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Francisco Rodríguez Machado: “El humor canario y el modo de hablar de la gente de campo se están perdiendo”

Cho Gervasio, colaborador de DIARIO DE AVISOS, señala en una amplia entrevista con este periódico que, según la gente, “no he sido un mal maestro, sino todo lo contrario”
Francisco Rodríguez Machado. Fran Pallero
Francisco Rodríguez Machado. DA
Francisco Rodríguez Machado. Fran Pallero

Cho Gervasio, colaborador de DIARIO DE AVISOS, señala en una amplia entrevista con este periódico que, según la gente, “no he sido un mal maestro, sino todo lo contrario”. Ha dejado una profunda huella en La Esperanza. Reconoce que su éxito ha radicado en haber utilizado “un sistema de enseñanza totalmente distinto” al tradicional.

Francisco Rodríguez Machado Cho Gervasio, maestro jubilado, ejerció durante años su labor docente en el ámbito rural de la Isla. Aunque de joven hizo sus incursiones en la poesía y la música. Actualmente, sigue desarrollando un gran sentido del humor. Camino de los 90 años, Don Francisco, como así le han conocido en el ámbito de la enseñanza, continúa con una memoria prodigiosa y con unas enormes ganas de vivir y de mostrar un humor, que pretende mantener a toda costa en la sociedad canaria.

– ¿Quién es Francisco Rodríguez Machado?
“Je, je, je. Bueno, un maestro. Creo que no he sido malo, según la gente. La verdad es que dejé un muy buen rastro en La Esperanza. Voy por la calle y alumno con el que me encuentre viene enseguida a saludarme, lo cual me congratula. ¿Sabe lo que pasa? Que yo he tenido un sistema de enseñanza totalmente distinto. Le pongo un ejemplo: cuando estaba explicando en matemáticas el sistema de ecuaciones y veía que un niño estaba mirando para la ventana y otro hacia otro lado, ambos distraídos, paraba la clase, les contaba un chiste, se reían, los relajaba y continuaba con la clase estupendamente bien. Me dio muy buenos resultados”.

– ¿Cómo se definiría dentro del humor?
“Mi humor es familiar, porque procede de mi madre y siempre hemos sido de mucho humor. Mi hermano Leocadio era una persona con bastante humor. Incluso, mi abuelo, que era abogado e ingeniero industrial, una persona de matemática aeronáutica, también tenía su chispilla de humor”.

– ¿Qué tiene de especial el humor canario?
“Para mí, el humor canario es mucho mejor que el de la Península. Allí, te cuentan un chiste, se ríen y, sin embargo, a mí no me ha hecho ni la más mínima gracia. Aquí, el humor está mucho más concentrado”.

– ¿Lo suyo en el humor es innato ?
“Creo que es innato, vendrá de herencia, pero lo mío es particular. Me acuerdo siempre en clase, con los mismos compañeros, que gastaba bromas y siempre estaba con el buen humor. En ocasiones, le daba las llaves de mi coche a uno de los niños y le decía que me trajera tal cosa, pero enseguida me decían que no, porque tenía cosas eléctricas y les daba cada calambrazo que no veas. Ja, ja, ja”.

– Cuando alguien escribe un libro, cuál es su objetivo principal. Por ejemplo, ¿qué pretendía con Monólogos y diálogos festivos?
“Pues que el humor canario no se pierda. El modo de hablar de la gente de campo se está perdiendo. Ya no hay nadie que se dedique a escribirlo. Antes estaba mi madre, Luisa Machado; Santiago, el del Sobradillo; Angelito Álvarez; eran gente que se dedicaba al humor canario. Incluso, le diría que el último fue Puertita, que era una persona que le gustaba imitar mucho a las cosas canarias. Ahora no hay nadie y yo, que lo había dejado, pues he decidido continuar, puesto que me da mucha pena que se pierda”.

– ¿Cómo y cuándo le dio por los versos satíricos?
“Bueno, je, je (apenas pasan tres minutos y no deja de esbozar una sonrisa que contagia). Siempre he tenido bastante humor y, después de oír las cosas del campo, me dije que había que aprovechar el humor de uno, añadiendo la forma especial de manifestarse de esta gente. La Esperanza es un sitio donde la gente tiene bastante humor y se gastan muchas bromas. He captado bastantes cosas de ellos”.

– ¿Cómo surgió el apelativo de “Cho Gervasio”?
“Eso fue producto de un tío de mi mujer, que se llamaba Eugenio y era policía armada de profesión. Una vez estando en Bajamar hacía un día de calor muy fuerte. Había un señor, que se llamaba Gervasio, y le dijo el tío de mi mujer: “Vaya calor que hace, señor. Sí, caballero, hay un bichorno”, le respondió. Aquello me hizo una gracia enorme y, entonces, aproveché y adopté lo de Cho Gervasio”.

