“¿Dónde me esperas/luna derruida/como mi padre?/Son muchas lunas/de un mal viaje,/pero pagadas/por las felices/lunas románticas/de Tenerife,/claros de luna/que no esperaba/de los cincuenta,/noches de amor,/lunas de té/tras la colina/negra en Forès”. No es ombliguismo, Tenerife ha sido un elemento crucial en la vida de Joan Margarit, el poeta catalán de 81 años que recibirá el premio Cervantes el próximo 23 de abril en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, como anunció ayer el ministro de Cultura José Guirao.
Al poeta, nacido en 1938 en Sanahuja (Lleida), cuando la guerra ya pintaba negra para los republicanos, la vida le dio una España gris franquista donde la cultura catalana y la historia de los vencidos solo se conocía clandestinamente, de puertas para adentro. Pero entonces llegaron los años cincuenta y su padre, que era arquitecto, fue destinado a Canarias para trabajar en la construcción de viviendas. “Y fue en aquella isla, no en mi patria,/donde encontré mi hogar./Década del Cincuenta. Tenerife./Es el único sitio de mi vida/al que ahora deseo regresar”, escribe en su poema ‘La isla misteriosa’.
Quizá por eso le dedique a su estancia en la isla una buena parte de su último libro, ‘Para tener casa hay que ganar la guerra’, publicado este mismo año. “Margarit explica minuciosamente la ciudad, la gente, las casas, las banderas, el manicomio”, cuenta Juan Cruz. “Es la descripción más apasionada que se ha escrito en el último siglo por alguien que no sea de Santa Cruz”. En la ciudad y en la isla, Margarit encuentra imágenes que lo reconfortan frente a la España que había vivido hasta entonces. “Viví en una ciudad en donde las mujeres/ponían almohadones encima del alféizar/para apoyar los brazos./Y las calles con casas estucadas de rosa/bajaban hasta el puerto”. Cuenta Juan Cruz que, hace poco, le escribía “describiendo su viaje cotidiano desde la ciudad de Santa Cruz hasta su admirada La Laguna, pasando por las curvas de La Cuesta, que entonces consideraba endiabladas”.
Con esta isla en la cabeza que ya nunca se marchó, como un asidero reconfortante en la memoria, volvió Margarit a Barcelona a estudiar arquitectura tras acabar el bachillerato en Canarias. En esos años, comenzó a germinar en el autor una conciencia poética que, sin embargo, no podía expresarse en su lengua materna, porque Margarit tenía que escribir en castellano por imperativo oficial. Durante la entrega de su legado a la Caja de Las Letras del Instituto Cervantes, hace unos días, Margarit explica un cierto proceso de extrañamiento respecto a esas primeras obras que escribió en castellano. “Los grandes poetas siempre escriben en su lengua materna”, explica. En torno a los 38 años, empieza a publicar en catalán, en una España que empieza su Transición a la democracia. “Pero ahí surge otro efecto, que es el exceso de entusiasmo por la lengua materna. Todas las palabras te parecen estupendas”. Entre una cosa y otra, Margarit contabiliza unos doce libros suyos que adolecen de ciertos defectos importantes, aunque algunos de ellos sean trabajos premiados. “Por eso, en mis Obra Completas, que tienen unos ochocientos poemas, los primeros que aparecen son de cuando ya tenía 40 años”, cuenta.
Con el tiempo, Margarit ha llegado a un proceso creativo que emerge en catatán y luego culmina en castellano, en algo que no es exactamente una traducción, sino un trabajo que sigue su cauce en cada una de las lenguas. Margarit también reivindica el español como lengua propia. “No le voy a devolver el español a Franco, que me lo metió a patadas”, ha explicado en varias ocasiones.
“Margarit es un personaje muy serio, muy importante”, dice el pintor canario Emilio Machado, que vive también en Cataluña y que tiene una estrechísima relación con él desde que coincidieron los dos en el colegio mayor cuando fueron a Barcelona a estudiar arquitectura. “Fue un magnífico estudiante. Y luego fue catedrático de Estructuras. Es una persona educadísima con la que da gusto hablar. Porque, además, no está encerrado en la poesía, sino que también está interesado en otras cosas, como la pintura o la música. Tiene una enorme cultura”.
Machado, que tiene algunos originales con correcciones hechas por el propio autor, habla con él por teléfono a menudo, en una relación fecunda que se ha mantenido con los años. “Hubo incluso una época, de jóvenes, en la que era yo el que intentaba hacer versos y él hacía sus pinturas”, relata. “Una vez, en una mudanza que hicieron sus padres, Margarit pintó un armario con unos pájaros con un aire a Gauguin que le quedaron estupendos”.
– “Escuchándolo hablar, Margarit parece una persona muy rigurosa, muy precisa”.
– Sí, mucho, no se olvide que era profesor de Estructuras, es un hombre con una mente matemática”.
Javier Rodríguez Marcos, periodista de ‘EL PAÍS’, afirmaba ayer que Margarit es “el autor que uno recomentaría a quien diga que la poesía le parece muy hermética, muy difícil, muy poco emocionante”. Para Rodríguez Marcos, lo que define su poesía es una “mezcla de oficio y emoción”, y destaca su preocupación por un lenguaje pegado a la calle, que huye de los preciosismos y las tentaciones “culturalistas”.
Esa emoción, a veces descarnada, se traduce en un retrato ajado del amor, deteriorado por el tiempo, como en ‘Sueño de una noche de verano’. “Has aparcado el coche/junto a este largo muro de cipreses./Treinta años hace que vivimos juntos./Yo era un chico inexperto y tú una chica/desamparada y cálida. Las sombras/de una última oportunidad/van cubriendo la luna./Soy un viejo inexperto./Tú, una mujer mayor desamparada”.
Una de las obras más destacada de Margarit es ‘Joana’, escrita tras la muerte de una de sus hijas de una enfermedad degenerativa. El dolor es rotundo, brutal, inapelable, como en este poema, ‘No hay Milagros’: “Llovía con desidia./Diecinueve de octubre, las nueve de la noche./Joana iba asustada hacia el quirófano/en nuestra compañía./Cuando entró nos quedamos a esperar/en la salita mal iluminada junto a los ascensores./Cuentan que en un intento/de salvarse le dijo te quiero al cirujano./Creíamos que un hada podría devolvernos/a Joana, tranquila, la de siempre,/con sus confiados ojos centelleantes./A las once, mirábamos/las gotas de la lluvia en el cristal/como si resbalaran por la noche./La noche era una hoja de guadaña”.
Ese tremendo universo poético que es Joan Margarit sigue recorriendo mentalmente nuestras calles isleñas, aunque sepa perfectamente que ya no son las mismas, pero probablemente intuya que hay una nuez, un centro, algo intangible que permanece. “Me asombra que una ciudad tan chovinista como Santa Cruz no se haya detenido a leer y a divulgar este tesoro que es el amor de Margarit por sus calles, sus balcones y su gente”, afirma Juan Cruz. “Claro que, a pesar de ser chovinista, también ha dejado escapar acontecimientos tan importantes como la Exposición de Escultura en la Calle de 1973-1974 y los aniversarios de los acontecimientos surrealistas de 1935, A ver si las nuevas Administraciones hacen algo”, dice entre la esperanza y escepticismo.