tribuna

Sueños de fútbol, 25 años después

Un libro nos abrió a mi hermano Martín y a mí las puertas de la editorial El País Aguilar hace 25 años. Era de un género maldito para las editoriales por los continuos fracasos recientes. Se titulaba Valdano. Sueños de fútbol y por suerte rompió la mala racha de la faceta y dio lugar a un fenómeno que se denominó futbolibro. No fue llegar y besar el Santo. Nos lo rechazaron al principio, porque existía el mal precedente de una biografía de Cruyff que había sido un fracaso y nos propusieron sustituirlo por un diccionario de valdanismos. Eran muy celebradas las ingeniosas construcciones literarias que deslizaba Valdano en las ruedas de prensa, sus metáforas y conceptos tan alejados del “chicos, bien y moral óptima”. Parte de esa gloria se la debía a un ensayo publicado en Revista de Occidente que tituló El miedo escénico, a partir de una expresión y teoría de García Márquez sobre el aciago expediente de hablar en público, que él aplicó al pánico de los equipos visitantes al saltar al campo del Bernabéu.
Tenía un lenguaje exquisito que contrastaba con los lugares comunes de futbolistas y entrenadores. Era un rara avis desde que vestía de corto y jugaba con Maradona. Leía a Borges y tenía la planta de un latin lover educado con ademanes académicos de gentleman. En el cenit de su fama lo implicaron en un devaneo con Isabel Preysler, que resultó una fake new (entonces se llamaba montaje) mucho antes de que muriera Boyer y ocupara su escaño el Premio Nobel Vargas Llosa. Teníamos traca suficiente sobre el personaje y su discurso, pero no quisimos renunciar a aquel libro de autoayuda sobre sentimientos y hazañas para sucumbir a un vademécum de modismos y citas . Y concertamos una cena en Madrid con los editores, a la que acudimos con Valdano. Dijimos que el libro tenía otra editorial esperando y que teníamos la fe de que sería un bestseller. Se publicó en El País Aguilar y fue, en efecto, un bestseller. Vendimos más de 150.000 ejemplares en aquellas semanas en que estuvimos en los puestos de cabeza del ranking nacional del mercado literario. “Yo cuando sueño, sueño a lo grande”, solía decir Jorge Valdano, que se vio sorprendido y conquistado por la ambición desmedida de Javier Pérez cuando lo llamó el Tenerife en abril de 1992 para que lo sacara del pozo de Primera camino del descenso. En la foto de la presentación, tras la firma del contrato, hay miedo escénico en los rostros de Javier Pérez y Valdano. La imagen se incluye en el álbum del libro y refleja el clima tenso de aquellos momentos. Al margen del déjà vu de las dos famosas ligas que el Madrid perdió en Tenerife, con el Rodríguez López convertido en centro de atracción del fútbol español en los primeros años 90, con Valdano en la isla se desató una locura prodigiosa, y en el manicomio local nuestro estadio vivía en un continuo maracanazo. Aquí caían vencidos y a veces goleados los más grandes equipos de España, incluido el Barcelona de Cruyff, aquella tarde que Dertycia volvió loco a Koeman. Valdano nos dijo que se sentía como “la mujer barbuda del circo”, bajo los focos. Invocó el delirio, primero, para salvar los muebles cuando sustituyó a Solari, y después para salvar el prestigio frente al Madrid. En dos años fue superior a su antiguo equipo, rechazó la oferta de entrenarlo y a su costa alcanzó, en la segunda liga frustrada de Ramón Mendoza, el sueño que más codiciaba Javier Pérez, el de jugar en Europa. Consiguió todos los éxitos posibles y las metas más impensables. En mitad de ese éxtasis, se disculpó: “Espero devolver algún día todo lo que le he quitado al Real Madrid”.
Cuando el Tenerife de Valdano y Cappa debutó en la UEFA lo hizo también a lo grande, sembrando una impronta que llevaría después a Heynckes a asomarnos a la orilla de la mismísima final del campeonato, como si ese tipo de trámites fuera lo más normal del mundo. Teníamos al jarrón de dos millones de dólares, como llamaba Valdano a Redondo, y una escuadra de talentos diversos donde convivían Pier y Felipe Miñambres con Latorre o Quique Estebaranz. El primer día era jueves, en abril del 92, y el entrenamiento se asemejó a un partido de solteros contra casados. Con los mismos mimbres el Tenerife pasó a ser el equipo de moda de la Primera División española, que ya se transformaba en la liga de las estrellas, el mejor campeonato del mundo. Javier Pérez y Lendoiro cambiaron la historia y el juego de tronos. Valdano le ganó a la Juve de Roberto Baggio en la isla, en la despedida de la UEFA, por la diferencia de goles, pero no por la jerarquía. Éramos el equipo más temido por todos, la bestia negra con la que nadie quería cruzarse en el camino. Hasta el Milán fue testigo de que un Tenerife aún bisoño, antes de debutar en Europa, le hizo probar su medicina y tuvo que decidir un gol de Papin, que había ganado el balón de oro.
En el libro recreamos algunas grandes gestas del fútbol mundial, para entender la histeria colectiva que nos había hecho grandes de la noche a la mañana. En Su majestad el fútbol, de Eduardo Galeano, encontramos reproducida una crónica dialogada de César Pupo, El Hachero, de un diario de Montevideo, sobre el Mundial que ganó la modesta Uruguay al gigante Brasil en 1950: “-¿Ganaron los uruguayos?-Sí, ganaron, querida, sí…-Viejo, ¿tas yorando?- Sí, estoy.-¿Como cuando la perrera nos llevó al Pibe?-Sí.-¿Como cuando nos peliamos y encontrás la cama vacía? -Sí. -¿Como cuando creíste que me moría? -Sí…, igual…, igual. Montevideo volvió a ser nuestro, a darnos su amor, a entregársenos, grande, fuerte, victorioso, como aquellos once varones que también tenían adentro el fuego sagrado de un amor inmenso”. Nunca ganamos un Mundial, pero muchas veces vivimos escenas parecidas a la célebre final del Maracaná. Y no había rival difícil para Tenerife que, de pronto, se había transformado en una isla inexpugnable. Ya agotadas todas las ediciones, he conseguido algún ejemplar de segunda mano en la venta online. Se tradujo al japonés y se reeditó en América Latina. El Tenerife de Valdano se merecía este libro, que Javier Marías saludó con el corazón blanco sobrecogido por lo que contaban sus páginas. Veinticinco años después tenemos que desenterrar los sueños. No pueden haberse diluido bajo el césped como si nunca hubieran existido.

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