– A modo de pinceladas, ¿cómo nos definiría a su progenitora, Doña Luisa Machado?
“Bueno, lo de mi madre es punto y aparte. La verdad es que tenía mucha chispa, mucho humor y mucha inventiva. Aparte de ser maestra estudió música. Quizás, por tratar bastante con la gente de campo, porque no hay que olvidar que estuvo primero en Agua García y unos treinta años en Valle Tabares, también fue cantando la forma de hablar de aquella gente. Tal es así, que yo tengo aquí una libreta con contestaciones de médicos y de todo. Los he ido recopilando y yo después he seguido”.

– Háblenos del ingenio y la chispa de su madre.
“Cuando ella estaba en Valle Tabares, nosotros teníamos una criada que se llamaba Juana Ares, que era de Santa Cruz. Era una mujer que tenía una barriga muy grande, padecía de hidropesía. Aquí es donde quiero llegar con las ocurrencias de mi madre. Resulta que pasaba un señor comprando ganado por allí y mi madre sabía quién era, porque pasaba muchas veces por allí comprando cerdo, pollo y todo lo que se vendiera. Entonces, qué hace mi madre. Pues no se le ocurre otra cosa que decirle a la criada lo siguiente: “Por ahí andan diciendo que si usted está preñada. Qué me dice, señora”, le respondió y salió corriendo por la puerta hacia la calle. Agarró al señor por la solapa y le soltó la siguiente frase: “Usted me conoce a mí. No, señora. Ni ganas”, le respondió. Y es que a mi madre le encantaban las bromas”.

– ¿Las ocurrencias chistosas son algo que viene de manera instantánea, en un momento determinado o se planea previamente?
“Te diría que las dos cosas. Te puede venir en ese momento o intervienen algunas circunstancias, que te llevan a ello”.

– Cuente alguna ocurrencia curiosa.
“Tenía muchos amigos que me contaban bastantes curiosidades relacionadas con el campo. Un amigo mío de La Victoria me hablaba de numerosas ocurrencias. Por ejemplo, estaba un señor arando y la mujer delante viendo a las vacas. Este hombre con el arado tropezó con una piedra dura y dijo “Guooooooo”, para que pararan las vacas, pero la mujer seguía hacia delante con ellas. Entonces, el hombre cogió un zurrón de tierra y se lo lanzó a la mujer a la cabeza: “He dicho que cuando diga guooooooo es para los tres”, en clara referencia a la mujer y a las vacas (vuelven las carcajadas, esta vez acompañadas por las de su hija Luisa, presente durante la entrevista). Al contarme mis amigos todo este tipo de cosas y ocurrencias, yo me venía a casa con esa idea. Tomaba unas notas sencillas y cuando venía inventaba la historia”.

– ¿Por qué le dio por la docencia?
“Primero estudié Magisterio. Ahí hice el ingreso, pero después me fui a Madrid y estuve estudiando Mecánica en un Colegio Técnico Militar. Permanecí en la capital unos seis años. Cuando regresé pude haber seguido como técnico en la casa Austin, pero no sé por qué motivo y como tenía que terminar la Carrera de Magisterio, ya que me pedían el título para poder entrar en el Cabildo, al final terminé la carrera de maestro y pedí dar clase y me lo concedieron en el Sur”.

– ¿De qué le sirvieron los conocimientos en Mecánica?
“Me sirvió de bastante, porque luego, cuando ejercí de maestro en La Esperanza, di una clase llamada Pretecnología, donde aprovechaba todos mis conocimientos sobre mecánica, soldadura, etc… Enseñé a los niños a soldar con estaño, a reparar planchas eléctricas. En definitiva, lo aproveché bastante y creo que los niños también lo hicieron”.

– ¿Fue dura aquella etapa como maestro o la disfrutó dado su buen humor?
“La verdad es que al principio fue fatal. Hay que darse cuenta que mi primera escuela fue en Cabo Blanco, en el Sur, cuando aquello eran cuatro casas. Tenía 90 alumnos, en la primera escuela mixta que regentaba, que venían de los barrios de las inmediaciones, como Buzanada y otros. Tal es así, que una vez me visitó un Inspector y me dijo: “usted se va a matar a trabajar y, aunque no va a haber muchos resultados, no se desanime”. Las clases eran unas antiguas cuadras de camellos. Se trataba de un salón, que no tenía ventanas y solo existía una puerta al fondo y una al principio. La puerta del principio, de mitad para arriba, era de cristales. Eso era lo único que había de iluminación. Allí se trabajaba de duro, que no se puede imaginar. Por cierto, le voy a contar una anécdota relacionada con la cantidad de moscas que había dentro de la clase. Era horroroso. Por la mañana, según abría la puerta, había miles y miles de moscas en el cristal para salir y no exagero. Entonces, los niños me enseñaron una manera de matar a las moscas. Decían, primero, que había que abrir y cerrar la puerta a toda velocidad, para que no se fugara ninguna. Luego, cogían un papel, le pegaban fuego y tenían un puñado de gofio. Lo lanzaban contra el fuego y, claro, ardió todo aquello, le quemaron las alas a las moscas y todas cayeron al suelo. Eso sí, todos los días había que repetir la misma técnica. Después, ya lo hacía yo”.

