por qué no me callo

Las uvas del mal

e pronto, compruebo que al borde del final de este mes, año y década buena parte de mis preocupaciones giran en torno a personajes y cuestiones internacionales. Gorbachov, Trump, brexit, Chile, Venezuela, Marruecos… Toda isla tiene al mundo en mente, como una metáfora borgiana, y en el aleph de la isla, la bola de cristal finge mostrarnos todos los ángulos.

Gorbachov acaba de ser hospitalizado con una neumonía, que es una mala señal a los 88 años. De eso murieron mis padres frisando la misma edad. El día que no esté se abrirá un vacío en la historia. No es nada desdeñable su contribución a las transformaciones del siglo pasado. Fue el último presidente de la Unión Soviética, y cuando lo conocí, en el 92, tenía 62 años, los que yo tengo ahora. Enviudó de Raísa poco después y se dedicó a combatir el cambio climático. Muchas veces hemos querido que venga, ya retirado del Kremlin, pero cada vez le costaba más viajar por su frágil salud. En mayo reapareció en silla de ruedas en el aniversario de la victoria soviética sobre Hitler, y no hace mucho accedió a hablar con una periodista española sobre la caída del muro de Berlín. Guardo un entrañable recuerdo de las semanas que convivimos en Lanzarote con el padre de la perestroika. Del abrazo que me dio en público con sincera amistad. Las neumonías son feroces a según qué edades. Ojalá se reponga de este golpe de mala salud como del golpe de Estado de los nostálgicos de su Gobierno y el KGB por aquellos años.

Y se nos van los ojos en esta recta final para el impeachment a Trump. Salvará el trance en el Senado, porque tiene mayoría, pero ha topado con Nancy Pelosi, que es una veterana demócrata hija de político que lo lleva en la sangre y preside la Cámara de Representantes con agallas de jumento para someterlo a un auténtico vía crucis. Cuando pasemos página y caiga el telón del trampantojo de Trump, nos parecerá mentira. Como quiera que se ha clonificado, la plaga no se extinguirá con él, pero se atenuará sin el gran referente. Pese a ser el azote de Maduro, se nos atragantan los dos. Y en la desazón de este inventario sobresale Venezuela, camino de la mayor tragedia humanitaria con su exilio y diáspora imparables.

Y figura el promotor de la zozobra inglesa: Boris Johnson. Un Trump remozado, con el andar de elefante en cacharrería y la obsesión de salirse con la suya, que acaba de meterles el brexit por salva sea la parte a sus parlamentarios. Con Reino Unido tirándose al Canal de la Mancha por la borda de la UE, empieza el histrionismo populista de moda en esta década que concluye en una semana. Hay jerarcas que enamoran a las masas con paridas mentales, como si Abascal, ebrio de Spexit, pregonara las bondades de una España sin Europa como de la Coca Cola sin cafeína. Y están las tribus convencionales, como Macron seduciendo sin éxito a los pensionistas en la calle con la promesa de no cobrar la paga vitalicia de expresidente. Francia no es Chile, pero los dos países no salen de una manifestación para meterse en otra, con la infame escena de la tanqueta de los Carabineros andinos atropellando al joven del vídeo en una de tantas protestas. Así, el último soplo del año es un bramido.

Al vecino marroquí le deseamos que se enmiende la plana. Pero si quiere fiesta, removiendo las aguas de Canarias, a este paso la va a tener. Así que mejor tengamos la fiesta en paz. Felices fiestas.

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