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89 años y como un pincel

Ha sido secretario y presidente de la Sección de Pintura del Círculo de Bellas Artes, presidente de la Agrupación de Acuarelistas Canarios, invitado de honor de la Agrupación de Acuarelistas de Tarragona, y presidente de honor de la Agrupación de Acuarelistas de Cataluña

Manolo Sánchez nació el 22 de octubre de 1930 en Santa Cruz de Tenerife. Es miembro de las Agrupaciones de Acuarelistas de la Isla, Barcelona y México, de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico, y de la Academia Burckhardt de Roma, del Instituto de Estudios Canarios, entre otros. Ha sido secretario y presidente de la Sección de Pintura del Círculo de Bellas Artes, presidente de la Agrupación de Acuarelistas Canarios, invitado de honor de la Agrupación de Acuarelistas de Tarragona, y presidente de honor de la Agrupación de Acuarelistas de Cataluña. Este artista lagunero ha realizado casi dos centenares de exposiciones y pintado más de 1.000 cuadros. Su más reciente exposición fue en la Sala MAC de la capital tinerfeña, donde presentó sus Testimonios, evocaciones de paisajes y rincones de Tenerife y otros lugares.

– ¿Lo de pintar le viene de herencia o es un autodidacta?
“Pienso que hay algo de cierta herencia, aunque no conocí mucho a mis padres porque murieron en plena guerra española. Me cuentan que, de niño, yo siempre estaba pintando con las tizas en las paredes y en las aceras. Dicen que siempre estaba pintando y dibujando”.

– ¿Se atreve a separar lo que es un dibujo de lo que es una pintura?
“Pues, casi siempre. A veces, un dibujo puede ser como una pintura final o, a veces, un boceto parecer un cuadro”.

-¿Recuerda lo primero que dibujó?
“La verdad es que no lo recuerdo. Ahora bien, lo que sí tengo claro en mi memoria es que, cuando me regalaron mi primera caja de acuarelas, en un momento en el que yo ya dibujaba y me encargaban algunas cositas, como alfombras y flores, sí me acuerdo que en la Imprenta Curbelo, con apenas 14-15 años, me enviaron a la escuela San Alberto Magno. Allí me daba clase un señor y había una mesa alta. Debe ser que hubo gente que vio que yo tenía aptitudes y así empezó todo”.

– De pequeño, qué prefería, ¿que le regalasen un juguete o unos lápices y papel para dibujar?
“Los papeles los recogía yo en la Imprenta Curbelo, cuando la famosa guillotina. Había mucho papel que sobraba y, entonces, yo los cogía y los utilizaba para dibujar colores y cualquier cosa que se me ocurría”.

– ¿Puede definir lo que significa la pintura para usted?
“La pintura es todo, es la vida. Al fin y al cabo, la pintura para mí es un reflejo total de cómo soy yo. Siempre tengo unos principios de decir que no puedo pintar como me enseña a hacerlo el catedrático. Mi pintura es mía y punto. A través de mis pinturas, hasta un médico puede averiguar cómo soy yo. La pintura es algo muy personal. He dicho muchas veces que 50 pintores pintando en Las Cañadas el mismo paisaje, con los mismos colores, los mismos lienzos, tienen que dar la respuesta a 50 cuadros completamente distintos. Me gusta decir aquello de que si hay dos cuadros iguales, uno es falso”.

– ¿Le sigue ruborizando que lo llamen artista o solo se considera un currante?
“La verdad es que no lo sé. Ni soy artista, ni pintor, ni nada. Yo pinto porque me llena, siempre estoy pintando, dibujando, haciendo cosas. Lo que sea. Si quisiera decirte que mi hijo (Manuel Sánchez Díaz), que está estudiando en Escocia, una vez le dijo a mi esposa (Mercedes) algo que me hizo mucha gracia: un pintor, todo lo que toca lo convierte en arte”.

– ¿Se puede vivir del arte?
“Aquí me gustaría remontarme a cuando tenía unos 14 años. Fui el primer empleado que tuvo don Pedro Quintero Delgado, trabajando en Santa Cruz junto al muelle. Pasado un tiempo quise hacerme autónomo y pedí la liquidación. Quiero decir que, en el mundo del arte, creo que sí se puede vivir, pero hay momentos duros y difíciles y no puedes bajar los brazos. Ha habido ocasiones en las que he tenido que realizar una serie de encarguitos, porque la despensa hay que llenarla”.

– Si le dieran a elegir entre pintar un retrato, un paisaje, un bodegón o una marina, ¿con cuál se quedaría?
“Me encanta dibujar bodegones y eso que he hecho de todo. Siempre le he encontrado un cierto atractivo a los bodegones. En mi casa siempre he tenido unas piezas y las voy moviendo. Una vez hice una exposición toda de bodegones. Quizás, porque me lo puse como reto”.