– ¿De joven hizo incursiones en la poesía y la música?
“Sí, es cierto. Tuve una época en la que escribía poesía, porque siempre me salía algo. En cuanto a la música, yo toqué el piano y toqué en varias orquestas (Aguere y Boreal). Lo hacía de oído. Estudié un poquito de música, pero no tocaba por música, sino de oído. También estuve en el coro del Orfeón La Paz como cantante y en la Coral Sacra”.

– ¿Qué significa para Francisco Rodríguez reír?
“Pues mucho. Es la base. Nunca me ha gustado estar muy serio. Además, todas mis amistades me han conocido de la misma forma, porque siempre he sido muy bromista. Toda la vida me ha gustado contar chistes”.

– ¿Usted establece diferencias entre sonreír, reír y hacerlo a carcajada limpia?
“A mí lo que me gusta es reír y, sobre todo, hacer reír. Cuando mis amistades me veían, siempre me decían “cuál es el último chiste” y eso me gustaba mucho. Eso sí, que quede bien claro que disfruto muchísimo riéndome con y no soporto lo de reírme de”.

– ¿El buen sentido del humor se cultiva día a día o se llega a nacer con él?
“Creo que se llega a nacer con él, porque conozco a personas serias que, por mucho que lo intenten, no lo consiguen. Por lo tanto, soy de los que piensa que el humor se nace con él y, también, con el entorno. Si estás en un ambiente en el que reina la alegría, hay mucha simpatía y hay gracia, eso contagia”.

– ¿Por qué ha dejado una huella tan importante en La Esperanza? ¿Lo llamaban don Francisco?
“Creo que es por la forma especial mía de tratar a los niños. Incluso, recuerdo una época en la que le pinchaban todas las ruedas de los coches a los maestros, pero al mío no. Supongo que era porque todos me respetaban. Además, cuando llegaba la hora del recreo y el resto de profesores se reunían para hablar entre ellos, yo me iba con los niños a jugar con ellos”.

– ¿En qué consistían sus reuniones con los maestros?
“Nos reuníamos en La Esperanza una serie de maestros, se leía y escribíamos unos poemas. Se decidía si se censuraba algo o si estaban bien. La verdad es que eran unas reuniones muy interesantes y productivas. Estaban, entre otros, Rafael Arozarena, Isaac Vega, Juan José Delgado, etc…”.

– Cuéntenos una vivencia campesina. La primera que se le venga a la cabeza.
“Uffffff. Es difícil, porque hay tantas. Por ejemplo, está la del señor que vivía pegado a una parada de taxis y que llevaba casado unos quince años, pero no tenía hijos. Siempre salía a hablar con los taxistas y se lamentaba de no haber podido tener un hijo. Un buen día se levantó disparado exclamando que su mujer estaba en estado e invitó a los taxistas a lo que ellos quisieran. Esto era contándoselo a un amigo. Se cumplen los nueves meses, lleva a su mujer a la clínica y resulta que fue un parto de aire. Y añade que no sentía la desilusión que se llevó, sino el pitorreo de los taxistas, porque cada vez que pasaba delante de ellos le decían: “Pepe, préstame la picha para inflar las ruedas”, le decían”.

– Ha sido figurante, ha grabado una película y ha cantado en el coro del Orfeón la Paz.
“La película se llamaba Alma Canaria. No se me olvida que estando de maestro en Cabo Blanco pusieron esa película y, al día siguiente, me vino un niño diciéndome que había visto a una persona en el coro de la película que se parecía conmigo. ¿Cómo surgió lo de salir en la película? Estaba en la Coral Sacra, cuyo coro primero dirigió Evaristo Iceta. Dábamos conciertos y cantábamos la misa en muchos pueblos. Entonces, cuando rodaron la película, cuya artista principal era María Piazzai, tenía que cantar un coro en la Iglesia del Pilar, en Santa Cruz, y fuimos nosotros. Quien cantaba era Carmencita Butragueño”.

– ¿En sus colaboraciones semanales en DIARIO DE AVISOS qué nos ofrece?
“El lector se encuentra las cosas típicas de campo. Por ejemplo, algo que fue cierto y que sucedió con el cura del pueblo, que tenía una capa y, con el paso del tiempo, ya no se sabía de qué color era. No era negra, ya era canela. Entonces, los vecinos del pueblo hicieron una recolecta para comprarle una capa nueva al cura. Salió un grupito a pedir y llegaron a una casa. Uno de ellos dijo que ese vecino no podía ver ni en pintura al cura, no iba a misa y lo odiaba, y que no le tocaran en la puerta. Como estaban pidiendo por todos lados se empeñaron en hacerlo allí también, a sabiendas que se encontrarían con uno no por respuesta. Tocaron en la puerta y el vecino les dijo lo siguiente: “¿Qué si quiero colaborar en la nueva capa para el cura? Lo haré, pero con una condición, que me lo dejen capar a mí”, les dijo a los vecinos que llamaron a su puerta.

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