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La gran aventura de volver a casa

Roberto Berdayes logró salir de Siquijor, una isla de Filipinas, tras 15 días intentándolo y sin el apoyo de las autoridades españolas
Roberto Berdayes en uno de los aviones que lo trajo de vuelta a su casa, en el Norte de Tenerife después de dos y meses y medio que viajó a Filipinas junto a su mujer, Daura
Roberto Berdayes en uno de los aviones que lo trajo de vuelta a su casa, en el Norte de Tenerife después de dos y meses y medio que viajó a Filipinas junto a su mujer, Daura
Roberto Berdayes en uno de los aviones que lo trajo de vuelta a su casa, en el Norte de Tenerife después de dos y meses y medio que viajó a Filipinas junto a su mujer, Daura. DA

Roberto Berdayes arribó a su casa en el Norte de Tenerife el 30 de marzo, después de estar diez días atrapado en Siquijor, una isla de Filipinas, otros tres en el aeropuerto de Cebú a la espera de conseguir un vuelo y correr una maratón por el aeropuerto de Frankfurt para llegar al avión que lo traería de vuelta.

Junto a su pareja, Daura, se habían ido de vacaciones al país asiático. Ella regresó el día 6 de marzo y el tenía previsto hacerlo el 17. Sus planes se truncaron como consecuencia de la decisión del gobierno filipino de cerrar todas las fronteras marítimas, terrestres y aéreas, ante la crisis sanitaria del Covid-19.

Ahí comenzó su gran aventura para intentar volver a casa. Ante la previsión de no poder salir de la isla cambió el viaje para el 23 pero ese día se suspendieron los vuelos a Madrid. Lo pospuso para el 26 vía Lisboa pero Portugal cerró fronteras, su vuelo quedó cancelado y la línea aérea le avisó que no había posibilidades de sacar más pasajes.

Se empezó a preocupar cuando vio que no podía salir de Siquijor. La única manera de hacerlo era con transporte marítimo. Intentó comprar un billete de barco, pero ya se habían vendido todos y tampoco llegó a tiempo para la reventa.

Cumplió la cuarentena en el albergue y solo podía salir en caso de necesidades básicas o para comprar comida.

El día 25 contactó con el cónsul de España y le pasó el teléfono de su homólogo alemán ya que este país iba a fletar cuatro vuelos. Roberto lo llamó, le dijo que necesitaba ayuda y consiguió tener una plaza en el vuelo del día 28 “si finalmente salía”. Esta aclaración le hizo dudar así que optó por comunicárselo únicamente a su mujer.

La jornada siguiente se pasó todo el día solicitando permisos para que lo incluyeran en la lista de personas que subían al único ferry que iba a la isla una vez a la semana. También acudió al hospital para que, previo chequeo médico, le expidieran un certificado y a las siete de la tarde llegó al barco junto con unos turistas alemanes que había conocido en la isla. Les tomaron la temperatura varias veces y les advirtieron que con más de 37 grados -pese a que no se considera fiebre- no podían subir y tampoco llegar al aeropuerto. Pasaron la prueba, el barco fue revisado por guardacostas, y a las tres de la mañana, llegaron a Cebú.

En el aeropuerto había unas 500 personas. La mayoría se fue a sus hoteles porque eran alemanes y tenían confirmación de sus vuelos porque la embajada de Alemania facilitó la salida a sus ciudadanos. No fue su caso, así que se quedó “maldurmiendo” allí hasta que la policía lo echó.

Al día siguiente empezó desde temprano a conseguir un vuelo. Lo intentó vía Polonia pero sin éxito. Hasta casi las 20.00 estuvo haciendo cola a la intemperie, pasando calor y hambre, “aunque lo peor fue que nadie respetaba las distancias de seguridad ante la urgencia de conseguir un billete”, asegura.

Ese día no entró en ninguna lista pero al siguiente se apuntó en un vuelo de repatriación para Escandinavia. Lo llamaron junto a otros tres españoles y cuatro holandeses. Allí pensó que todo acababa, pero la situación dio un giro de 90 grados. En la terminal, la cónsul de Dinamarca les explicó que todos estaban aceptados pendientes de que se les realizara el cobro y la confirmación de los responsables diplomáticos españoles en Cebú.

Una de las chicas contactó con el cónsul y éste les dijo que “no tenía ni idea del vuelo” y que se iba a poner en contacto con el embajador. Tanto se demoraron que nos dejaron sin volar”, confirma.

La cónsul de Dinamarca les comentó que le había escrito “pero él le dijo que estaba en su casa porque ese día a las doce de la noche emitían el cierre completo de la ciudad y ya no podrían salir”. Ese fue para Roberto “el plato fuerte y lo que me desmoralizó por completo”, confiesa.

Regresó al hotel y allí recibió un mail confirmándole que se iba al día siguiente a ese país en el último avión. Decidió ir temprano al aeropuerto y sobre las diez de la mañana lo llamaron. Fue de los primeros en entrar, igual que todos los españoles que estaban en el aeropuerto porque sobraban plazas. Después de tres días de suplicio ya estaba en un avión camino a Frankfurt, llamando a su madre que vive en Ourense, Galicia. para darle el mejor de los regalos el día de su cumpleaños: volvía a casa.

En Frankfurt vivió la última parte de su aventura. Arribó el 30 de marzo a las 7.30 horas y cuando iba a pasar el control de inmigración le dijeron que las personas que no tenían vuelo no podían salir. Se acordó que había uno a las 8.30 con lo cual se retó a sí mismo a que lo tenía que coger “sí o sí”. Salió corriendo como pudo, lo enviaron a la última terminal y al llegar, el check in estaba cerrado. Había una chica a la que “le rogó” que lo ayudara.

Camino al avión, casi lo detienen por llevar una botella de agua en la mano. Nada más poner los pies, el avión despegó. Ese día terminó su aventura y después de dos meses y medio volvía a Tenerife. “No lo podía creer”, subraya.

Tanto Roberto como Daura nunca se esperaron que el viaje que habían planificado iba a tener ese desenlace. Ni siquiera se han podido abrazar por precaución ya que al estar tirado tres días en el aeropuerto de Cebú y sin ninguna medida de precaución, Roberto tiene que volver a pasar la cuarentena para evitar posibles contagios.

De hecho, dice que se siente muy cansado, con dolor de garganta, de cabeza, tiene mucha tos “y un agotamiento físico enorme”. Ha tenido que pelear con su jefe porque la mutua de funcionarios, a la que pertenece, le indica que debe incorporarse ya que al no tener fiebre está apto para trabajar pese a que no le han hecho la prueba del Covid-16.

Pero esa es otra batalla a la que tendrá que librar en los próximos días. De momento, se dedica a descansar y no quiere saber nada de vuelos ni barcos. Al menos durante un año.

“Todavía hay gente tirada allí, enferma y familias con niños”

Roberto insiste en que todavía “hay mucha gente tirada en Filipinas”s, familia con niños y hay una tinerfeña en la isla de Palawan que tiene un reservorio puesto y ha intentado a través de la Cruz Roja conseguir la medicación que necesita y la ha sido imposible”. Pese a ello, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España sigue diciendo que no va a enviar vuelos de repatriación. Hay un grupo de españoles que está solicitando que el Gobierno dé los permisos y contacte con una compañía para que pueda volar con autorización y están dispuestos a pagar el billete. “Solo quieren tener la garantía de poder salir”n

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