– ¿Cómo transcurre un día cualquiera en la vida de Manolo Sánchez, desde que se levanta hasta que se acuesta?
“Mentalmente, y esto te lo cuento como una curiosidad, hice el año pasado el cartel del Cristo de La Laguna. Entonces, había una lucha con una persona del Ayuntamiento. Decían que si el cartel debía hacerse con unos colores; que no, que hay una procesión. Les dije que me lo dejaran hacer como yo quería, porque reconozco que soy un poquito caprichoso. A veces, curiosamente, empiezas a hacer una serie de bocetos y, cuando ya tienes una idea preconcebida, te acuestas y no encuentras la solución. Me ha sucedido varias veces que, cuando te levantas vas al papel y resuelves las dudas. Eres como un autómata”.

– ¿Tiene algún secreto para que la salud le haya respetado durante tantos años y estar tan despierto de mente?
“Pues la verdad es que no lo sé. Me dicen que tengo una gran memoria. Llegué a pensar que al morir tan jóvenes mis padres, con apenas 40 años, pues que yo iba a morir también a esa edad. Cuando nació mi hijo, le pedí a Dios que me diera al menos tres años de vida, para poder atenderlo porque es la etapa más difícil. Una señora que me estaba escuchando me dijo: ¿Un hijo?, ni tres, ni cinco, ni 20, ni 50. Un hijo es para toda la vida. Desconozco si me cuido o no. Creo que sí, aunque he sido operado de la vista y, próximamente, me tienen que arreglar los dientes”.

– ¿Cómo reaccionaría si fuera nombrado como candidato a recibir el Premio Canarias de las Artes?
“Para mí, para la pintura que yo hago, para la gente que me sigue, sería un halago. Naturalmente, lo sería también para mi familia. Hace unos años, el Ayuntamiento de La Orotava lo propuso. Sería una satisfacción enorme. Modestamente, creo que he hecho bastantes obras y las he dispersado por muchos lugares de hasta tres Continentes”.

– A la hora de pintar, ¿el estado anímico influye en un artista?
“Pienso que sí. Hay un crítico que se llama Moreno Galván, que lo definía muy bien: si la pintura es de Molina, etc… es porque el pintor está viviendo esa época. Estos días me he estado acordando de la definición de la pintura: ‘Las Bellas Artes es pintar un bello cuadro’. Eso es absurdo, porque la pintura abstracta no tiene nada que ver. El pintor tiene que estar reflejado en sus cuadros. Es como unos rayos X. Unas veces te llena y en otras ocasiones, no. Ahora mismo estoy a plenitud, pero a lo mejor mañana se acaba. Curiosamente, cuando murió mi primera mujer, que pensé que eso no iba a suceder nunca, fui a pintar y la pintura fue completamente distinta, absolutamente negativa y con unos colores diferentes. Entonces, me di cuenta de que lo que reflejas es lo que vives”.

– ¿Cómo conoció a su actual esposa?
“Tenía mucho interés en ir a Cuba, ya que mi abuela había ido para allí con mis tíos. En mi casa no había sino cajitas de madera de dulce de guayaba. El azúcar venía en sacas, que se llegaron a utilizar para hacer trajes con una tela fabulosa. Casi toda la correspondencia venía de Cuba. Los ritmos que se escuchaban aquí, llámese Lecuona, llámese Dámaso Pérez Prado, etc…, se oían más que la música de la Península. Por todos estos motivos quería ir a Cuba. Allí conocí a Mercedes, mi actual esposa, que era licenciada por la Universidad de La Habana y empleada en un banco. Recuerdo que la miré de soslayo. A ella le gustaba la pintura y hacía fotografía. Simpatizamos y hasta hoy en día”.

– ¿Es capaz de decir el número de cuadros que ha pintado en toda su vida?
“No lo sé, pero te puedo decir que ahora, con el éxito del último libro, están empezando a hacer uno de Anaga, donde puede haber más de 150 pinturas mías. De Buenavista, de La Gomera y del resto de las Islas. ¿Una cifra? Te diría que miles. Ha habido personas que han pretendido que ceda ese archivo a la Universidad, pero no. Me han recomendado que lo ceda, pero que, primero, paguen la carrera de mi hijo y un sueldo”.

– ¿Cuál ha sido la obra que más satisfecho le ha dejado en su larga carrera?
“Una vez estando en Taborno, mi mujer se empeñó en que hiciera allí una acuarela en directo. Me dijo que cómo podía apreciar lo que estaba pintando, cuando se trataba de algo que estaba cambiando continuamente, las nubes, etc… Empecé rápidamente a realizar unas pinceladas muy sueltas y, al cabo de cierto tiempo, quedó más o menos resuelto. Entonces, imagínate que eso te toca en San Pedro de Roma, donde el movimiento es una locura total, con todas las figuras, todas las fuentes, todas las guaguas. Pues eso lo tengo. Figura en un diccionario y en montones de exposiciones. Una vez lo llevé a una exposición en Los Cristianos y hubo unas tres o cuatro personas que me dijeron que querían uno igual. Eso ya no se puede hacer igual. Está en mi casa, me pongo a mirarlo y me pregunto cómo es posible que toda esa gente que estaba subiendo escalinatas son simples manchas. Lo ves de lejos y lo ves de cerca. Ese, posiblemente, sea uno de los cuadros de los que me siento más satisfecho”.

