Las oportunidades desechadas por Albert Rivera tienen una explicación posible en su condición de jugador empedernido, capaz de llegar a creerse que los trenes que pasan una sola vez más pronto que tarde volverían a por él. Pudo Rivera ser vicepresidente del Gobierno en tres ocasiones. Pudo serlo en 2015, pero para los jugadores ganar supone perder la oportunidad de seguir jugando, se guardó algunas fichas y finalmente las izquierdas acabaron cerrándole esa puerta. Pudo serlo en 2018, cuando la moción de censura a Mariano Rajoy fue tomando cuerpo, pero entregado al placer de desafiar a la ruleta quiso disfrutar poniéndoselo imposible, giró a la derecha, perdió la mano y dejó pasar otra oportunidad. Pudo igualmente ser vicepresidente del Gobierno de España en abril de este año. Tuvo en su mano protagonizar una legislatura que, aprovechando las herramientas consustanciales al poder que otorga ser la llave de la gobernabilidad, le habría permitido manejar los tiempos a su antojo. Tampoco se subió a ese tren. Otra vez le pudo más perder para poder seguir apostando, porque ganar supone dar por finalizada la partida y los jugadores prefieren continuar, sentir el aliento de la hipótesis de perderlo todo en cualquier momento. No resulta sencillo comprender como alguien que pudo ser vicepresidente en tres ocasiones las haya dejado pasar tan felizmente, viajando del cielo al suelo disfrutando del trayecto. Albert Rivera ha formado parte de una generación de políticos bastante dada a confundir la realidad con un tablero, la política con el ajedrez, el país con un videojuego que los excita, divierte y abduce. Quiso ser PP, quiso ser PSOE, quiso ser Vox, Rivera quiso ser tantas cosas que no fue ninguna, condenando a los suyos a caer este último domingo en una insignificancia de la que solo podrán escapar, siquiera un poco, dándole alguna utilidad a los diez escaños obtenidos, decidiendo Ciudadanos qué quieren ser, zafándose de la sombra del dios menor que tanto daño les ha hecho y, sin duda, dejando que en las Comunidades Autónomas se pongan al frente del partido quienes cayeron en desgracia por rebelarse ante tanta improvisación y tantos bandazos. Albert Rivera perdió la partida porque creyó que los trenes que solo pasan una vez volverían a por él. Ciudadanos es más posible sin él porque en realidad con él era imposible.
Otra teoría sobre la dimisión
Las oportunidades desechadas por Albert Rivera tienen una explicación posible en su condición de jugador empedernido, capaz de llegar a creerse que los trenes que pasan una sola vez más pronto que tarde volverían a por él