
El Auditorio de Tenerife, con una de sus mejores entradas, se dispuso anoche a vivir el broche de oro del 36 Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC). La despedida vino con el anunciado concierto de clausura que despertó múltiples atractivos, y por ello dejó entrever en el ambiente la predisposición a compartir la emoción que ofrecía su programa, de acertado y alto nivel.
Se confirmaba la despedida de la cita anual, que en esta ocasión deja como rúbrica un sello de excelencia debido a las múltiples y gratas entregas que ha brindado en el desplegar de su calendario, con el que cabe vislumbrar la valiente decisión de seguir avanzando para potenciar su amplia función cultural, que contempla generar interés y atracción en amplitud al público de todas las Islas.
Partíamos de la referencia de alta calidad, expresa en el acertado programa. Sabíamos que confluía la veteranía de Christoph Eschenbach (1940), el emblemático director polaco-alemán que celebra su 80 cumpleaños entre nosotros, espacio por el que ha dicho siente especial atracción y al que expresa afecto. Situado frente a Orquesta de París, de la que ha sido titular a lo largo de una década, tuvo a su lado al violinista sueco Daniel Lozakovich (2001), de talento extraordinario y en sorprendente escala de virtuosismo, al que la crítica señala y destaca por su inteligencia interpretativa, recordando al célebre Yehudi Menuhin. La noche se iluminó de un sutil romanticismo, recreado en la excelencia interpretativa de los músicos, que se imbuyeron de las dos obras, para destacar el carácter innovador que contiene cada una de ellas. Entre aplausos a la orquesta y al veterano Chirtoph Eschenbach la ovación se intensificó para recibir a Daniel Lozakovich. Ante el público se disponía una singular imagen, pues combinaba veteranía y juventud, unidas en el Concierto de violín en mi menor de Felix Mendelssohn.
Desde el inicio, con la entrada inmediata del solista, el Auditorio pudo confirmar la grandeza que iba a mantenerse durante toda la noche. Fue admirable apreciar la precisa conexión entre los tres movimientos y la agilidad y destreza del solista, afrontando los rápidos arpegios, en los cambios rítmicos que exige esta obra- joya, que goza del aceptado reconocimiento de figurar entre las de mayor popularidad. El solista regaló como bis el Adagio de Bach. La atención esmerada del público hizo que se desbordara en un torrente de aplausos, invitando al director y solista a corresponder con muestras de agradecimiento.

La segunda parte no fue menos exitosa. La Sinfonía Fantástica (Episodio de la vida de un artista) de L. Hector Berlioz volvió a llenar de sutilezas cromáticas confirmando el acierto orquestal, con la pulcritud y pleno dominio del maestro Eschenbach. Juntos tuvieron la habilidad de suscitar emociones, creando una escenografía descriptiva, que mantuvieron en los cinco movimientos. El retrato casi autobiográfico del autor impregna el sueño del joven músico, el desamor, la medicina existencial y confluye en el acierto del clarinete antela evocación del Dies Irae con el tañer de las campanas. La emoción encontró de nuevo un cauce para su expresión, que brotó en total libertad, reconociendo la excelencia interpretativa, y como respuesta surgió el ágil agradecimiento igualmente expreso de Eschenbach, quien alabó en privado la gran acústica del Auditorio.
El Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC) cierra su encuentro con el público y da paso a los trabajos de organización que, “sin respiro, entrelazan edición con edición”, como ha confirmado su director Jorge Perdigón. Junto a los 49 conciertos de este año, la cita ha contado “en paralelo” con encuentros de música, danza, charlas y diálogos con los músicos. Los organizadores se han ganado a pulso un merecido descanso.