Nadie dijo que liderar un país fuera fácil. Ocupar el cargo más poderoso de una nación no sólo te coloca en el punto de mira de millones de ciudadanos, en el ojo del huracán de todas las controversias y en la amenaza constante de la crítica oposición, sino que además supone un vaivén de emociones que se filtran a través del lenguaje no verbal e impregnan la comunicación en cada aparición pública.
En política, como en muchos otros ámbitos, todo comunica. La imagen que proyecta cada gesto, cada mirada o cada palabra mandan un mensaje al observador, y definen el éxito o fracaso de un líder. Es por eso que estudiar la conducta no verbal nos da las claves para advertir que hay más allá del atril y de las poses impostadas. Hoy desvelamos las mil caras de Pedro Sánchez.
En el ámbito institucional o en situaciones donde el “rol presidencial” toma la palabra, exhibe poca naturalidad, cierta rectitud y contención emocional. No se permite perder los papeles ni en las situaciones de mayor tensión, mantiene el control mostrando una visible rigidez y frialdad, que se manifiestan en un lenguaje corporal reducido y controlado. Hace un buen uso de la voz, las pausas y los silencios y, además, sabe gestionar sus emociones sin perder los nervios y compostura, tratando de ser educado, correcto y afable. Algo que inspira gran aplomo y seguridad en sí mismo.
Sin embargo, en contextos informales o en entrevistas personales distendidas y relajadas se muestra mucho más suelto, mueve mas el cuerpo, enseñando su cara mas amable y divertida. Sonríe abiertamente y no repara en regalar unas carcajadas cuando la situación lo propicia, dejando a un lado (por momentos) su encorsetado rol institucional. Maneja bien las manos, las utiliza para ilustrar y enfatizar su mensaje, y suele evitar el traje y la corbata, inspirando cercanía y apertura para conectar con la gente.
En sus intervenciones y apariciones públicas parece aferrarse al guion establecido. Sánchez es una persona concienzuda en la preparación de su discurso, intentando dejar poco margen a la improvisación. Si algo o alguien trata de perturbar su mensaje con preguntas irreverentes guarda la compostura y prosigue, ignorando o mostrando cierto desdén hacia la persona o situación. Algo que en ocasiones le resta frescura y emocionalidad, y ha propiciado numerosas alusiones a ciertos toques de arrogancia o altivez.
No es vulgar en el ataque a su contrincante. Y cuando la cosa se pone tensa opta por evadir la situación, algo que maneja con soltura con su expresión facial y corporal. Es lo que hacemos cuando algo nos provoca rechazo o desprecio, es el arte silencioso de “neutralizar al otro”, bloqueando todos los sentidos posibles hacia la persona que origina esta emoción, apartando la mirada, dirigiendo el cuerpo hacia otro lado o atendiendo a otros asuntos mientras el otro se dirige a nosotros.
En su apariencia no hay sorpresas. Sánchez hace gala del popular dicho que dicta que no solo hay que ser sino también parecer. Su forma de vestir es siempre impecable, elegante y sobria. Libre de excentricidades o adornos que puedan desviar la atención del mensaje que quiere transmitir. La gama de colores que exhibe es también predecible: camisas en tonos claros, traje oscuro, corbata, zapatos y calcetines a conjunto, con preferencia hacia colores lisos y poco llamativos.
Pedro Sánchez tiene un particular culto a la estética, se gusta y es consciente de su atractivo. Incluso durante algún tiempo los medios se referían a él como “Pedro, el guapo”, algo que lejos de considerar un hándicap ha sabido explotar, inspirándose en la estética de grandes figuras como Obama o Kennedy.