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Vox

Un sector de la opinión pública, políticos y periodistas incluidos, califica a Vox como fascista. Y emplea ese término no como una descripción y mucho menos como un análisis científico, en la línea de los trabajos del profesor Roger Griffin y otros, sino simplemente como un insulto y una descalificación definitiva. Y sorprende que, al mismo tiempo, la calificación de comunista no comporte los mismos efectos, a pesar de que los crímenes de las dictaduras comunistas pasadas y presentes compiten con las atrocidades de los regímenes totalitarios. Se considera inadmisible colaborar políticamente con Vox, y se trazan líneas rojas ante ese partido y sus más de tres millones y medio de votantes; y, al mismo tiempo, se consideran demócratas y progresistas formaciones como la marxista Izquierda Unida y la marxista leninista Podemos, que cuenta con casi dos millones y medio de electores. Por cierto, que el principal componente de Izquierda Unida, el Partido Comunista de España, vive en un limbo informativo, ignorado por los medios, junto con su secretario general, Enrique Santiago, y sus 8.000 militantes.
Muchos están pidiendo la ilegalización del saludo romano y el Cara al sol, pero el saludo con el puño en alto y La Internacional (que practican Pedro Sánchez y su gente) se consideran democráticamente asumibles. En definitiva, todo lo anterior nos muestra que la sociedad española es una sociedad muy polarizada y sesgada hacia la izquierda y los extremos, que está olvidando los valores de la Transición y en la que el voto de centro es muy débil y poco representativo. A ello contribuyen, por ejemplo, algunas cadenas de televisión y medios digitales, que son auténticos aparatos de propaganda y adoctrinamiento izquierdista. No es sorprendente entonces que el anunciado Gobierno de coalición convierta a España en el único país de la Unión Europea y en la única democracia occidental con ministros comunistas en su Ejecutivo.
Vox surge como una escisión del Partido Popular producto, entre otros factores, de la pasividad tecnócrata de Rajoy y de su vicepresidenta, que, con mayoría absoluta, ni aplicaron su programa ni derogaron las leyes socialistas, y es una fuerza política que no parece idéntica a las formaciones de la extrema derecha europea. Al margen de los debates nominalistas, tan propios de la cultura española, que cree que cuando cambia el nombre cambia la naturaleza de la cosa, Vox parece representar más bien los principios del conservadurismo histórico español del siglo XIX junto con el catolicismo conservador de Opus Dei y otras organizaciones religiosas, que lo conciben como una garantía frente a eventuales políticas socialistas antirreligiosas. Su discurso a veces recuerda a Jaime Balmes, y los excesos radicales y desafiantes de ese discurso encubren una práctica política mucho más moderada. Paradójicamente (la política española está llena de paradojas), la existencia de Vox y su auge electoral en detrimento del Partido Popular asegura un largo ciclo de gobierno socialista. Y algún palomino comunista de añadidura no solo los domingos.

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