el charco hondo

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Llegamos tarde cada vez que la violencia se nos adelanta. Fracasamos cada vez que humilla, tortura, destroza, aterroriza, y finalmente mata, sin que hayamos sido capaces de cortar el paso a los malos tratos, al horror de los cobardes que crecen como mala hierba, setas venenosas que alimenta la lluvia fina del machismo tolerado de copa y puro, de bromas de bar y testosterona adulterada, tumores malignos que siguen moviéndose en el subsuelo de conversaciones en las que se respira masculinidad mal entendida, casposa, letal. Llegamos tarde cuando, acabe o no en muerte, la bestia se mueve entre nosotros sin ser detectado o, peor si cabe, intuido o identificado pero no neutralizado. Llegamos tarde cuando se permite que algunas televisiones abonen mensajes que a corto o medio plazo siembran plantas carnívoras. Seguiremos llegando tarde si continuamos restándole importancia a las letras de canciones que mil veces al día ensucian tímpanos adolescentes -y no solo adolescentes-, contaminando un contexto que dibuja una pista de aterrizaje para comportamientos en la antesala de la violencia de género, ruido al otro lado de la puerta de este terrorismo doméstico que solo este año nos ha vencido cincuenta y dos veces. Cincuenta y dos historias robadas. Cincuenta y dos libros por escribir, vidas por vivir a las que se ha negado el derecho a crecer, soñar, enamorarse, sorprenderse, querer, envejecer en paz, a ser queridas, parir o disfrutar de los hijos ya paridos. Cincuenta y dos personas torturadas por haber nacido mujer. Estamos llegando tarde en los patios de colegios e institutos, donde, sin generalizar pero sin subestimar lo que está pasando, adultos del futuro participan de la sinrazón de gestionar torcida y peligrosamente su relación con novias o amigas, normalizándose la violencia verbalizada o no, física o no. El día contra la violencia machista son todos los días, también lo fue ayer, también lo era para Sara, quien con apenas veintiséis años ha pagado con su vida el derecho a ser mujer. A quienes cuentan en voz baja chistes cargados con munición de género, a aquellos que cuestionan e incluso caricaturizan haciendo trampas la necesidad de multiplicar las leyes que combatan el horror doméstico, a quienes no entiendan que hay que reeducar a adolescentes o adultos, a todos ellos cabe decirles que tanto odio exige una reacción e implicación mucho más contundente y comprometida. Estamos llegando tarde.

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