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De la vecina que no llegó a tiempo de poner la música, mientras Aute moría y yo lo recordaba en Ecuador

Cada uno de los vecinos tiene un papel en ese momento estelar del confinamiento que es el aplauso colectivo, así que siempre produce inquietud si alguien desaparece, como si el empujón colectivo pudiera debilitarse de repente
Foto: Sergio Méndez

La primera vez que mis dos vecinas de al lado pusieron el altavoz en el balcón diez minutos antes de empezar el aplauso con ‘Resistiré’ sonando de fondo, no supe bien si me gustaba o no. Pero claro, no les dije nada, y ya pasamos a tener banda sonora de manera habitual: Marc Anthony, Celia Cruz. lo que se terciera con un poco de ánimo pachanguero. Hace un par de días no salió nadie al principio. Y luego, solo una de ellas, como con poca fuerza y sin altavoz.

¿Estarán deprimidas? ¿Se habrán enfadado? ¿Habrán empezado a flaquear las ganas?, me preguntaba yo a mí mismo con ganas de preguntarles a ellas y de que sonara la música para acompañar los aplausos, que seguían teniendo vigor en el vecindario, pero que ahora me molaban más con música, lo había descubierto de repente. Porque me gustan las rutinas: que me salude la señora de enfrente, que el del balcón calle abajo agite la mano y parezca un presidente que vuelve del exilio en un barco, que mi hija Gabriela le grite a Nayra, su compa de cole. “¿Dónde está la música?”, me atreví a preguntarle. “Nos quedamos dormidas”, me contestó, tranquilizándome por dentro.

Ayer se murió Luis Eduardo Aute. No voy a decir, ahora que se ha muerto, que era un grandísimo fan. Me compré algún disco de él y sí escuché muchas veces el ‘Mano a mano’ que hizo con Silvio Rodríguez en Las Ventas de Madrid, cuando yo era un pibito joven de cantautores, pitillitos y amores livianos. También lo escuché hace unos años en Loja, Ecuador, durante parte de mi exilio económico en lo peor de la Gran Recisión.

Allí vivíamos un montón de españoles que habíamos llegado por lo mismo, la falta de trabajo aquí y la abundancia de entonces en Ecuador. Unos quince o veinte nos hicimos muy amigos, junto a algunos latinoamericanos. Y salíamos a comer, a cenar, nos encontrábamos los domingos para hacer el almuerzo familiar, para charlar infinitamente de España, discutir sobre el colonialismo español… Todos fuimos a ver a Aute. La novela de ese exilio todavía no está escrita. Como habrá que escribir la de estos balcones con música.

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