el charco hondo

Otra teoría sobre la ultraderecha

Los veintiocho escaños que la ultraderecha ha añadido a los veinticuatro que obtuvo en abril tienen una explicación posible en que, exhumaciones aparte, la repetición de las elecciones cabreó a los 940.000 contribuyentes que en primavera votaron una cosa y en otoño, con ganas de tocar las narices a los protagonistas directos e indirectos del bloqueo, vieron en Vox la mejor manera de censurarlos. Los 3,6 millones de apoyos que el partido de ultraderecha sumó el domingo no necesariamente son votos calcados. Las papeletas de Vox confirman que también en España hay quienes, peregrinos del camino de la simplificación, coinciden con los candidatos de la ultraderecha en que las listas de espera, la falta de vivienda, la delincuencia o el desempleo son responsabilidad de los nacidos en cualquier parte del mundo menos en nuestro país. Sin embargo, no parece que quienes hacen una lectura tan infantil de la realidad sumen 3,6 millones de adultos. En el estómago de esa cifra también se mueven aquellos que, sumándose a los anteriores, llegaron a los colegios electorales convencidos de que votando a Vox los catalanes, demonios del prime time, en adelante dormirían tan mal como el presidente en funciones -antes de descubrir las infusiones-. Hay más. Franco lejos de movilizar izquierdas solo logró exhumar derechas, agitó incluso a quienes importándoles poco la mudanza del dictador se sintieron molestos con la maniobra de distracción. Ahí se localizan otros tantos. Pero, con todo, lo que ha facilitado que Vox esté ahora en condiciones de recurrir las libertades que tanta incomodidad les generan, es el millón de personas que en abril votaron otra cosa pero esta vez, hartos del espectáculo que ha dado la actual generación de políticos, optaron por debutar con Vox. Hay quienes relativizan la implantación de aquellos que nos quieren en un país acomplejado, asustado, acampado en el miedo al diferente, la involución y el portazo a la discrepancia. Aquellos que lo dulcifican se están consolando con la idea de que es imposible que 3,6 millones de personas sean ultraderechistas. Otra explicación posible para dimensionar el fenómeno pasa por la mala noticia de que, sean o no ultraderechistas, a 3,6 millones de ciudadanos les ha resultado fácil votar a la ultraderecha. El problema es que ya votan ultraderecha muchos que no son ultraderecha.

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