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Según leo en La Vanguardia, el succionador de clítoris se convertirá en el regalo estrella en estas fiestas de Navidad. Parece que se trata de un descubrimiento de la autonomía femenina, pero yo creo que consiste en asumir plenamente esa parte del sexo que le es común a los dos géneros. No olvidemos que ese órgano no es más que un intento atrofiado de participar de la masculinidad. Imagino que esto resolverá muchos conflictos psicológicos basados en dependencias y en relaciones tóxicas. Admitirlo así, supongo que tiende a la liberación de tópicos en las relaciones de pareja y a hacer el distingo entre ese sentimiento generador de endorfinas que se llama amor, y el torrente momentáneo de chorreo hormonal que provoca el orgasmo. Cada cosa en su sitio. El amor es cosa de dos, y el orgasmo más individual. Algo que no requiere reproche, ni reacciones violentas ante los celos, ni sentimientos de pertenencia, ni ninguna de las negatividades que embarran las relaciones entre las personas.

Según parece, Papá Noel traerá este año una gran cantidad de succionadores, como un retorno a la medicina antigua que resolvía la descongestión con ventosas. No es un invento de la tecnología. Se trata de aplicar sencillos principios físicos, de una ayuda sustentada en una ciencia experimental básica, al alcance de cualquier estudiante de la ESO. Si esto va a ser capaz de proporcionarnos mayor paz con nosotros mismos bienvenido sea. Es interesante que la continua apelación fálica a la autosatisfacción desaparezca del panorama de las posibilidades.

El succionador elimina al símbolo, y, por tanto, se convierte en un auxiliar aséptico, impersonal, y muy recomendable para eliminar la abstracción imaginativa que hace que el placer consista en la evocación de una realidad aparentemente inevitable. Nosotros los hombres somos menos refinados y aún seguimos con la muñeca hinchable o la vagina artificial. Continuamos siendo esclavos de la imagen.

A pesar de todas estas ventajas, el succionador basa su principio en la acción de hacer el vacío, como cualquier proceso de pensamiento abstracto que se precie, cuyo objeto es vaciar de contenido innecesario a todo lo que es digno de análisis. Se vacían cerebros para hacer creer que así se engrandecen, como si se tratara de satisfacer ese deseo vacuo e irrefrenable del alargamiento del pene. Ahora le corresponde al clítoris someterse a un proceso de afluencia sanguínea con un método artificial. Realmente se trata de una conquista muy meritoria para acercarse al mundo de las libertades autosuficientes. Yo lo veo muy actual; como una asunción del independentismo más rabioso en lo referente al control de lo que es privativo de cada uno: su propia anatomía, (que también puede entenderse como autonomía). A partir de ahora, algunas mujeres hablarán en la intimidad con sus succionadores, y serán capaces de transmitirles sus sensaciones más privadas; intercambiarán impresiones en los baños de las salas de fiestas y de los restaurantes sobre las bondades del que han adquirido, mientras se pintan frente al espejo. Hemos entrado en una era húmeda que se llama Acuario donde hay que aligerar los excesos a base de succionadores.

Todo lo que viene de antes será absorbido por esa ventosa insaciable que nos hará entrar en un mundo nuevo, en el que el mayor delito es sospechar la existencia de la obsolescencia. La novedad auténtica del succionador es que ha dejado de ser clandestino, que está de moda, y que hasta en La Vanguardia nos anuncian que estas navidades va a romper todos los récords en cuanto al número de ventas.

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