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La puerta giratoria del hotel Plaza

Yo me había olvidado de esto, pero no hace mucho me lo recordaba Fátima Zerolo. Habíamos viajado a Nueva York unos amigos, entre ellos nosotros dos. Nos alojamos en el Plaza, que siempre fue mi hotel favorito, en los tiempos en que atábamos los perros con longaniza. Y este hotel lo acababa de comprar Donald Trump, que luego se lo vendió a unos chinos, que convirtieron el edificio en condominios y una pequeña parte en hotel, pero que suprimieron algunas de sus instalaciones, entre ellas el magnífico Oyster Bar, donde yo engullía docenas de ostras de Maine. Para hacer rabiar a Fátima, cada vez que salíamos o entrábamos en el Plaza, por la puerta principal, yo retenía la puerta giratoria para encerrarla en uno de sus cubículos y, como se dice en nuestro argot, verla apurada. Una de las veces que realicé esta maniobra, esta gracia, no me di cuenta de que al detener la puerta con mi rodilla, uno de los que se quedaron atrapados en ella fue el mismísimo Donald Trump y, en otro de los compartimentos, sus dos guardaespaldas. Si hubieran visto a ustedes a aquel gigante empujando la puerta giratoria no se lo iban a creer. Los guardaespaldas me dirigieron una mirada asesina y yo me eché a reír, viendo la cara que ponía Fátima, que compartía espacio con el hoy presidente de los Estados Unidos de América. Que no se lo tomó a mal, sino que pasó del todo y se dirigió al cochazo que lo esperaba en la puerta. Trump posee hoy dos rascacielos en la zona, la bella Trump Tower, en la Quinta Avenida, y otro edificio de apartamentos, alto y muy finito, junto al Metropolitan Opera House. A mí se me había olvidado esta anécdota, pero a Fátima no; y me la recordó hace algún tiempo en un restaurante de Tacoronte.

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