tribuna

La maravilla insular que adoran en China

La fama es algo que llevan las Islas de un modo implícito

La fama es algo que llevan las Islas de un modo implícito. Como hay una temporalidad insular que no tiene nada que ver con la del continente (viene a decir María Zambrano, que vivió en Puerto Rico y Cuba, y escribió Islas, un libro coqueto y hermoso), y eso al margen de la hora menos en Canarias. O sea que es una prebenda nacer en una isla y vivir en ella. Y nos sentimos admirados, puesto que viene a vernos gente importante. En este sentido, tener un Teide, que es como un pin monumental en la solapa de Tenerife, supone un activo extraordinario, un plus a tales efectos. Todos los mandatarios que han de cruzar el cielo en sus idas y venidas con América se acuerdan de este caravasar del Atlántico Medio donde estamos los canarios y programan, con antelación, una escala para visitar el Teide; esta especie de visita obligada del hombre sobre la tierra desde la antigüedad, cuando era considerado la Columna del Cielo y mucho tiempo después el poeta irlandés John Donne llegó a decir que “se encuentra tan alto que quizás la Luna viajera podría chocar”.

Estos chinos milenarios que son muy cultos y lo leen todo conocen las connotaciones idealizadas del Teide y cómo no alguien como el Gran Timonel que aspira a ser el hombre más poderoso del planeta, cómo no va a querer mirarlo de frente, medirse cara cara con el gigante que vio arder Colón camino de América. El presidente chino que nos visitó este fin de semana no es un mandarín de paso, sino el núcleo del Partido Comunista chino, un rango que lo convierte en un gobernante de mandato indefinido, una especie de monarca, de rey comunista, que no se plantea dejar los bártulos al cabo de una década como Hu Jintao o Jiang Zemin, sus predecesores, que también vinieron a Canarias tras la estela del Teide. Xi Jinping y su esposa, la excantante Peng Liyuan, han hecho esta parada, de regreso de una cumbre en Brasil, como quien cumple una promesa de visitar una imagen idolatrada. Como quiera que Jinping es ateo, esta es una visita profana, una superstición del hombre oriental coronado emperador que nos deparará evidentes beneficios en nuestra cuenta de resultados. No sé si serán un millón de turistas chinos, pero serán legión, como me dijo el arquitecto Fernando Menis, que frecuenta la Tsinghua University, en Pekín. La noticia de esta estancia tinerfeña del todopoderoso Xi Jinping, que viene de darse un baño de multitudes en el mayor desfile de la historia de su país, hace un mes, por el 70 aniversario de la fundación de China, no tiene parangón ni allí ni aquí. Ni Trump que viniera se le compara, pues Trump tiene los días contados en la Casa Blanca, caiga o no por el impeachment, y este no tiene límite temporal ni fronteras en sus dominios gracias a la Nueva Ruta de la Seda, que extiende las inversiones chinas de grandes infraestructuras por los cinco continentes en una suerte de Plan Marshall para dominar el mundo, con la firma de Xi Jinping y su pensamiento sobre el socialismo para una nueva era, convertido en dogma de la Carta Magna de su enorme nación. Xi quiere ver con sus ojos en esta nueva década cómo le arrebata la primacía al adversario yanqui gracias al torpe de Trump. La guerra comercial que ambos tejen de día y destejen de noche es parte de ese pulso.

Este es el momento y el contexto de la visita al Teide. En mitad de la mayor contienda por el liderazgo económico el presidente chino ha querido saludar al Teide, de tú a tú, dos gigantes, y regalarnos una porción de su demanda turística, pues el comunismo de mercado que inventó Deng Xiaoping, aquel que dijo que “enriquecerse es honroso”, ha dado grandes frutos y dígitos al PIB de un país con 1.400 millones de habitantes y millonarios a tutiplén. Ha venido en la cresta de una ola, tras los fastos del septuagésimo aniversario y su reciente ascensión a los altares de la nomenklatura del poder en su país, como el único estadista equiparable a Mao Zedong (a quien siempre conocimos, antes de la transliteración, como Mao Tse-Tung).

El Teide es nuestro mejor reclamo diplomático, nuestra Capilla Sixtina, la musa del paraíso que todos quieren conocer una vez en la vida. En tiempos con medios de transporte menos confortables los grandes viajeros y científicos cubrían largas travesías, con la recompensa de ver el Teide. Esa gesta de asomarse a estos terruños como un trabajo de Hércules en medio de la dificultad, no era cualquier cosa. Se dice pronto que Humboldt se lo planteara y dicho y hecho, hace 220 años (“¡qué espectáculo!, ¡qué gozo! Me voy casi en lágrimas”, escribió) en aquella odisea que lo llevó a la otra orilla a hacer una auténtica obra maestra por los siglos de los siglos: Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Y otros se quedaron con el desconsuelo de no haber podido desembarcar en el puerto de Santa Cruz, como le pasó al mismísimo Darwin, por temor a que trajera el cólera a bordo del Beagle.

El poeta catalán Joan Margarit, que es uno de los nuestros, suele escribir mucho sobre su enamoramiento de Santa Cruz y de Tenerife, y esta semana en que le han concedido el Premio Cervantes no hemos dudado en sacar pecho de sus amables piropos al carisma de la ciudad y a las “lunas románticas de Tenerife”. La adopción tinerfeña y canaria de Margarit nos ayuda a conquistar otros corazones. Por aquí venían y quedaban entusiasmados poetas y pintores de otras latitudes, haciendo buena esa idea de la isla misteriosa en los versos y recuerdos del poeta y arquitecto en Para tener casa hay que ganar la guerra. Las escalas de estos iconos y celebridades en Tenerife resultan altamente rentables, pues con ellas se nutre el inventario de visitantes al año. El Teide es una vedette en China desde los tiempos de Hu Jintao, que abordó la isla con la misma matraquilla de ver el volcán. Ahora, ese prestigio se multiplica con la excursión de Xi Jinping. Fidel Castro no dejó pasar la oportunidad de personarse en el Teide en otra escala intercontinental. Y ahora que La Habana cumple 500 años, caemos en la cuenta de que entre Cuba y nosotros hemos enamorado a medio mundo con nuestra fama legendaria de islas de ensueño donde se encuentran las grandes maravillas.

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