tribuna

El ‘régimen’ electoral

Si uno repasa la reciente historia de las Islas, apenas unos meses, es decir tan siquiera medio año… O sea, si uno se sitúa en la frontera de lo que ha sucedido en el Archipiélago política y socialmente en 2019, entre la víspera de las elecciones autonómicas y locales del 26 de mayo y los acontecimientos ulteriores, propios de una serie de Netflix, y recorre con la memoria el poder omnímodo del que hacía gala Coalición Canaria, que era el sursum corda, Jasón y el vellocino de oro, el rey Arturo y el Santo Grial, todo a la vez, se da cuenta de hasta qué punto siempre podemos decir ante la acromegalia del poder que torres más altas han caído.

Unas elecciones son una prueba de fuego, una apuesta de azar y mercadotecnia, una ruleta rusa y cuatro golpes de efecto. A Sánchez Cataluña le quita y Franco le da, y la sede de la cumbre del clima añade unos réditos propiamente de izquierdas. Bolsonaro la rechazó por climofobia y Piñera se la quitó en Chile de encima con la coartada de los disturbios por el precio del metro de Santiago. Como en esta tregua de falacias que es una campaña electoral no cabe esperar promesas fiables en el debate de mañana, ya tenemos el chip emocional apercibido. Conocemos los antecedentes de estas elecciones más que de ninguna otra, cuánto se juegan el PSOE y el PP en el centro del rectángulo, cuánto hay de antropofagia en ambos partidos respecto a la cándida madriguera de Rivera caída en desgracia. Para Casado, estas elecciones son el máster de su carrera politica al frente del PP, una reválida generosa de Sánchez obsequio de la casa para el popular, que ha pasado en seis meses de besar la lona a pretender dar el sorpasso a quien le sirve la mesa de esta segunda oportunidad.

Canarias siempre es un laboratorio a mano y una metáfora de lo que nos rodea. Le vemos el colmillo retorcido al catalán del procés y nos recuerda a nuestros vernáculos episodios nacionales de ámbito local, dicho en términos galdosianos como guiño al centenario del paisano en Madrid. Hablamos de los cuarenta años del régimen de Franco y celebramos el final de decenios de control político de la sociedad canaria por parte de un Gobierno monocolor que se mimetizó en instituciones, patronales y medios de comunicación como si fuera un sistema de partido único: el régimen de CC. Lo saludable del cambio político que estrena esta tierra estos días es la sensación de que corre el aire, y un simple desvelamiento por este diario de un concierto a voces como el del caso Juan Luis Guerra, que retrata los manejos de la politica y los medios bajo la dinastía de Coalición, nos habría arrojado a los leones (damnatio ad bestias) como en la antigua Roma, y en cambio ya han visto cómo ha reaccionado, todos a una, la comunicacion en Canarias, excepción hecha de unas pocas voces leales todavía al espectro de CC que actúan por inercia como a mediados de los setenta, con nostalgia y complicidad casi metabólicas. Ya digo que en las islas la historia se recrea en sus simbolismos.

Y ahora asistimos a una semana de infiernos, como si en el corto marco de ocho días de campaña electoral fuera posible vencer los demonios familiares de este país condenado a una división frustrante genéticamente ineludible. El no es no ha hecho estragos en este cuatrienio electoral. Esos vientos han traído estos lodos a Ciudadanos, y otro tanto le sucederá al PP si al día siguiente del escrutinio no retoma el sentido de Estado, como estoy seguro que sí hará. El PP no es Coalición, que anda por las esquinas con las inquinas contra los medios que ejercieron la libertad de expresión, como este, al que culpa, en un exceso de tasación mediática, de haber perdido la verticalidad del poder. No, el PP es un partido que ha estado en gobiernos y oposiciones, mientras CC tiene maneras que recuerdan a UPyD si no le sale bien la pegatina con Nueva Canarias el domingo 10-N y salva los muebles.

Los partidos en Canarias solían tener cálculos plausibles de cómo se iba a resolver cualquier ecuación en las urnas. Hasta que el 26 de mayo saltaron por los aires todas las tabulaciones y pronósticos. El poder se derrite en un instante insospechado tras un resultado electoral adverso o al cabo de una negociación aritméticamente envenenada que se tuerza en el momento final. Ambas cosas pasaron en Canarias a raíz de aquel 26 de mayo. Y de ese fatal desenlace se tarda en salir por razones postraumáticas, que en política se saldan con dimisiones. Ahora, en Ciudadanos velan armas con esa sensación premonitoria de una mala corazonada. Sin venir a cuento, y poniendo la venda antes que la herida, Albert Rivera ha insinuado su renuncia como el cataplasma para salvar el partido en caso de naufragio en las urnas este domingo. Y ha sonado Inés Arrimadas como la sucesora. La joven catalana y pronto madre lideresa resta crédito a ese relevo poselectoral. “Venceremos a las encuestas”, predijo a DIARIO DE AVISOS, y si la de Tezanos (como ya se apoda a la del CIS) tiene razón y Cs se desmorona pero no sucumbe podríamos encontrarnos con un gobierno bicéfalo -pese al parecer de Arrimadas en este periódico-. A la pareja Sánchez-Rivera la aplaudirían en Europa bajo la crisis y el brexit, tan necesitada de líderes de la generación y estilo de Macron ante la inmninente marcha de Merkel y la renovación de la cúpula comunitaria. España tiene la suerte que no tiene el resto de la UE. Los principales dirigentes son homologables con ese perfil.

De manera que lo primero que habría que hacer es desdramatizar esta nueva consulta del domingo, pues sea cual fuera el veredicto, todos adivinan lo que piensa la mítica sibila: que ya no habrá ningún valiente irresponsable que ponga piedras en el camino del desbloqueo político que nos ha traído hasta aquí. O el coste será el harakiri. El PSOE que gane estas elecciones segun todos los indicios viene con la mosca detrás de la oreja del soberanismo catalán y todo apunta a que tras las algaradas se abrirá paso una etapa de consenso constitucional. Le dará o no le dará votos la exhumacion de Franco, pero el hecho ya es irreversible y con él se pasa página. Asunto cerrado. Franco ha dejado de ser una anomalía histórica. Ya la democracia lo enterró. El 11-N no tiene excusas. Solo hay deberes por hacer una vez que todas las lecciones ya están aprendidas y las secuelas del régimen (el de antañazo y el de este semestre de 2019) pasaron a mejor vida.

TE PUEDE INTERESAR