tribuna

El evento 201 de Bill Gates en Nueva York

Pocos meses antes del primer caso en La Gomera y la cuarentena del hotel de Adeje, el magnate previó este pandemónium

Cuando en enero de 2018 Theresa May creó el Ministerio de la Soledad hubo risitas y cierto cachondeo despectivo. Ahora, saldremos de esta con la soledad en llaga viva y con nuevos ministerios para curar los traumas de la pandemia. Vendrán más días, decía Sánchez ayer, y dibujó un pasillo por el que detraer recursos a las generaciones futuras para endeudarnos y reconstruirles el país tras la guerra como Dios nos dé a entender. Cousteau se remueve en la tumba con su carta a la ONU de los derechos de los ciudadanos de mañana que trajo bajo el brazo a La laguna. Sánchez parafraseó a Kennedy (“No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”) cuando dijo: “Tenemos que pasar del qué pueden hacer los demás por mí a qué puedo hacer yo por los demás”. Hay en toda esta retórica un lamento y una gran soledad. Se dicen muchas cosas en tono solemne y algunas solemnes tonterías: Abascal se desconfina para pedir la dimisión del presidente, con el virus en el cuerpo: no se lo tengamos en cuenta.

Algunos remordimientos torturarán durante años a mucha gente sobre el trato a los mayores en las UCI, por suerte no en Canarias. Con esa mala conciencia cabría recordar nuestro espanto por aquel ministro de Finanzas japonés que, urgido por la recesión del tsunami de 2011, dijo a los más viejos: “Dense prisa en morir”.

La mayoría de los demás ministerios pasarán a un segundo plano, exceptuados Hacienda y Economía, que heredan el rango de Fuentes Quintana cuarenta años después de los Pactos de la Moncloa, y el de Sanidad, que será un asunto de Estado de alarma posbélica. Y si Bruselas no espabila, nacerá otra UE del coronavirus ante el riesgo de que se repitan ataques por el estilo, tras esta III Guerra Mundial, como en seguida les prevengo.

Ya no nos perdonaremos carecer más de mascarillas y guantes de nitrilo ante otra emergencia como esta. Jamás olvidaremos que se nos morían por centenares ante la falta de respiradores, y que no podíamos conocer la magnitud de la pandemia por no contar con test para el diagnóstico. De un mes para otro pasamos de creernos con la mejor Sanidad de Occidente a identificar Madrid con el corazón del Tercer Mundo.

Ahora que salen los primeros brotes verdes entre las cenizas, y los expertos anuncian que entramos en la fase mesetaria de la curva del infierno, he hecho un ejercicio de imaginación. He buscado indicios premonitorios de que esto iba a suceder, algún cónclave de sabios convocados filantrópicamente para evaluar una hipótesis tan malvada como esta. Alguien que en un foro secreto mostrara la valija de terciopelo con la cuestión en un papel: la pandemia del coronavirus. Y el precedente existía. Hubo semejante reunión. Calcularon que morirían, al cabo de 18 meses, unos 65 millones de personas, antes de dar con una vacuna eficaz, y fueron más optimistas en lo económico: habría pérdidas anuales del 0,7% del PIB mundial, unos 570.000 millones de euros. Adivinaron que sería paralizada la maquinaria productiva por primera vez en la historia. La simulación definió siete recomendaciones para ese (este) pandemónium: 1) Una alianza pública-privada para salvar las vidas y la economía. 2) Distribución conjunta (Estado y empresarios) de la ayuda necesaria. 3) El Turismo y las aerolíneas serían los sectores más vulnerables. No cerrar los vuelos ni el comercio, ni ceder a medidas fronterizas por tentador que resultara, pues los viajes y las rutas comerciales son imprescindibles durante una pandemia. 4) Fabricar también conjuntamente vacunas y terapias, y disponer de medios rápidos de transporte y dispensación de grandes cantidades de material sanitario frente al brote global. 5) Los líderes empresariales deberán invertir en fortalecer y proteger sus industrias. 6) Las organizaciones internacionales (FMI, Banco Mundial, Gobiernos, entidades financieras y fundaciones) deberán destinar grandes presupuestos para prevenir nuevas pandemias y evitar los impactos económicos. Y 7) Los gobiernos y el sector privado deben combatir con energía la desinformación amparándose en los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales. Esto dejaron dicho.

El 18 de octubre de 2019, poco antes de que el 31 de diciembre estallara en Wuhan la bomba sanitaria del Covid-19, se reunieron en Nueva York 15 expertos mundiales en los ámbitos de los negocios, los gobiernos y la salud, ante 130 atónitos espectadores. La cumbre fue organizada por Bill y Melinda Gates a través de su fundación, junto con el Centro para la Seguridad de la Salud, de la Universidad Johns Hopkins, y el Foro Económico Mundial. Gates, obsesionado con los terrores de infancia que llevaron a su familia a tener un barril en el sótano con latas de comida y agua ante una eventual guerra nuclear, venía anunciando en conferencias su miedo ante otro riesgo mayor: una pandemia vírica: “El mayor peligro para la humanidad no son los misiles, sino los microbios. Invertimos mucho dinero en evitar guerras nucleares y muy poco en detener epidemias”, previno en 2015.

Un nuevo coronavirus zoonótico transmitido de murciélagos a cerdos que se expandirá profusamente entre la población humana. Ese fue el tema a tratar. Gates y sus amigos lo llamaron Evento 201, cuando en La Gomera nadie sospechaba que poco después acogería el primer caso en España ni en Adeje que un hotel ensayaría la cuarentena que estaba reservada para todo el país. En aquel simulacro el virus se desataba en una granja porcina de Brasil. La granja de la aldea global. Cuando cuatro meses después, Bill Gates jugó un partido benéfico de dobles con Rafa Nadal en Ciudad del Cabo, le hizo una confesión que ahora nos explicamos: el virus de China iba a acarrear graves consecuencias en todo el mundo. Habló de una crisis de “dimensiones desconocidas”. Bill Gates no duerme tranquilo con el temor de futuros ataques terroristas de esta índole. Y alienta a los gobiernos a invertir masivamente en antivirales y terapias de anticuerpos, que puedan almacenarse o fabricarse con rapidez.

Ahora que nos hemos instalado en la distopía, en el mito de desenterrar la Atlántida, no nos queda otra que empezar de cero a construir nuevos pilares económicos, como torpes artesanos de oficios caducados saliendo de un estado de coma inducido. Llamemos por su nombre al periodo que sobreviene: año I d.C. Año I después del Coronavirus. Y amén.

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