tribuna

El ojo del Estado que nos auscultará

Una vez alcanzado el umbral de 100.000 víctimas mortales en el mundo a causa de la pandemia del coronavirus, ya saben algo más los estados, los gobiernos, acerca de nosotros, saben que podemos ser sumisos y manejables, dispuestos a acatar órdenes, por estrictas que sean, con tan solo enarbolar en el futuro el fantasma de un virus

Una vez alcanzado el umbral de 100.000 víctimas mortales en el mundo a causa de la pandemia del coronavirus, ya saben algo más los estados, los gobiernos, acerca de nosotros, saben que podemos ser sumisos y manejables, dispuestos a acatar órdenes, por estrictas que sean, con tan solo enarbolar en el futuro el fantasma de un virus. Esta revelación, acaso producto del azar de este mal fario o de un sexto sentido inmanente a la Historia, nos debilita para siempre como ciudadanos empoderados en el uso y disfrute de la libertad y la democracia.
Javier Solana escribió desde el hospital (Nuestra hora más gloriosa, El País, 30 de marzo) que los gobiernos, el español incluido, no tienen “carta blanca” para limitar la libertad de los ciudadanos. Siendo el único español que puede acreditar haber declarado una guerra, de cuando ordenó bombardear Serbia para pacificar Kosovo a finales de los 90, se me antoja que quizá, una vez que se ha curado, sea la persona más indicada para arbitrar la negociación y armisticio de los Pactos de la Moncloa que Sánchez tiene in mente echar a andar desde mañana mismo para la posguerra y reconstrucción del país.
Desde la fumata blanca de la noche del jueves en Europa, en que los ministros de Finanzas de los 27 desbloquearon medio billón de euros para préstamos libres de rescate, es evidente la conclusión de que esta pandemia mutará en económica tras su fase sanitaria, pues lo uno es consecuencia de lo otro. En una suerte de pulso imaginario entre la OMS y el FMI, asistimos a la hora decisiva de esta guerra, y del equilibrio de fuerzas en las decisiones entre los poderes sanitarios y los económicos depende nuestro futuro, el de esta y la próxima generación. Es un pulso entre dos polos, dos maneras de priorizar lo que conviene al mundo. El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, acaba de dar su veredicto: empezar a abrir la mano en la cuarentena (España no lo hará, pero lo parece, mañana en la reapertura) entraña una “amenaza mortal”. La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, advierte de “una crisis nunca antes vista en la historia”, pues sobrevendría la muerte por hambre cuando ya no sea posible siquiera por gripe. Las espadas están en alto. Así que mañana es uno de esos días que explican los rumbos irreversibles que definen el cauce de la Historia. Detrás de Sánchez, vendrá el anuncio de Trump este martes para reactivar, asimismo, la locomotora, estando en juego ser o no seguir siendo la primera potencia. Luego, Italia, y, como cabe esperar, la Europa del norte, sin parar mientes en el virus, pisará el acelerador. ¿Hacen bien o este giro repentino lo que está diciéndonos es que la vida de las empresas vale tanto o más que la de los ciudadanos a corto plazo? Estamos justamente hoy en el meollo de ese debate trascendental, humano, económico. Lo siguiente, tras un suceso tan espectacular y transformador como el coronavirus SARS-CoV-2, será la plena robotización de nuestro sistema productivo, como me hace ver un sabio amigo, Wolfredo Wildpret. Y que los virus del futuro sean otros, los informáticos, en lo que atañe a la economía.
Los epidemiólogos que asesoran al Gobierno español desconfiaban, en su papel, en este puente de Semana Santa sobre la oportunidad de liberar mañana una parte no esencial de la economía del país que había entrado en hibernación en el último decreto, y se quejaban de no haber sido consultados. Sánchez se ablanda con la construcción y la industria, porque la economía ha entrado en la UCI y el genoma del paro de marzo desató las alarmas de la Moncloa ante la bomba atómica que ha caído sobre el turismo e irradia su onda expansiva hacia el resto de sectores. No es la Covid-19, es la Ecovid-20, acuñaba José Carlos Francisco en DIARIO DE AVISOS. No es el Fin del Mundo, sino el Mundo Después del Fin, con la calavera de la economía posada sobre el campo de batalla al cabo de todos los estragos del virus, cuando las gentes salgan de la cuarentena como zombis ante los escombros jamás vistos.
A buen seguro habrá vacuna antes de un año para la Covid-19, pero nadie cuenta con ella para el desastre económico inevitable. Supongo que sea esa la causa de que este lunes de Pascua vuelvan los tractores y las excavadoras, algunas industrias estratégicas, los bufetes de abogados y hasta las notarías, ante el peligro de detonación de todo el sistema económico. “No podemos eternizar el confinamiento, no podemos, el coste es muy alto. Hay que volver al anterior estado de alarma y activar parte de la economía aunque la curva de contagio tarde un poco mas en bajar”, confesaba uno de los expertos del comité que asesora a Sánchez ante la desescalada empresarial de este lunes. Es cierto que el virus empieza a remitir en España e Italia, pero sigue en ebullición en EE.UU. y en países determinantes de la eurozona como Francia y Alemania. Los más optimistas piensan que la normalidad -una palabra con categoría de mantra- tardará en llegar uno o dos años en un mundo con mascarillas que será como un carnaval extemporáneo en tiempos del coronavirus. Adiós, Estado del bienestar, que Dios te bendiga. Hoy Canarias no sabe qué será de ella sin Turismo. En los años 80, cuando conocí a don Enrique Fuentes Quintana, el ministro arquitecto de los Pactos de la Moncloa, él tenía en la cabeza la foto de Canarias y aprendí a delimitar nuestros talones de Aquiles leyéndole, entrevistándole, poniendo el oído a sus conocimientos. Ahora todo es distinto. Si el Estado acierta con la receta, no estallará este volcán, pero si son Pactos peninsulares, vienen mal dadas.
Por lo demás, estas ciudades penitenciarias nuestras de ahora se enfrentan al trauma del día después al que me estoy refiriendo, con la sugestión de la higiene compulsiva y un sistema de vida monitorizada que, con la excusa de controlarnos la temperatura corporal y salvaguardarnos del virus, terminará espiando hasta las ideas y debilidades que formaban parte del universo de nuestra sagrada privacidad. De manera que el virus, además de matar y enjaularnos, acabará dando la razón a aquel tal Orwell que nos habló del Gran Hermano, pues, como dice Yuval Noah Harari, la tecnología de vigilancia hará el resto cuando todo esto prescriba.

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