflejada en el anciano que defiende a España con un parabrisas y en quienes reparten flores entre los policías que se baten el cobre contra la lluvia de adoquines y bolas de plomo con CO2.

Las guerrillas nocturnas de la ciudad en llamas no premian al PSOE, son un incentivo patriótico del sentimiento acorralado que abona el terreno a los partidos conservadores, pues el debate radica, llegados a este punto, en quién aplicaría antes el 155, la ley de seguridad nacional y hasta el estado de excepción como Piñera ahora mismo en Chile. Esa carrera la disputan a sus anchas PP, Cs y Vox. El PSOE no se siente cómodo en ese terreno minado y en la minicampaña del 10-N se le notará el orzuelo catalán en el ojo. La exhumación de Franco le atará los votos de izquierda, pero no frente a ningún opositor, sino frente al fantasma de la abstención, su mayor enemigo.

Esta vez la incógnita es si el ciudadano medio que no reside en Cataluña votará con el hígado o con la cabeza. El voto patriota es de derechas, ni siquiera de centro, sin despreciar a quienes piensan como Alfonso Guerra respecto al terror independentista catalán.

Pero este no es un escenario electoral cerrado, cada día se mueven unas piezas u otras. La caída en picado de Rivera no tiene fácil sostén. El relincho del PP bebe en Cataluña y el Valle de los Caídos en disputa con Vox. A priori, este es un cóctel que favorece a la derecha en las urnas a tres semanas de las votaciones. De las tres, la última será la decisiva, pues en ella se celebrará la campaña propiamente dicha. -esta vez, solo ocho días- y no me arriesgo a predecir -con tanto margen, aunque parezca una ironía- de qué se hablará entonces con más pasión y ahínco, y si Cataluña y Franco habrán pasado a un segundo plano desplazados por cualquier otra novedad que irrumpa como un vendaval.

Y eso que todos estaban convencidos de que en esta ocasión de lo que se iba a hablar era de economía, de la recesión, del bolsillo de la gente. Y va y aparece ayer la estelada en el monumento a Franco en la avenida de Anaga resumiendo el pack electoral de moda no sé si efímera, a falta de cualquier ocurrencia, escándalo o affaire imprevisto o cocinado aposta.

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