– Lugares del mundo en los que ha expuesto.
“En América, en exposiciones colectivas, en Venezuela, Cuba y Puerto Rico, donde también lo he hecho a título individual. En la Península, también he expuesto en muchas ciudades. No puedo dejar de citar a Italia, donde también expuse mucho”.

– ¿Qué le ha aportado Cuba?
“Muchísimo. Una segunda etapa de mi vida, adquiriendo grandes conocimientos. Estuve varias veces en un centro, con un gran número de pintores. Es curioso que durante mi exposición, presentada por Eusebio Leal que es el Historiador de La Habana, se me acerca el director de la Escuela San Alejandro Magna y me dice que si no me importa ir a allí y dar una clase. Para mí eso supuso un honor enorme. Fui e hice la revolución allí. Me pidió que si podía estar durante quince días, pero le comenté que suponía muchos gastos para mí”.

– ¿Usted cree que la acuarela está en decadencia?
“Díselo a Alberto Durero que, en 1500, pintó unas acuarelas que están en el Museo de Viena y se encuentran en perfecto estado. Creo que la acuarela no puede estar en decadencia. Hay muchísima gente pintando. Por lo tanto, pienso que no está en decadencia. Lo que sucede es que es un poco difícil. Con el óleo manchas, repintas encima y es más fácil para la gente. Los grandes acuarelistas catalanes, todos han sido amigos míos. De hecho, algunos dejaron el óleo para pasar a la acuarela. Como todo tendrá sus altibajos”.

– ¿Por qué le ha gustado tanto pintar La Laguna en invierno?
“Aunque yo nací en Santa Cruz, he vivido toda la vida en La Laguna. Para mí es querer reflejar todo. Es como si tú hicieras una fotografía de La Laguna para tenerla en un álbum y yo pienso en pintar un cuadro para tenerlo archivado allí. Es que he vivido en este lugar y lo llevo en el alma”.

– ¿Cómo le ha tratado la crítica en Canarias?
“Hombre, la verdad es que creo que muy bien. Desde Eduardo Westerdahl pasando por Domingo Pérez Minik, que llegó a escribir un gran artículo donde decía Pintor desasosegado de la instantaneidad; Alfonso García Ramos señalaba que yo le robaba el alma al paisaje; Gilberto Alemán afirmó que yo era un gran dibujante; Vicente Borges, en una de mis primeras exposiciones, llegó a escribir ‘El triunfo de Manolo Sánchez’. Si te soy sincero, eso a mí no me aleccionaba en sí, porque yo me decía lo de pero si estoy en casa. Por eso, ese tipo de halagos fue lo que me hizo decidir ir a Las Palmas. Después, Juan Rodríguez Doreste, Felo Monzón, etc… Me gustaría hacer una relación de 40, 50 o 60 personas, con una frase de cada cual. Incluso, para el apartado de agradecimientos, entre don Pedro Quintero, don Ildefonso Bello, que me ayudaron muchísimo”.

– ¿Cuántas exposiciones ha llevado a cabo en su trayectoria como artista?
“Posiblemente, unas 180 exposiciones. Diría que deben ser algunas más, pero no menos. De todas formas, eso ya lo veré, porque es un absurdo estar contándolas”.

– ¿Es de los que piensa que, en el arte, tiempos pasados fueron mejores?
“No. Pienso que hay que estar al día en todo. Lo que ocurre es que hay que estar abierto a todo. Yo, precisamente, a pesar de ser muy figurativo en muchas cosas, me gustan las pinturas más modernas. Me acuerdo de estar en Roma, en el Museo de Arte Moderno, y de repente dije: ‘Qué hace este cuadro aquí, es de Manolo Millares’. Me sentí muy satisfecho de ver un cuadro de un canario allí. Y a veces digo que un cuadro, a lo mejor moderno, me cuesta más por tener cierta facilidad en el dibujo”.

– ¿Cuál ha sido la exposición con un mayor número de cuadros expuestos?
“En una exposición individual, en el Círculo de Bellas Artes, donde había de todo. De lo más moderno, con una pared con temas azules. Temas de la familia, pero las caras sin identificar. Esa exposición la recuerdo de manera especial, y mira que hace muchos años de ella, porque allí se vendieron más de dos millones de pesetas, cuando en dicho lugar no se vendía nada. Se exponían en aquella ocasión unos 100 cuadros”.

– ¿Y el de menor número de obras en una sala?
“Alguna exposición con unos veinte o veinticinco cuadros”.

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