Aunque las capas de las cebollas podrían valer como herramienta pedagógica, son las muñecas tradicionales rusas la figura que mejor los explica y resume. Como ocurre con la matrioshka, el catalogo discursivo de Vox se caracteriza por su adaptabilidad, por la presencia de argumentos decorativos de ocasión que sus dirigentes están utilizando a la carta, adaptándolos a según qué oídos. Al igual que la bábushka, en el interior de cada declaración de Vox hay otra figura, y ésta a su vez esconde otra, y otra más, así hasta sumar tantas como hace falta abrir para llegar al núcleo, a la figura final y central de su pensamiento. La primera, esa que encierra todas las demás, muestra una cara más social para buscar (y encontrar) la complicidad de familias trabajadoras con rentas bajas, de ahí que de mayo a esta parte Santiago Abascal publicite en sus intervenciones el jarabe patriótico-social. Roberto R. Ballesteros lo explica bien cuando pone el foco en la estrategia con la que Vox ha ensanchado su cinturón electoral, y lo ha hecho añadiendo a su sota, caballo y rey (inmigración, bandera y testosterona) cebos que capten a aquellos que buscan con quien desahogarse culpando a otros de los males propios. Los guionistas de Vox no son tontos, en absoluto. Saben crecer mostrando en su figura inicial su versión más digerible. Esa primera figura lleva otra en su interior que es más dura y áspera que la inicial, pero menos intransigente que la siguiente y bastante menos feroz que la que viene después. Si se van abriendo las sucesivas muñecas rusas, de su interior van saliendo las versiones de Vox que nos llevan a la muñeca real, al Vox verdadero, al pensamiento auténtico de un partido perfectamente capaz de acoger a perfiles como el de Alicia Rubio, diputada a la que no le duelen los huesos, el corazón o el alma cuando llama `semejante cosa´ a los niños homosexuales, proclama que el feminismo es un cáncer y concluye que nada empodera más que coser un botón, afirmaciones que probablemente harán sonreír a quienes están riéndole a Vox este tipo de gracias que no tienen ninguna gracia. Cuando al partido de la ultraderecha le abres las figuras iniciales -esas que dibujan sensibilidad con los problemas de quienes están pasándolo mal- de su interior va saliendo lo que Alicia Rubio, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith-Molina, Rocío Monasterio o Santiago Abascal tienen en su estómago.